martes, 30 de agosto de 2011

DOS COMPROBATIVOS MÁS

               En castellano, tanto en el de España como en el de Hispanoamérica, existen unas palabras y expresiones interrogativas, cuyo valor comunicativo no ha sido atendido y apreciado hasta hace relativamente poco tiempo, a pesar de ser muy comunes en la lengua hablada. Me refiero a partículas como “¿no?”, “¿eh?”, “¿verdad?”, entre otras, y a construcciones como “¿de acuerdo?”, “¿no crees?”, “¿no es así?”, etc., generalmente ubicadas al final de enunciados. Que yo sepa, el primero en estudiarlas y describirlas con detenimiento fue el profesor J. Ortega Olivares, en el año 1985. Las llamó apéndices modalizadores comprobativos o simplemente comprobativos. Después, otros especialistas han ampliado el análisis y han profundizado en su uso y rendimiento dentro de la interacción comunicativa: Mª L. Méccero (que las denomina preguntas confirmatorias), D. Galué, Mª J. García Vizcaíno, Briz (quien prefiere el más extenso y complicado nombre de conectores metadiscursivos de control de contacto), Martín Zorraquino, Portolés, etc.
               
               Prácticamente todos los autores coinciden en asignarles un cometido fundamental, que es el señalado por Ortega Olivares: con estas preguntas, el emisor invita al receptor a que se manifieste de acuerdo (o no) con la afirmación, la opinión o el requerimiento que expresa el enunciado al que se une el comprobativo:  (a)“El correo viene a las doce, ¿verdad?”, (b)“Ese no se anda con chiquitas, ¿eh?”, (c)“Te pones a limpiar tu habitación ahora, ¿de acuerdo?”. En el enunciado (a), el hablante tiene ciertas dudas sobre la llegada del correo, aunque formula una suposición que le gustaría fuera respaldada por el oyente. En (b), está casi seguro de lo acertado de su valoración e insta al receptor a corroborarla. En (c), prefiere que su orden se base en la aceptación del destinatario y se convierta  este en corresponsable, de modo que parezca más bien una especie de pacto y no una imposición unilateral.

               Además de estas funciones “de comprobación” del pensamiento y la actitud del receptor por parte del emisor, autores como los citados han señalado otras (http://www.lingref.com/cpp/wss/2/paper1143.pdf). Así, algunas de las partículas interrogativas, al menos, presentan una función fática, o sea, se emplean para mantener o reanudar la atención del oyente, como si quisieran decir “¿me sigues?” o algo similar. También sirven en algunos contextos como factor de refuerzo o intensificación del sentido de lo que se dice (“Espera un momento, ¡un momento, un momento! ¿Eh? ¡Un momento!”). A veces son simples muletillas, expresiones de relleno, a las que el emisor acude inconscientemente con objeto de ganar tiempo para organizar su discurso, evitar vacíos…

               En el marco de tales explicaciones, quisiera hacer mención de dos expresiones interrogativas de esta naturaleza, que no he visto nunca citadas. La primera es “¿o no?”, de claro valor comprobativo, tanto si equivale a una simple invitación al oyente para que se sume a lo dicho por el hablante (“Este equipo es manifiestamente mejorable, ¿o no?”), como si representa una intensificación, que convierte el enunciado en una instigación fuerte, prácticamente una coacción, que casi cierra toda opción de rechazo (“¡Tú te quedas aquí conmigo!, ¿o no?”).

               Aquí está el otro comprobativo anunciado, transcrito tal como se pronuncia en donde lo he oído y sigo oyendo (provincia de Málaga): “¿e o no?”; con la ortografía académica sería “¿Es o no?”. En el instituto de Secundaria en el que trataba de enseñar hasta hace poco, fue en realidad donde lo aprendí, porque saltaba continuamente en la conversación de los chavales, sobre todo como apéndice de enunciados valorativos o de opinión positiva: “El Madrid ya está de puto amo, ¿es o no?”, “En nuestras fiestas siempre te lo pasas de lujo, ¿es o no?”. El sentido se puede parafrasear como “¿A que crees que es así?” o “¿A que sí?”. Resulta curioso que, en ocasiones, esta frase también la utilizan para responder afirmativamente a una pregunta (el mismo elemento que sirve para preguntar, se emplea para contestar, cosa bastante frecuente en nuestra lengua):    “-Ese chándal es chulísimo, tío”  -Jeje, ¿es o no?”. Por cierto, que la gente del pueblo donde se halla el centro, Humilladero, también suele sustituir el “sí” de respuesta afirmativa por “entonces” (“-Van a estar allí tus padres?  -Entonces.”). Algún día habrá que indagar más en la peculiar habla del lugar.

             Propongo, pues, incrementar así la nómina de los comprobativos, que nadie ha dado nunca por cerrada.

viernes, 26 de agosto de 2011

SASTILLANDO


               El llevar la ropa ajustada, muy ajustada, puede ser una línea de estilo, dentro de las múltiples que propagan los centros de la moda, tanto femenina como masculina. El punto, la licra y otros tejidos más o menos elásticos se ciñen al cuerpo como una segunda piel y marcan todas las formas de su orografía, avivando así su fuerza sensual y provocadora.

               La camiseta corta y apretada, las mallas, la faldita mínima, comprimida al máximo en anchura y largura, el vaquero fajado a las nalgas y muslos... son prendas destacadas en esta corriente un tanto exhibicionista, esta especie de nudismo textil. Pero también puede ser consecuencia de una carencia: los niños crecen y se les queda pequeña la camisa, el pantalón, el vestido, el jersey...; la mamá o el papá, o los dos, engordan y la ropa no da de sí..., pero hay que seguir vistiendo esos atavíos porque están nuevos y porque no se tiene dinero para renovarlos. Aquí, la estrechez indumentaria no proviene de la holgura económica que permite la elección estética, sino que se trata, simplemente, de la obligación de apretarse el cinturón y soportar la opresión del atuendo general sobre el físico, a pesar de resultar a menudo bastante incómoda y deslucida.

               En mi pueblo, Antequera, tenemos una palabra para designar esta cualidad, o defecto, de la vestimenta que vengo señalando. Me refiero al verbo "sastillar". Decimos, por ejemplo, "Esta camisa me está sastillando, no me puedo ni mover", "No te pongas el vestido de encaje, que te está sastillando". Como vemos, sólo se emplea en gerundio y con el verbo "estar". Además, según se desprende de los ejemplos, aparece en contextos en los que la parquedad y el consiguiente prensado son más bien un inconveniente, una escasez poco atractiva y, desde luego, una circunstancia no deseable ni deseada. Nunca lo he oído para referirse a lo excesiva, pero voluntariamente apretado.

               Desconozco el origen del término. Desde el punto de vista formal, podríamos verle un lejano parecido con "astillar", que significa 'hacer astillas', y "desastillar", con el sentido de 'sacar astillas de la madera'. A falta de más datos, ni una ni otra palabra las juzgo emparentadas con "sastillar"; a no ser que tiremos de imaginación y acudamos a una metáfora: al ceñirse al cuerpo, la ropa podría pensarse que actúa como lija o incluso como escoplo, gubia o formón. Más cercanía, incluso semántica, manifiesta el verbo "estallar", con el que confieso tener asociado en mi memoria lingüística "sastillar": el enunciado "Ese pantalón le está estallando" ('a punto de estallar') posee un sentido muy próximo a "Ese pantalón le está sastillando".

               En cuanto a su difusión, además de la comarca malagueña de donde procedo,tan sólo he encontrado documentada la palabra en un léxico de la región de Extremadura, concretamente el Vocabulario de Valdelacasa de Tajo (Cáceres). Se recoge en gerundio, "sastillando", y se le atribuye un significado muy distinto al que tiene en mi tierra: "Muy nervioso, que no para".

               Por último, compruebo que el verbo antequerano no conserva ya tanta vitalidad en el lugar. La fuerte presión que ejercen hoy los medios de comunicación y otros focos propagadores de la homogeneización cultural arrincona muchas singularidades locales y regionales. Tal vez entre la juventud ya casi no exista. Abogo, pues, por dar impulso al vocablo, al cual profeso el cariño de lo familiar, e invito a quien haya leído esta breve exposición a que se atreva a utilizarlo alguna vez, si es que ya no lo hace.


jueves, 11 de agosto de 2011

MOURINHO Y LA IRONÍA NO VERBAL


               En uno de los últimos encuentros de la pasada temporada, que enfrentaba al Real Madrid y al Barcelona, el árbitro expulsó al madridista Pepe, primero, y a Mourinho, después. El 'míster' luso, encabritado por la decisión del juez, porque intuía las consecuencias negativas que acarrearía para el equipo, se dirigió a él con malos modos. Al finalizar el partido, el entrenador declaró: "Al árbitro no le he dicho nada, simplemente me he reído y he aplaudido su decisión con dos dedos y nada más".
               Según creí apreciar en la retransmisión en directo, lo que hizo fue realizar gestos de aprobación con la cabeza, la cara y las manos, equivalentes a "Muy bien, muy bien. Su decisión es muy buena". O sea, que llevaba razón al afirmar que "no he dicho nada", que no pronunció frase ni expresión alguna; y también, al describir sus muecas y sus movimientos manuales y asignarles el valor de conformidad, asentimiento e incluso elogio que normalmente tienen.
               Lo que no confesó es que su intención era muy otra. Se vio a las claras. En el contexto en que se produjeron los hechos, su mensaje no verbal expresaba justamente lo contrario de lo que parecía manifestar, esto 
es, desaprobación, censura, reproche. Todos los que asistimos a la escena lo pudimos notar, entre ellos el árbitro, Sr. Stark, que obró en consecuencia.
               Cuando una palabra, expresión o gesto cobra un sentido opuesto al que le es propio, se produce un fenómeno retórico llamado ironía. Así, por ejemplo, si digo "Voy a salir a tomar el fresco", sabiendo mi interlocutor y yo que en la calle se han sobrepasado los 40 grados; o si un colega le pide a otro que le preste un videojuego para el fin de semana y éste responde "Siiii, ya mismo, ya mismo", con ese tonillo especial que seguramente dio a entender al solicitante que ya podía buscarse otra distracción.
                La ironía es un arma poderosísima, no sólo porque permite intensificar enormemente el significado del mensaje, una vez vuelto del revés, sino también porque proporciona al emisor un escudo para eludir toda responsabilidad. Volviendo a las situaciones anteriores, interpretadas las conductas en "sentido recto", ni la de Mourinho es punible, ni mi deseo de tomar el fresco tiene nada de particular ni la contestación del dueño del videojuego se sale de lo cortés. Pero...
                El caso del entrenador portugués es especialmente interesante, porque, salvo quizás alguna insistencia y reiteración superiores a lo normal, no hubo nada en sus gestos que denotara ironía. Tan sólo el contexto contribuía a ello: el que sus manifestaciones faciales y corporales sucedieran segundos después de que fuera expulsado un centrocampista imprescindible del Real Madrid. Pero, claro está, siempre puede tacharse de subjetiva e injustificada la catalogación como irónicos de sus gestos y movimientos, causa y fundamento de la tarjeta roja, también, y por eso mismo, valorada como injusta, etc.
               Los castigos que llevan aparejadas las cartulinas o cualquier otra forma de sanción en el deporte tienen una cierta trascendencia. Sin embargo, no son nada comparados con muchas de las penas que las sentencias judiciales imponen a los delincuentes condenados. Lo digo porque quizás algunas de dichas sentencias se basen, en parte, en declaraciones verbales o expresiones no verbales cuyo contenido irónico resulta imposible demostrar (si se recogen únicamente por escrito, en notas taquigráficas, por ejemplo). Desconozco cómo está la ley en este aspecto; desde luego, no me parece una cuestión menor.