lunes, 28 de octubre de 2013

CÓMO IRRITAR A TU INTERLOCUTOR EN EL CHAT

          Si participas en un chat y de verdad quieres irritar a tu interlocutor, es muy sencillo: basta con seguir alguna de las recomendaciones que a continuación incluyo. O varias. Hay más procedimientos, pero se sitúan en el territorio extremo de la grosería y no quiero prestarles atención aquí.
1. Aplaza durante un buen rato, horas incluso, la respuesta a la última frase del  otro, sea del tipo que sea. Naturalmente, molestará más tu conducta mientras más apelativa haya sido su intervención, es decir, mientras más exija una contestación inmediata. El primer puesto lo ocupan, sin duda, las preguntas: “Entonces, ¿vienes tú a mi casa o voy yo a la tuya o nos vemos fuera?”. Después están las peticiones, ruegos o sugerencias, sobre todo si forma parte de ellas la solicitud de un comentario, valoración o similares:  “Mira esta página web. A ver qué te parece”. Una variante de esta provocación es la desviación de la conversación hacia temas nuevos: “A:  Tendréis que estar pasándolo fatal con tanto frío.  B: ¿Te dije que los zapatos que me regalaste los estrené el domingo?”. 
2.  No recuerdes   -o di que no recuerdas-  lo que te dijo en la última sesión. Al interlocutor lo sublevará que aquello que hablasteis tanto rato, con tanto interés al parecer y que es, según él o ella, de tanta trascendencia, se te haya borrado de la memoria completamente. Supondrá que no le prestabas atención, que estabas distraído con otras conversaciones chateras o mirando otras páginas, que ya no te interesa charlar con él/ella, que eres un descuidado, etc. “¡Y para eso  -pensará furioso-   me tomé la molestia de esperar a que te conectaras, de explicarte y repetirte por activa y por pasiva…”.
3. Sin haber confesado que estás conversando también con otras personas, introduce de vez en cuando una frase dirigida a alguna de ellas, sobre todo si es cariñosa y/o sugerente: “A:  La niña no es precisamente unas castañuelas, ¿a que no?  B: Venga, a la hora que tú quieras”. Parecida crispación generará  que te confundas de nombre y llames Celia o Juani a quienes en realidad se llaman Inma o Sergio.
4. No intentes deshacer un malentendido, corrigiendo, ampliando o explicando tu expresión, hasta que no hayas obtenido de él la máxima crispación posible: “A:  Ya no te mandaré más artículos, tu periódico se va a quedar sin ellos.  B: Ah, ¿no? Somos demasiado rojos para ti, ¿eh? Te has hecho un puto burgués. ¿A cuál te has pasado?”. Lo que, en realidad, quiere decir A es que va a dejar de escribir, para el periódico de B y para todos.
5.  Cierra bruscamente la conversación y la ventana de chat, dejando casi con la palabra en la boca a la otra persona: “Me voy, adiós”. El grado extremo del pecado comunicativo es dar por finalizada la charla sin contestar o sin preparar y negociar esa clausura (“Bueno, vamos a ir cerrando el chiringuito, ¿no?”).

Estos malévolos consejos están extraídos de la pura observación de sesiones de chats. Muchos de los que acostumbráis a comunicaros por ese sistema habríais deducido casi lo mismo. 
          ¿Cuál es la explicación del efecto tan molesto que generan comportamientos de tal índole?  El motivo no es otro que el incumplimiento de unas normas o instrucciones que todos los hablantes maduros llevamos inscritas en nuestra inteligencia comunicativa y que rigen en el diálogo sin que tengamos conciencia de ellas mientras no se infrinjan. Los especialistas las llaman “máximas conversacionales” (derivadas del “principio de cooperación” del filósofo  P. Grice y definidas por él). Crean unas expectativas en cada  participante respecto al comportamiento de los demás y determinan que se considere ortodoxo (p.ej., responder a lo que alguien pregunta) o no (p. ej.  quedarse callado).
          Como es fácil de comprender, las máximas funcionan en todo tipo de interacción comunicativa, aunque cada una presenta sus propias peculiaridades. Así, en el chat, donde los participantes no se ven, dejan de actuar el gesto y el tono de las elocuciones, a los cuales se confía tanto en la charla cara a cara. Queda el simple mensaje lingüístico y resulta, pues, normal que en el contacto electrónico se violen con mayor frecuencia determinados aspectos del principio de cooperación, entre otros.
       

domingo, 20 de octubre de 2013

"MEMENTO, HOMO..."


               Antes, cuando las cosas estaban de otra manera, a todo el mundo  -bueno, casi-  le sonaba la denominación Miércoles de Ceniza.  Esa jornada en que, a los asistentes a misa, el sacerdote les ponía un poquito de ceniza en la frente o en el pelo, como símbolo de la naturaleza ínfima de los humanos, hechos de tierra, de polvo, según la narración metafórica de la creación del hombre. Al hacerlo, el celebrante decía esta frase, que en la liturgia de entonces era en latín: “Memento, homo, quia pulvis es et in pulverem reverteris”, o sea, “Recuerda, humano, que eres polvo y al polvo volverás”. Incluye un pasaje de la Biblia Vulgata (*). El Miércoles de Ceniza daba comienzo al tiempo de Cuaresma, dedicado a la penitencia y a la renovación espiritual (**).
               Una referencia a esa apelación la he encontrado hace unos días en la novela que estoy leyendo: Mentiras aceptadas, la última de J.Mª Guelbenzu.  (Madrid, Siruela, 2013, p. 196,    edición electrónica).  Pero con un error grave en la palabra “polvo”. El autor incluye la cita en latín, se supone que del  texto original de la Vulgata. Digo se supone porque en realidad escribe: “pulvis es et in pulvis  reverteris”.  Pone, así, en nominativo, que es el caso del sujeto, el complemento de destino, que debe ir en acusativo con “in”.
               Aunque parezca difícil de creer, tratándose de quien se trata, un escritor de larga trayectoria y notable prestigio, ha marrado ostensiblemente en su prurito de exhibir erudición y cultura religiosa y latina. Hubiera sido muy fácil haber realizado una consulta, ahora que internet las facilita enormemente. Es un detalle pequeño en el conjunto de la novela, la cual que puede parecer mejor o peor, según cada uno, pero no, desde luego, por mor de la ofensa a la morfosintaxis latina. Sin embargo, denota una cierta dejadez, incuria y falta de atención y esmero, en una tarea, la de la creación literaria, en la que Guelbenzu es profesional consagrado. Tarea  digna y aun excelsa, que merece más diligencia y cariño.
               No culpo solamente a quien firma el texto, sino también a la editorial Siruela, a cuyos correctores se les ha pasado una equivocación tan de bulto, que tanto canta. Porque, entre los lectores de una cierta edad (40, 50 años para arriba, al menos) y formación, la frase no es desconocida ni, en infinidad de casos, el latín tampoco.
               De todos modos, llevado por la curiosidad, me he dado un garbeo por la red y me he encontrado gran cantidad de textos de todo tipo y jaez (blogs, foros, revistas…), donde el mandato cuaresmal sufre las deformaciones más insólitas y descomunales. Anoto unas cuantas: “Memento homine quia pulvis eris et in pulvis reverteris”, “Memento mori, homine, quia pulvis est et in pulveris reverteris”, “Memento homo, qui pulvis es et pulveris reverteris”, etc. Se ve que todo el mundo se siente con derecho a manosear la lengua de Cicerón y desfigurar los textos de la liturgia católica, haciendo alarde, sin el más mínimo rubor, de su ignorancia.
               Decía antes que la cita de Guelbenzu responde, quizás, a un deseo de adornar la lengua de su relato con la de los clásicos y asentar su discurso sobre el del libro de los libros. Pero ha resultado fallido el intento, el efecto ha sido contraproducente. Es como si yo pretendo dar un toque de color y naturaleza a mi habitación y coloco en ella un jarrón con un ramo de flores mustias.

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(*)  In sudore vultus tui vesceris pane donec reverteris in terram de qua sumptus es quia pulvis es et in pulverem reverteris (Génesis, 19, 3). Traducción: “Con el sudor de tu frente comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, de la que has sido tomado, ya que polvo eres y al polvo volverás” (Sagrada Biblia. Madrid, BAC, 1964).

 (**)  En la actualidad, el sacerdote puede elegir entre esa alusión a la muerte o esta otra fórmula, menos sombría: “Conviértete y cree en el Evangelio”.