domingo, 4 de octubre de 2015

URGENTE: SE NECESITA UNA PALABRA

               Enseguida vais a ver que eso de la urgencia es pura retórica, propia de los títulos y titulares, que buscan llamar y atraer la atención del lector. Las necesidades de la lengua no son tan apremiantes nunca, aunque no estaría de más que alguien o algún organismo dieran pronto con este vocablo que precisa incorporar el español cuanto antes.

               Tiene que ver con una novedad técnica. Los adelantos aparecen a un ritmo frenético y no siempre va acompañado el nacimiento del oportuno bautizo. Hace muy poco llegó a España el “penúltimo” sistema de comunicación por internet, llamado con un nombre inglés, WhatsApp. Tardó solo meses en castellanizarse, mediante el sistema de reducción consonántica: “wasap” (http://www.fundeu.es/recomendacion/wasap-y-wasapear-grafias-validas/). Ahora, prácticamente en todo el dominio del español se denomina así. Hay que precisar, no obstante, que el sentido originario del vocablo adaptado se refiere al mensaje que se envía o recibe mediante esa aplicación: "nombre que se da a los mensajes enviador por WhatsApp, cuya denominación comercial conviene respetar", se lee en el mismo artículo de la FUNDEU citado; pero la ampliación semántica para designar el sistema mismo (la “denominación comercial”) fue inmediata. La propia Fundación invita, por otra parte, al uso del verbo derivado “wasapear”.

               La familia se compone, pues, hasta ahora, del objeto o producto, o sea, el mensaje (wasap), el sistema (wasap) y la acción en su transcurso (wasapear), pero falta la palabra o palabras de sentido incoativo, que indiquen el inicio de la acción, es decir, el acto de “llamar” a alguien por wasap, de enviarle el mensaje de establecimiento de contacto. Ese es el hueco léxico aún vacío, que hay que cubrir “urgentemente”. Mientras, estamos usando la expresión “mandar/enviar un wasap”, claramente menos económica y con un significado mucho menos preciso. Necesitamos un vocablo paralelo, precisamente, a “llamar”, que es el propio para ‘intentar establecer contacto por teléfono’. De momento no se me ocurre ninguno ni he visto que haya propuestas al efecto. ¿Podrá servir el verbo “wasapear”, tras incorporar el significado aún sin nombre? Se diría, entonces, “Luego te wasapeo y te digo la hora”, “Te wasapeé, pero no me contestaste”, “Ella nunca nos wasapeará, esperará a que alguien lo haga”, etc.


martes, 30 de junio de 2015

HIJO (I)

               Hace un año largo, en uno de esos programas que Juan Imedio tiene en Canal Sur con niños, creo que los viernes por la noche, apareció un chiquillo sevillano, cofradiero hasta la médula, mostrando orgulloso un trono pequeño, que se supone portan niños metidos debajo, como los costaleros adultos. El espigado presentador hizo intento de colarse en ese hueco, sin poder meter más que la cabeza. El joven semanasantero le espetó con energía: “¡Es que eres “mu” grande, hijo”.  Verdaderamente, la diferencia de edad y de estatura hacían chocante el uso de ese término, “hijo”. A mí me llamó la atención.
               Igual que me llama la atención oír en numerosísimas películas americanas el vocativo “hijo”, dirigido a algún muchacho o adulto joven por parte de hombres de cierta edad, con un tono de superioridad  no exento de desprecio o desapego al menos, sin importar la condición social de ambos: “Un inteligente abogado como tú no debería haber perdido esta causa, hijo” (frase dicha por el abogado oponente, un letrado ya curtido). Confieso que, aunque lo he intentado, no me ha sido posible determinar qué palabra inglesa se traduce ahí como “hijo”. Añado que nunca he visto aparecer en contextos parecidos la variedad femenina.
               Ambos empleos, muy diferentes a simple vista, me han llevado a examinar con cierto detenimiento los valores y usos de la palabra “hijo” en nuestra lengua. Partiendo del significado fundamental y básico de “persona respecto de su padre o de su madre”, el DRAE salta a consignar una acepción muy general, “expresión de cariño entre personas que se quieren bien”, pasando por alusiones conectadas con la primera y/o la segunda.  Sin embargo, tanto en los dos casos que he citado al principio, como en otros similares que luego referiré, me parece descubrir algo muy distinto: un matiz de recriminación, admonitorio, de protesta o queja, de acusación e incluso de mofa en la frase donde se incrusta el vocativo, que altera el significado del propio vocablo. El niño del trono chico pareció culpar al espigado locutor, y no a sus reducidas andas; el abogado ganador del juicio presumía a costa de su oponente, ironizando sobre su inteligencia, para añadir ese “hijo”, que parecía motejarlo de adolescente imberbe y novato.

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HIJO (y II)

               En una recolección apresurada y asistemática, me he encontrado con pinceladas de reconvención, afeamiento, acusación también, en momentos en que una persona no concede a otra una petición (un caramelo, por ejemplo) y esta lo despide entre malhumorado, despechado, deseoso de venganza y lleno de menosprecio: “Anda, hijo, a ver si te atragantas”, “Anda, hijo, métetelo… donde te quepa”. Miremos este otro ejemplo: una chica le enseña al novio su vestido nuevo, él apenas la mira y no dice nada, por lo que ella lo acusa: “Osú, hijo, qué esaborío eres” [“Jesús, hijo, que antipático eres”]. Nótese cómo en estos dos enunciados últimos, el vocativo “hijo” (o “hija”, aquí sí) va antecedido de una interjección (“osú”) o un verbo en camino de dejar de serlo (“anda”).
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Similar matiz negativo presenta, por último, el vocablo “hijo” en vocativo, cuando se quiere hacer ver a alguien (el “hijo”) que no ha hecho las cosas como debiera o como se esperaba: “Pero, hijo, mira cómo has dejado la cocina”, “No, hijo, así no conseguirás nada”, "Ay, hija, alegra esa cara".   
               En todos estos casos, en que la palabra “hijo” adquiere sentidos alejados del núcleo semántico originario, poblado de afecto, ternura, comprensión, proximidad, simpatía, etc., cabe preguntarse el motivo de tal mutación, mejor dicho, del paso de un extremo al opuesto. ¿Tal vez porque a los hijos, a pesar de que se les quiere, también se les advierte e incluso se les riñe si hacen lo que no deben o como no deben?  
               Termino narrando otra anécdota: desde hace años, suelo ir a comprar agua o cerveza a un mismo kiosco cuando vamos a la playa; el dueño y dependiente, siempre, siempre, siempre, me trata de “hijo”. Puesto que soy mayor que él y nunca me porto mal, sinceramente no acierto a descubrir en qué rara categoría semántica me encuadra.


jueves, 18 de junio de 2015

CONVERSACIÓN MÚLTIPLE

               Estaba pensando dirigirme por algún medio a algunos de mis contactos de wasap y a ciertos amigos de facebook, para censurarles una conducta viciada que a veces muestran en sus conversaciones digitales (chats). Decirles que no deben “hablar” con varias personas a la vez; que, aunque ellos digan que pueden atenderlas sin merma de atención, comprensión y respuesta, no llevan razón; que nuestra mente no está hecha para realizar diversas tareas simultáneas, sobre todo si son de cierta complejidad; que, si se actúa así, la recepción de los mensajes será muy superficial, a fogonazos, percibirán únicamente lo más llamativo; que no menos liviana, cuando no desenfocada, será la contestación; que no agrada a nadie esperar a que el otro termine con todas sus interlocuciones paralelas, antes de seguir con uno; que lo más seguro es que se acostumbren a este modo de comunicación múltiple y tan por encima, dados la inclinación a acumular y el gusto por la prisa, la impaciencia… tan de ahora; que terminarán por no saber ni poder asistir a otras modalidades donde sea necesario concentrarse en una sola señal, para efectuar una comprensión profunda, reflexiva, crítica, como la lectura de libros, el cine, la conferencia, etc.; que llegarán  -si no han llegado ya- a rechazar actividades como estas por mero aburrimiento, acostumbrada como tienen su mente a la saturación más absoluta, la velocidad, el estrés. Etc., etc.

               Como digo, esto, más o menos, tenía pensado expresarles a algunos amigos de facebook y contactos de wasap, cuando pasó por mi pantalla una página que me vino de perlas; me pareció que google me había leído el pensamiento. Es esta:

En ella se presenta a la holandesa Eline Esnel, directora de la Academia Internacional de Enseñanza de Mindfulness y su método de meditación para niños, recogido en Tranquilos y atentos como una rana, un libro que ha vendido 150.000 ejemplares en 27 paíases.Se le hace una breve entrevista, dirigida a dar a conocer y promocionar la obra. Dice literalmente:
"Estoy convencida de que los niños del siglo XXI tienen muchos problemas de concentración, demasiadas distracciones. Nuestro cerebro no está hecho para hacer muchas cosas al mismo tiempo, funciona mejor si se hace una cosa detrás de otra. Los niños de hoy en día esrán muy atareados. El botón de encendido les funciona muy bien, pero ¿dónde está el de pausa?".

               Pues ya he dicho lo que quería decir a mis contactos y amigos, y con palabras más autorizadas que las mías. Aplíquense el cuento, aunque ya no sean tan niños.



domingo, 14 de junio de 2015

...DETRÁS DE LA PUERTA (I)

Cuando el autobús de los reclutas llegó al campamento, era casi la hora de cenar. Los muchachos dejaron sus mochilas en un rincón de un amplio dormitorio con literas, al que oyeron que el sargento acompañante denominaba “la compañía”; en la puerta tenía el número 23. Camino del comedor, se percataron de que había muchas más compañías, dispersas por el llano, y de que la 23 era la última.  Ocuparon dos mesas alargadas, de piedra gris. La débil y fría luz de las escasas barras de neón prestaba al espacio y a los objetos un aire poco acogedor, sombrío e incluso algo tétrico, que los nuevos reclutas compensaron con una sarta de ocurrencias y chistes sobre la nueva vida que en ese punto y hora estrenaban.
Eran quince, procedentes de las provincias de Málaga, Granada, Jaén y Almería. Todos estaban en mitad de su carrera, Económicas, Físicas, Magisterio, Filosofía y Letras… Iban a realizar el período inicial de las milicias universitarias, que por primera vez se llevaría a cabo en un C.I.R. (“Campamento de Instrucción de Reclutas”), junto a los jóvenes de reemplazo.
           De vuelta a la compañía, guiados y espoleados por el mismo sargento para que se dieran prisa, les asignó las camas y les ordenó acostarse y dormirse, sin más explicaciones, a ellos y a todos los demás reclutas de la compañía. A Eduardo le tocó una litera de abajo, tan dura, sucia y maloliente, al parecer, como todas las demás. Por suerte, no era excesivamente escrupuloso y, además, el sueño le dejó poco tiempo para apreciar y lamentar lo inhóspito del lecho.          
         De pronto, la vigorosa melodía de una trompeta, acompañada de fuertes y destempladas voces del sargento, despertó a Eduardo, que no pudo evitar un sobresalto.  Era la corneta, que daba el “toque de diana”. Se incorporó, miró a su alrededor y vio a todos los chavales fuera de sus camas, medio vestidos ya, obedeciendo los gritos del mando, de nuevo atosigando a los que ya empezaban a parecer sus subordinados, para que avivaran, también ahora. Eduardo, muchacho tranquilo y de reacciones lentas, solo se había podido poner los pantalones, cuando oyó por primera vez una orden enérgica y tajante, que tanto desasosiego y desorientación le produciría cada amanecer de los tres meses siguientes: “¡¡A formar!!”. El brazo extendido y la señal del dedo índice de quien la emitió, dejaron claro que había que salir fuera de la compañía… a formar, o sea  -entendió Eduardo-,  a ponerse en fila o algo así en la puerta. ¿Para qué? No se sabía. ¿Por qué tan corriendo? Nadie preguntó  -la actitud de quien mandaba no invitaba a tomarse tanta libertad- y nadie lo explicó. Los muchachos debían de estar percatándose ya de que allí las cosas se hacían con la máxima rapidez, a toda velocidad, como si se fuera a llegar tarde a algún sitio o siempre se hubiera producido algún retraso; más aún, como si te estuvieran persiguiendo. Pronto se darían cuenta también de que no se debía a ninguna de estas razones u otras parecidas: simplemente era porque sí y, a partir de ahí, porque todos los que tenían alguna jerarquía, desde el cabo al coronel, imponían y reforzaban el modelo en cada cambio de actividad.

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...DETRÁS DE LA PUERTA (II)


Eduardo salió, como otros muchos, con la camisa y el jersey en la mano, sin calcetines y con los zapatos en chancla. Corrió todo lo que pudo  -aplicando ya, inconscientemente, el absurdo patrón general de conducta acelerada-  y alcanzó a ocupar la penúltima plaza de una de las dos filas que se formaron. Se alegró de no estar en la cola, como todos los que le antecedían. Según se pudo comprobar en las próximas semanas, las continuas carreras características daban como consecuencia la aparición de brotes de rivalidad, la pugna por llegar los primeros o, al menos, no ser los últimos. Quienes quedaban descolgados del pelotón, no solo eran avergonzados e incluso castigados por los superiores, sino también escarnecidos por los iguales. Todos terminaron por asimilar, al menos aparentemente, el valor absoluto de la celeridad, nunca justificada. De camino, se fue imponiendo un tipo de comportamiento como lucha, como disputa, como aspiración a ganar, a pesar de que el  premio solo fuera un puesto de cabeza o dos segundos menos de tardanza. La inclinación innata de Eduardo a la comodidad chirriaba en su interior con tal proceder, porque él nunca había buscado quedar por encima o por delante como meta, aunque solo fuera por no molestarse. No obstante, aquí caía a veces en la trampa y se esforzaba por ser de los primeros, sin que se pudiera explicar bien por qué.

Cuando el chaval escapó del aturdimiento de los primeros días, en que se comportó como una máquina accionada por órdenes que a él le sonaban a temibles alaridos, empezó a sentirse incómodo, molesto e incluso irritado, por la opresión del apresuramiento continuo. La parte de la jornada con actividad reglada (desde diana, a las seis y media, hasta marcha o tiempo libre, a las cinco de la tarde) le parecía como una película proyectada a cámara rápida, o sea, una sucesión de imágenes que no acertaba a distinguir, porque pasaban vertiginosa y atropelladamente; tampoco podía pararse a disfrutar, llegado el caso, de algunos de los ejercicios o quehaceres, que seguramente le hubieran interesado o al menos entretenido. El pobre Eduardo se parecía a un trompo cuando es lanzado a la cingulera y da vueltas y vueltas… por mera inercia. Claro que él lo veía al revés, como si todo lo que le rodeaba le diera a él vueltas y vueltas, impidiendo que la capacidad de reconocimiento y pensamiento le funcionara a su ritmo, es decir, pausadamente, sosegadamente, con libertad para detenerse aquí o allí, después continuar, etc.

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... DETRÁS DE LA PUERTA (y III)


Durante las horas de tiempo libre, los reclutas se imponían dos deberes: uno, comer para matar el hambre que sentían después del almuerzo y la cena, con platos que raramente se podían ni siquiera probar (parecía que, muy de acuerdo con los objetivos de la formación militar, o sea, para la guerra, allí se cocinaba no para los soldados, sino contra los soldados); y el otro, beber. No agua ni ningún otro inocente líquido. En absoluto. Pedían en la “cantina” (así llamaban al bar de la tropa) unas botellas de cocacola, se bebían el 90% del negro contenido y, a continuación, pedían que rellenaran los cascos con ginebra, lógicamente de garrafón. Así, al cuarto de hora de tal operación, ya estaban curdas, con un cebollón que llevaría su espíritu en volandas hasta la hora de la supuesta cena. Durante ese tiempo, el cerebro de Eduardo seguía rotando en torno a su eje, pero no ya por el apremio impuesto a sus acciones, contrario, como se ha dicho, a su naturaleza y a la más mínima sensatez, sino por el efecto del alcohol, que se intensificaba con el continuo y compulsivo fumar, no siempre cigarrillos. El caso es que no se puede decir que el recluta estuviera más fuera de sí, más enajenado, por la mañana y principio de la tarde, cuando lo traía y lo llevaba la corneta y la garganta del sargento o el cabo, que por la tarde, cuando las risas y las payasadas (algunos días, mezcladas con discusiones y peleas), producto de la vulgar ginebra, eran distracciones totalmente postizas.

Transcurrieron los tres meses de campamento. Poco después de cumplirse el primer mes, la ansiedad y la tribulación que aquel singular internado le producía a Eduardo, empezaron a mermar y a convertirse casi en sosegada resignación, cuando advirtió que la formación como soldado pivotaba sobre un núcleo conceptual, plásticamente expresado por un veterano que hacía de barbero y un día lo rapó: “Muchacho, cuando se entra aquí, hay que colgar los cojones detrás de la puerta. Al salir los recogerás.”

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(Las imágenes proceden de las siguientes webs: 

martes, 24 de marzo de 2015

ELECCIONES ANDALUZAS

               Un recurso muy socorrido para los partidos políticos que no alcanzan en las elecciones los resultados esperados o deseados es el de la deficiente comunicación. Unos, más acomplejados, suelen autoinculparse, diciendo que no han sabido explicar sus propuestas, que no han vendido bien sus logros, que no han llegado o que no han oído a la gente. Otros, con autoestima menos baja, dirigen su ira contra los medios, denunciando el trato que les han dado en las televisiones o en los periódicos, acusándolos de partidismo más o menos explícito o soterrado. Muchos se quejan, por fin, de no disponer de de tanto dinero como otros para la propaganda y para la organización de actos en ciudades y pueblos.
               Desde fuera de los partidos se alude también con frecuencia a la limitada capacidad y escaso carisma de los candidatos más altos, que determinan la imagen del conjunto: son aburridos y sosos, utilizan un lenguaje demasiado formal, su vestimenta es excesivamente clásica o bastante descuidada, no son fotogénicos, etc. 
               Puede que todo esto sea cierto. Admito también que tenga su peso y condicione el voto de un sector de electores. Pero ni la forma de expresarse de los aspirantes ni su aspecto personal  juzgo que sean factores decisivos: nunca me he creído, por ejemplo, la “leyenda” según la cual Kennedy ganó unas elecciones a Nixon porque en un debate televisivo este mostraba sombras en la cara, como de no haberse afeitado.
               Tengo para mí que los dirigentes políticos, si pudieran desprenderse de ese deseo irrefrenable o esa necesidad imperiosa de ganar las elecciones inmediatas y relajarse para poder pensar, deberían reflexionar acerca de la cuestión que planteo. Y, si lo hicieran sin tanto apremio, tal vez caerían en la cuenta de lo siguiente: si los votantes o un grupo de ellos no entiende las exposiciones orales en directo o en los medios de los candidatos, la mayoría de los cuales se expresa muy bien  (pues unen a sus cualidades innatas una formación específica en centros especializados y una experiencia amplia en muchos casos), o se dejan llevar solo por el color de la corbata o el peinado o los tacones… de quienes se ofrecen para regir los destinos de la nación, la región o la ciudad, entonces el problema no es de los candidatos, el problema es del público elector, que no está a la altura de la circunstancias.                   Quienes, según se oía en tiempos, exclamaban con embeleso, aunque sin enterarse de nada, lo bien que hablaba Felipe González, tenían un serio problema; quienes se escudan en que Rajoy no posee atractivo, carece de gancho…, para inclinarse por otro partido, tienen un serio problema; quienes se identifican con Podemos porque sus líderes se han calzado el “uniforme juvenil” y dan caña, tienen un serio problema; quienes han votado a Ciudadanos por lo guapito y joven que les resulta Albert Rivera, tienen un serio problema. Etc.
               Así que, señores de los partidos, dejen de esconderse detrás de los supuestos defectos de comunicación. Generalmente, la pérdida de votos no es una mera cuestión de forma, de sus formas. Un argumento más: el mismo Rajoy, exactamente el mismo, soso,  gris, distante, que perdió varias elecciones nacionales y ha acompañado el actual bajón de Andalucía, disfruta de una mayoría absoluta en el país y en los anteriores comicios andaluces aparecía al lado del ganador Arenas. señores políticos, miren más a los contenidos que difunden y no se preocupen tanto de su envoltorio. En cualquier caso, los problemas de comunicación los tienen, muchísimas veces, como digo, los receptores de los mensajes, no sus emisores, ustedes, que  - al  menos en esto-  son más bien víctimas.  



jueves, 12 de marzo de 2015

MADURO

Ciertamente, la palabra “maduro” está de actualidad. No tanto con minúscula y función adjetiva, sino con mayúscula, como corresponde a un nombre propio, en este caso el apellido del presidente de la República Bolivariana de Venezuela. Él mismo advirtió que aparece en la prensa española más que Rajoy y que ganaría unas elecciones si se presentara, tal es el grado de popularidad. Sin embargo, yo me voy a referir aquí, no al mandatario americano, sino al adjetivo, origen a su vez del verbo “madurar”.        
             La RAE recoge dos sentidos básicos para este término: uno, relacionado con los frutos, “que está en sazón”, aunque también puede aplicarse a otros objetos, incluso abstractos (“Esa propuesta no está aún madura”), y otro relacionado con las personas, “prudente, juicioso, sesudo”; de este se deriva un tercero, persona “entrada en años”.

En algunas zonas dialectales de  España, existe una variedad, caracterizada por la pérdida de la “d” intervocálica (“maúro”) y por encerrar un significado especial, aparte de adquirir la categoría de sustantivo (“Tu novio es un maúro”). Así, en Canarias, es la “persona que vive y trabaja en el campo” o, para los de ciudad, el que habita en “cualquier pueblo de la isla”, y en general  “persona tosca, sin educación” (http://www.academiacanarialengua.org/palabra/mauro/); a su vez, en gran parte de Andalucía, “maúro” nombra a la persona “bestia, ignorante, cabezona” (http://fititu.es/definicion/malaga-2/esteponero/maro-2/ ). 
Ciñéndome a lo que conozco de la modalidad andaluza, voy terminar de describir el funcionamiento de ambos términos, señalando los siguientes hechos: a) la realización “maúro” aparece en ocasiones para mencionar también la fruta “en sazón” (“No me gustan las peras si no están maúras”); b) nunca se llama “maúro” a una persona para aludir a su veteranía (salvo si se hace en diminutivo: “Antonio ya está maurito”); c) la forma “maduro” nunca se refiere a ‘ignorante’, ‘tosco’, ‘cabezón’, designación que corresponde en exclusividad a “maúro”; d) la variante “maduro” va con el verbo “estar”, mientras que “maúro” como ‘ignorante’, ‘tosco’, ‘cabezón’ acompaña al verbo “ser” (excepto cuando es diminutivo y vale como “adulto de cierta edad”).
             Se da, pues, un fenómeno similar al que analizamos para los dobletes “caducando”/”caucando”, "calidad"/"caliá" y otros (http://jaramito.blogspot.com.es/2013/06/caucando-calia-y-similares.html). Aquí, el doblete lo constituye “maduro”/”maúro”, dos términos relacionados, al menos fonéticamente, que se diferencian por haberse especializado cada uno es un significado propio y específico. 




miércoles, 28 de enero de 2015

DENUNCIAS

http://www.letraslibres.com/blogs/
blog-de-la-redaccion/el-falso-debate
               Estoy viendo la grabación de la entrevista del pasado 24 en la “Sexta” a Pablo Iglesias. He parado a la mitad para redactar este comentario sobre un aspecto que me parece interesante. Y también, por qué no decirlo, para descansar de oír tanta vulgaridad. A las primeras preguntas con cierto trasfondo acusatorio, referentes a comportamientos dudosos de miembros destacados de Podemos que la prensa ha señalado últimamente, el interrogado responde a los presentes, con machacona insistencia, que, en vez de airear en tertulias tantas supuestas ilegalidades, vayan y presenten formalmente las correspondientes denuncias en los juzgados. 

               Lo hacen muchos políticos cuando se ven acorralados. Y, en ocasiones, consiguen lo que pretenden: callar a los plumillas y demás interlocutores o atemperar sus impulsos, taponar una vía “peligrosa”. A algunos contertulios que consiguen no alterarse demasiado y mantener la cabeza fría, he visto tratar de defenderse (de manera muy débil), respondiendo que ellos no están para andar por los juzgados, sino para informar a los ciudadanos o ejercer la profesión a la que se dediquen.

               Todos, los que enmudecen y los que se revuelven como pueden, creo que necesitan un poco de más capacidad dialéctica. Y más formación en general, porque suelen ser de bajo nivel los debates televisivos. A ningún participante he observado que se le haya ocurrido echar mano de una modalidad de réplica muy sencilla, pero bastante más eficaz casi siempre: hacer de frontón o muro de rebote. O sea, devolver la pelota al tejado del de enfrente, diciéndole algo así: “me reitero en mis palabras acusatorias y te invito, ahora yo,  a que me denuncies por eso, ya que, si no lo haces, es que las das por ciertas, aunque insistas aquí en negarlas”. Como es natural, salvo en cuerstiones muy graves, los partidos no van a ocupar su tiempo y su dinero (las tasas hay que pagarlas) en mil juicios, lo mismo que tampoco los periodistas o tertulianos en general. Aparte de que, en el fondo, tal vez se sepan culpables o teman serlo. Ni siquiera Podemos lo hará, a pesar de que en esa entrevista repitió varias veces el señor Iglesias, con tono de amenaza, que "se verán en los tribunales" con quienes hagan acusaciones "falsas".

               El fin de unos y otros (sean o no profesionales de la comunicación) es desgastar a los del lado opuesto, delante del público televidente, y no mandar a chirona a nadie. Pero, como digo, para eso hace falta estar mejor preparado.



jueves, 1 de enero de 2015

CASTIGOS Y PREMIOS DIGITALES

               A veces le da a uno por pensar (con frecuencia, temer) que la informática sirve para todo. Lo mismo te analiza los riñones, que te busca una media naranja más o menos duradera o te ayuda a presumir de libros que no has leído. Da esa sensación cuando se difunden casos como los que os voy a contar. Una madre, desesperada, encolerizada porque su hijo solo  le cogía el teléfono cuando le venía bien o le daba la gana, ha aprovechado sus conocimientos informáticos para idear una aplicación que bloquea el móvil del chaval cuando no contesta a su mami, de modo que ni puede mandar mensajes, ni jugar, ni llamar a nadie que no sea ella misma. La señora confiesa que su hijo está desconocido, por la solicitud y amabilidad con que contesta sus llamadas. Otra, deseosa de controlar también a su prole, concretamente a una hija, colocó en los teléfonos un artilugio que le enviaba información de los puntos por donde pasaba y, como es lógico, en donde se encontraba. 
               No sé si es necesario que los padres se desvivan tanto por la seguridad de sus hijos. Seguramente, no en todos los casos. Aplaudo, sin embargo, que se utilice la técnica para pequeños servicios como los que acabo de mencionar, sobre todo educativos, y no solo para grandes creaciones, espectaculares, impresionantes, pero sin ese rendimiento en el ámbito simple de lo cotidiano.
               A mí, que no soy más que un usuario corrientito del ordenador y del móvil, se me ha ocurrido una utilidad también con orientación didáctica. Me he dedicado toda mi vida profesional a dar clases de Lengua y Literatura, lo que quiere decir que “he perdido” muchísimo tiempo en intentar que bastantes de mis alumnos mejorasen la ortografía. Casi todos los ejercicios y técnicas que he aplicado han sido inútiles. Me imagino que, desde que no enseño, el incremento de la cacografía (y otros delitos lingüístico-textuales) que noté al final de mi carrera profesional por mor de las conversaciones chateras (ahora generalizadas con el wasap) habrá llegado al infinito. Incluyo un ejemplo, que no representa los grados más extremos; el autor tiene una edad como de 4º de la ESO, pero un nivel inferior:

Aki toy ya // En el campo // Valla coaaa que me ha pasado // Mira por la tarde tava con puri iva a cerrar el mercadona y digo posbyo no comprao la bebía total me acuerdo de sus 10 y cuando me los de mi mqe los cojo otra vez y ahora va mi mae y me compra una hotella de 15 euros y ahora solo me dan 10 pk ya tengo la botella y tengo q comprq tavaco exar gasolina hielos fanta vaso puf

               Pues bien, si yo supiera de informática, al menos tanto como las madres mencionadas, crearía un resorte que, ubicado en el móvil, borrara toda palabra mal escrita, bien por error ortográfico “normal” (“j” por “g”, “b” por “v”, ausencia de tilde, etc.) bien por acortamiento (“xq”, “tbn”, etc.), de modo que el mensaje quedara truncado y fuese ininteligible.
               ¿No creéis que conseguiría cambiar la actitud descuidada e irresponsable de los niños respecto a la escritura y que hasta lograría eliminar numerosas faltas, incluso cuando estén escribiendo con boli o lápiz? Estoy convencido de que sí. Sería, sin duda, una gran ayuda para la formación en expresión escrita. Y mucho más si, como aconseja la pedagogía, el castigo telefónico se compensara con un premio, consistente en mayor capacidad del móvil para algo o más velocidad en sus operaciones.
               Lo malo es que no sé cómo se crea una aplicación como la que ha producido mi fantasía educativodigital.             
               Y, hablando ya en general, o sea, incluyendo las iniciativas de las bienintencionadas madres, lo peor es que los niños, que en esto de la tecla saben hasta latín, se pongan a indagar y, espoleados por un deseo de “supervivencia” o por el simple morbo de saltar la barrera de lo prohibido, descubran el modo de desactivar, romper, anular… sistemas como los que acabo de describir. Entonces, por desgracia, solo quedará recurrir al método tradicional, el de toda la vida: “Niño (o niña), te quedas sin móvil hasta…”.