Ha llegado a mis manos, mediante la generosa acción de un buen amigo, cómplice y guía de lecturas, la novela Los enanos, que me ha impresionado bastante. Su autora, la valenciana Concha Alós, tal vez no suficientemente conocida y apreciada en el mundo de la literatura, es, sin embargo, la única autora que ha recibido dos veces, en años casi consecutivos, el premio Planeta. El primero lo mereció, precisamente, la novela Los enanos en 1962; el segundo, en 1964, fue La Hoguera. Ocurrió, sin embargo, que hubo de renunciar a aquel a requerimiento de la editorial Plaza y Janés, con la que al parecer estaba contratada con anterioridad la publicación.
Llama la atención de la obra que me propongo comentar lo descarnado del panorama vital que presenta, donde una serie de personas, cuya existencia está dominada por la desgracia, la pobreza, el hambre, la mala suerte, la soledad, la falta de perspectiva alguna y el cruel destino que parece aguardarles. Son hombres y mujeres que habitan en una casa de huéspedes, con derecho a cocina y cuarto de aseo común, en habitaciones alquiladas de tres o cuatro camas, en las que duermen y pasan buena parte de muchos días, sin tener ninguna relación ni parentesco. El trato no es violento ni agresivo, pero el aislamiento, la independencia y el desafecto son la nota destacada. El relato abarca un tiempo indefinido, tal vez un año o dos de la década de los 50, donde no se producen cambios significativos, salvo alguna muerte o la sustitución de unos inquilinos por otros.
Es un texto incómodo, perturbador, a lo largo del cual se suceden situaciones, comportamientos, acaecimientos a cual más áspero y desagradable. El encadenamiento que configura la trama no sigue un orden determinado, pues los hechos no se organizan según el factor temporal o local, ni tampoco en torno a los personajes; tampoco hay una división clara en etapas. Con harta frecuencia, tras la intervención o la acción de una mujer u hombre (o de niños, que también los hay, uno incluso retrasado) se pasa sin transición a los de otro u otros personajes, y de estos se salta a unos nuevos, para volver luego atrás, etc., con un simple punto y aparte. Da la impresión de que se trata de las anotaciones de un observador que, dirigiendo la vista a un lugar u otro sin demorarse más de un instante en ninguno, va recogiendo en un cuaderno lo que está pasando y lo que está haciendo y diciendo cada uno de los numerosos individuos que lo rodean. Tal modo de organizar la trama es heredero de un tipo de relatos con forma de mosaico, de los que La colmena, de C.J. Cela, constituye el modelo más conocido y destacado. Entre esta obra, que apareció en 1951, y Los enanos median más de diez años, por lo que cabe hablar de influencia, de asunción de un modelo establecido y consolidado.
Caracteriza, pues, la novela la técnica del protagonista colectivo, ya que todos los que aparecen forman en conjunto una masa humana cuya existencia transcurre sin pena ni gloria y es la que se narra.
Otro componente del relato de C. Alós creo que evidencia una conexión con la narrativa inicial de Cela. La familia de Pascual Duarte, (1942) inicia una corriente literaria que los críticos bautizaron, exitosamente, con el nombre de «tremendismo». Se retrataba la cara más sórdida y miserable de la condición humana, la vida de los seres más desdichados, para lo cual bastaba, en parte, con posar la vista y el corazón en la sociedad de los años posteriores a la Guerra Civil Española. La nada (1945), de Carmen Laforet, es otra excelente representante de este tipo de literatura de carácter social.
Para el lector contemporáneo de la publicación de Los enanos, la etapa de la postguerra era ya un tanto lejana, aquellos sufrimientos y aquella postración del país pertenecían a una etapa distante y bastante distinta a la de los años 60, en que empezaban a despuntar un optimismo vital, un relativo desarrollo y un cierto bienestar en el país. Muy otra sería el efecto producido en su momento por las obras de Cela o Laforet que se han citado, las cuales vieron la luz en los años inmediatos a la Guerra Civil. Casi me atrevería a afirmar que, a veintitantos años de terminada la contienda, esta y sus consecuencias empezaban a constituir más un tema de análisis y estudio históricos que una experiencia o una vivencia todavía calientes, pese a que muchos de los combatientes aún respiraban y persistían muy duros recuerdos. No digamos ahora, pasada la segunda década del siglo XXI. Me parece, así, que no cabe en la actualidad ni siquiera la consideración de valor reivindicativo de este tipo de obras, encarnado en quienes padecieron la condición de perdedores y la trágica incidencia de tal hecho durante el franquismo, así como en la memoria de sus descendientes. En cierto modo, la obra de Concha Alós, que juzgo una excelente novela, no solo por el contenido, sino sobre todo por la forma (de mosaico, de colmena), tan conseguida, es una especie de pieza de museo para los lectores actuales de menos de 50 años, eso sí, tan admirable como literariamente valiosa.