Era una maravillosa y soleada mañana cuando Clara, una joven de tan solo 20 años, se
encontraba en plena preparación para un viaje muy especial que la llevaría a la capital
junto a sus padres. La emoción la embargaba con cada paso que daba, pues se
proponía buscar y comprar un vestido de fiesta en unos almacenes de gran renombre
y categoría. Este vestido era de vital importancia para Clara, ya que había sido
invitada a la boda de una de sus mejores amigas, que se celebraría en la semana que
estaba por venir, y su mayor deseo era lucir espectacular en una ocasión tan
significativa.
Clara era conocida en su círculo íntimo por ser caprichosa e indecisa, características
que a menudo ponían a prueba la paciencia de quienes la rodeaban, especialmente la
de sus padres. Sin embargo, estos siempre habían sido comprensivos. Ahora se
disponían a acompañarla en esta importante misión, que parecía tener un peso
especial para su hija.
Cuando finalmente llegaron a los almacenes, Clara se sintió deslumbrada por la
elegancia y el lujo que emanaba de aquel lugar. Los maniquíes en los escaparates
lucían vestidos de ensueño, cada uno más hermoso y cautivador que el anterior. Al
entrar, fueron recibidos por un dependiente que, aunque solía carecer de la
diplomacia necesaria y mostraba una escasa paciencia, trataba de mantener la
compostura para ofrecer un servicio adecuado.
—Buenos días, ¿en qué puedo ayudarles? —preguntó el dependiente, con una
sonrisa un poco forzada, que reflejaba quizás un ligero cansancio.
—Buenos días —respondió la madre de Clara con un tono amable—. Mi hija
necesita un vestido de fiesta para una boda. Queremos algo elegante y adecuado para
la ocasión.
El dependiente asintió con la cabeza y comenzó a mostrarles una cuidadosa selección
de vestidos que podrían ser de su interés. La indecisa, se dedicó a examinar cada uno
de ellos con detenimiento, pero siempre encontraba algún pequeño defecto que la
llevaba a descartarlos.
—Este vestido es demasiado largo y no me favorece. De este otro, no me gusta el
color. ¿No tiene algo que sea más brillante? —se quejaba Clara, mientras el
dependiente intentaba, con esfuerzo, no perder la paciencia y mantener un semblante
amable.
Entre los vestidos que Clara revisaba, había de todo tipo. Se presentaban trajes de
cóctel, ideales para ocasiones semiformales, con diseños que parecían ser elegantes y
sofisticados; también estaban los vestidos de noche, perfectos para eventos formales
como el de la boda, alargados y decorados con detalles elaborados y relucientes; y no
podían faltar los vestidos llamativos y coloridos, ideales para actos sociales donde se
conjugarían el brillo y la diversión. Tras una hora de búsqueda exhaustiva, Clara
seguía sin lograr decidirse por nada en particular. Además, dejaba todos los vestidos
regados por el suelo, sin tener la paciencia de ponerlos en su sitio, lo que aumentaba
la frustración del dependiente.
El dependiente, visiblemente nervioso por la situación, intentaba mantener la calma
al dirigirse a la chica:
—Señorita, ¿podría ser más específica sobre lo que busca? —preguntó, tratando de
mostrar serenidad en su expresión.
Clara suspiró profundamente y miró a su madre en busca de apoyo. La madre, con
una sonrisa comprensiva y alentadora, le sugirió que comenzara a probarse algunos
vestidos para ver cómo le quedaban y así tener una mejor idea de lo que realmente
quería. Finalmente, accedió y comenzó a probarse una serie de vestidos. Primero, se
puso uno de cóctel corto, ajustado y elegante, que resaltaba sus encantos y su figura
juvenil. Luego, un vestido de noche largo, confeccionado con encajes y bordados que
le conferían una elegancia y sofisticación inigualables. Además, también tuvo la
oportunidad de probar un llamativo vestido de fiesta que, con sus colores intensos y
su diseño moderno, prometía ser atrayente e incluso excitante. Cada vez que Clara
salía del probador, sus padres la miraban con orgullo y admiración, deseando que al
fin encontrara lo que buscaba, pero ella, aún insegura y anhelando más, seguía
sintiéndose incómoda y sin la certeza de haber encontrado su elección final. El
dependiente, aunque era evidente en su agotamiento, no se rendía y continuaba
trayendo nuevas opciones.
Finalmente, después de una larga y exhaustiva búsqueda, cuando los padres estaban
ya desesperados, la chica decidió probarse un vestido de línea A, que resultaba ser
ajustado en la parte superior y contaba con una falda que se ensanchaba hacia abajo,
dándole un aire de inocente belleza. Era de un color azul oscuro que la hacía destacar,
con delicados detalles de encaje en el escote y la cintura. Al mirarse en el espejo, Clara
experimentó una sensación única. Por fin, sintió que había encontrado el vestido
perfecto, el que la haría brillar en la boda.
—Este es —dijo entusiasmada con una sonrisa radiante que iluminaba su rostro—.
Este es el vestido que quiero. ¡No puedo esperar para lucirlo!
Sus padres suspiraron aliviados, contentos por la decisión de su hija. El dependiente
también sonrió y, aunque cansado por la larga jornada, se sintió satisfecho con la
elección final de la joven.
Sin embargo, cuando llegaron a la caja para pagar, Clara notó un pequeño defecto en
el encaje del vestido.
—¡Oh no! —exclamó, frunciendo el ceño—. ¡Mira esto, mamá! ¡El encaje está
deshilachado! No puedo llevarme este vestido así.
El dependiente, visiblemente agotado, trató de calmarla.
—Señorita, podemos arreglarlo rápidamente, no será un problema.
Pero Clara ya había tomado una decisión.
—No, no. Prefiero buscar otro. No quiero arriesgarme.
Su madre , ya cansada, intentó razonar con ella.
—Clara, cariño, llevamos horas aquí. Este vestido es hermoso y el defecto es mínimo.
Podemos arreglarlo.
—¡No, mamá! —respondió Clara con firmeza—. No quiero un vestido con defectos.
Quiero algo perfecto.
El dependiente, tratando de mantener la calma, intervino.
—Señorita, entiendo su preocupación, pero le aseguro que podemos solucionarlo.
Clara, sin embargo, no estaba dispuesta a ceder.
—No, gracias. Prefiero seguir buscando.
Y así, la búsqueda comenzó de nuevo. Revisó más vestidos, probándose uno tras
otro, cada vez más exigente y caprichosa. Sus padres, aunque agotados, la apoyaban
pacientemente. Finalmente, después de otra hora de búsqueda, encontró un vestido
que la dejó sin palabras. Era un vestido de noche largo, de un color rojo intenso, con
detalles de pedrería que brillaban con cada movimiento. Al mirarse en el espejo, Clara
supo que este era el vestido perfecto.
—Este sí —dijo con una sonrisa aún más radiante—. Este es el vestido que quiero. ¡Es
perfecto!
Sus padres, aliviados, asintieron con entusiasmo. El dependiente, aunque exhausto,
sonrió satisfecho.
—Excelente elección, señorita. Estoy seguro de que lucirá espectacular en la boda.
Clara salió de los almacenes con su nuevo y hermoso vestido, emocionada por la fiesta
que se avecinaba y por la oportunidad de mostrar su estilo personal. Aunque había
sido una búsqueda larga y complicada, al fin había encontrado lo que realmente
quería. Y, aunque el dependiente tuvo que armarse de paciencia durante toda la
experiencia, finalmente todos se fueron con una sonrisa, satisfechos de haber
alcanzado el objetivo.
GIROLAMO VALENTI