martes, 21 de noviembre de 2023

MENTIRAS

 



Estamos en tiempos de políticos embusteros, en días donde hay que desconfiar de la palabra de la gente perteneciente a esa clase. Eso es, al menos, lo que se deduce de los discursos y declaraciones de muchos de estos políticos, casi todos, por no decir todos. Seguramente, habrá unos más mentirosos que otros, incluso algunos que casi siempre dicen la verdad, pero no es esa la sensación que se desprende de las intervenciones en las Cortes, las entrevistas en medios de comunicación, los mítines, etc. Pero, ¿qué es mentir?

En el Diccionario de la Real Academia leemos dos definiciones que, de entre las cinco que consigna, me interesa destacar:

                         1. Decir o manifestar lo contrario de lo que se sabe, cree o piensa.

                         5. Desus. Faltar a lo prometido, quebrantar un pacto.

El primer sentido es el que encontramos en el enunciado:

«Nos dijo que no se había comprado un piso y era mentira; ya lo tenía hasta amueblado»

El otro subyace en este:

            «Les dijo a los niños que los llevaría al partido y no lo hizo, es un embustero»

Como puede apreciarse, son valores bastante diferentes. Aunque el segundo aparece con el calificativo de «desusado», no creo que lo sea tanto, al menos en el ámbito de la política, donde lo juzgo, contrariamente, el más común. En los últimos meses se ha achacado al partido ahora en el poder que mintió cuando, antes de las elecciones de julio, manifestó una postura respecto a la amnistía de políticos catalanes, a pactos con independentistas, etc., promesa que después no ha cumplido. Fruto de ello, ha alcanzado la mayoría de votos en el Congreso y la presidencia del gobierno. Lo ocurrido no es stricto sensu una mentira (significado 1 de la RAE), sino el incumplimiento de lo anteriormente proclamado (significado 5).

Deduzco de lo anterior que tal vez no deberíamos denominar «mentiroso» o «embustero» o «mendaz» o «troloso», etc., al que se echa atrás de lo expresado, al que se desdice, al que no lleva a cabo lo prometido, al que falta a la palabra, etc. El partido antes aludido le ha denominado a este comportamiento «cambio de criterio», en un intento de eufemismo, sustitutivo de las expresiones que acabo de citar, todas condenatorias. En mi opinión, no está muy conseguido dicho eufemismo, puesto que el «cambio de criterio» puede sonar algo más ligero y menos agrio que «embuste», por ejemplo, pero no resulta menos repudiable desde el punto de vista ético, sobre todo cuando encierra el quebrantamiento de un compromiso.

En efecto, una persona que muda sus ideas, sus opiniones, sus razones, los fundamentos y frutos de su discernimiento… de un día (semana / mes / año) para otro, y no hace lo que dijo que haría no creo que merezca más respeto que el que falta a la verdad. Fuera de la política, estoy convencido de que llamar a una persona «embustera» no es más ofensivo que decir de ella que «no tiene palabra», que «no respeta o falta a sus compromisos», que «no tiene o cambia de principios», que «carece o ha perdido la credibilidad» y por tanto la confianza de sus semejantes. En algunos ambientes más informales, si alguien se atreve a espetar a otro que «no tiene palabra», este otro suele contestar «eso no me lo dices tú a mí en la calle», puesto que lo toma como una ofensa gravísima: su «palabra» es lo último que un individuo íntegro quiere que deje de valer, es como perder su honra, su entidad, su mismo ser social y el fundamento del respeto debido.

Por todo ello, si lo que se quiere es usar como eficaz argumento ad homimem contra un adversario el hecho de que no cumple lo que promete y evidenciar así la pérdida de credibilidad y de honorabilidad, creo que debería acudir a términos como estos, a tachas como las que acabo de listar, más apropiados y puede que más contundentes que «mentiroso», termino algo desgastado, o que afirmar que «no dice la verdad», mucho más leve.

Cosa distinta es que ese adversario tenga la piel de su espíritu como curtida en una antigua talabartería y le resbale todo vocablo acusatorio como el agua por el cauce del río. Hay quienes permanecen impasibles les digas lo que les digas. Consideración que, para mi desventura, hace inútil todo lo que llevo escrito desde el principio hasta ahora, cuando ya he llegado al final.  

 

 



martes, 14 de noviembre de 2023

EN UNA Y OTRA ANDALUCÍA

 


Por el modo de hablar de sus habitantes, hay dos Andalucías, las que se pueden denominar, con términos geopolíticos, la oriental y la occidental. Es decir, Huelva, Cádiz, Sevilla y parte de Málaga, en el oeste, y el resto de Málaga, Córdoba, Granada, Jaén y Almería, en la zona este. Sobre otras diferencias, destaca la pronunciación de las vocales situadas delante de un sonido consonántico como cierre de sílaba (posición implosiva) desaparecido o transformado, sobre todo al final de palabra. Me refiero a vocablos como «ojos», «ademanes», «talar», por ejemplo, en los que las consonantes finales son muy débiles e incluso se pierden o alteran: ojos > ojo, ademanes > ademane, talar > talá.  

En ningún punto de Andalucía se pronuncian normalmente esas consonantes; este es un rasgo común, que, en mi opinión, es la única característica que comparten todas las hablas andaluzas. ¿Cuál es la diferente forma de articular palabras como las citadas en una parte y otra de la región? Antes de seguir, aclaro que el modo de hablar que se identifica con Andalucía sobrepasa sus fronteras y penetra en comarcas murcianas y extremeñas.

En la zona oriental, ocurre una mutación de las vocales de las sílabas finales donde desaparece la consonante, fenómeno consistente en la apertura de dichos sonidos; dicha cualidad fonética adquiere, además, valor fonológico, es decir, sirve para diferenciar significados: sing. «ojo» / pl. «ojO» (transcribo la abierta con la mayúscula, a falta del signo correspondiente del alfabeto fonético), sing «carretera» / pl. «carretera», 3ª pers. «ama» / 2ª pers. «amA», etc. En cambio, en el occidente la vocal queda intacta, con lo que se igualan fonéticamente el singular y el plural: sing. y pl. «ojo», «carretera», 2ª y 3ª pers. «ama». En el siguiente vídeo se aprecia claramente.

Mi clase de Lengua: Experiencias de aula (manolo-claselengua.blogspot.com)

Si no se está muy atento o no se tiene el oído bien entrenado, esta realidad lingüística pasa desapercibida, seguramente por el hecho de que, apoyándonos en el contexto («lo ojo»), asignamos la categoría de singular o plral, segunda o tercera persona de modo inconsciente. Sin embargo, españoles del norte tienen dificultad en percibir esta sutileza en ocasiones. Suelo narrar una anécdota de cuando hacía la mili, que ilustra lo que digo. Había un muchacho vasco apellidado Ribas, que alterna no solo con el singular, sino también con «v», como es sabido. Otro compañero, granadino, le preguntó un día:

            ―¿Tú cómo te llamas, «Riba o RibA?

A lo que el interrogado, en cuyo idiolecto no tenía valor fonológico la apertura vocálica, respondió con una lógica aplastante:

            ―Si son iguales.

Para el tal Ribas, solo valía la presencia / ausencia de la «s». La «a» abierta pasaba desapercibida. Sabido es que, cuando un rasgo fonético no posee valor fonológico, tampoco tiene conciencia el receptor de que lo oye. Ocurre, pongamos por caso, si reproducimos de manera diferente «poyo» y «pollo»: en la mayor parte de España no notarán esa distinción «y» / «ll».

Doy un paso más. En la mitad occidental, dentro de lo que se denomina la «fonética sintáctica», o sea, la pronunciación de las palabras en el curso del mensaje oral, ocurre algo a lo que no suele atenderse al tratar de las hablas meridionales. Me refiero a una especie de recuerdo o huella que la desaparición de la consonante «s» ha dejado. Es una muy suave aspiración, cercana a la «j»; aquí la transcribo como «h». Ejemplo: «lo-h-ademane», «la-h-encina». La he llamado recuerdo o huella porque es una forma de permanencia alterada de alguna «s» final: «lo-s-ademanes», «la-s-encinas». No es cierto, pues, que palabras que tenían originariamente «s» final (mejor dicho, que presentan en castellano del norte «s») la hayan perdido del todo. Carece, sin embargo, de valor fonlógico y, por tanto, parece no oírse. Por su parte, los andaluces orientales no necesitamos ya del auxilio de ninguna heredera de la «s», puesto que nos valemos de la apertura con carácter relevante.  

Por último, he creído apreciar que esa aspiración occidental se evita en ciertas secuencias de palabras. Así, creo que no se suele decir «lo do-h-ojo», «tre-h-ajo», «mi-h-    hijo», «lo-h-eje de la carreta», etc. O desaparece la «h» («tre ajo») o se restaura la «s» («mi-s-hijo»). Seguramente, obedece este comportamiento al deseo de evitar la cacofonía producida por el sonido fricativo gutural «j», tan próximo a la aspiración («mi-h-hijo», «tre-h-ajo»).

Verdaderamente, las hablas andaluzas son un mundo.