Un recurso muy socorrido para los partidos políticos que no
alcanzan en las elecciones los resultados esperados o deseados es el de la deficiente
comunicación. Unos, más acomplejados, suelen autoinculparse, diciendo que no
han sabido explicar sus propuestas, que no han vendido bien sus logros, que no
han llegado o que no han oído a la gente. Otros, con autoestima menos baja, dirigen
su ira contra los medios, denunciando el trato que les han dado en las
televisiones o en los periódicos, acusándolos de partidismo más o menos
explícito o soterrado. Muchos se quejan, por fin, de no disponer de de tanto
dinero como otros para la propaganda y para la organización de actos en
ciudades y pueblos.
Desde fuera de los partidos se alude también con frecuencia
a la limitada capacidad y escaso carisma de los candidatos más altos, que
determinan la imagen del conjunto: son aburridos y sosos, utilizan un lenguaje
demasiado formal, su vestimenta es excesivamente clásica o bastante descuidada,
no son fotogénicos, etc.
Puede que todo esto sea cierto. Admito también que tenga su peso
y condicione el voto de un sector de electores. Pero ni la forma de expresarse
de los aspirantes ni su aspecto personal juzgo que sean factores decisivos: nunca me he
creído, por ejemplo, la “leyenda” según la cual Kennedy ganó unas elecciones a
Nixon porque en un debate televisivo este mostraba sombras en la cara, como de
no haberse afeitado.

Así que, señores de los partidos, dejen de esconderse detrás de los supuestos defectos de comunicación. Generalmente, la pérdida de votos no es una mera cuestión de forma, de sus formas. Un argumento más: el mismo Rajoy, exactamente el mismo, soso, gris, distante, que perdió varias elecciones nacionales y ha acompañado el actual bajón de Andalucía, disfruta de una mayoría absoluta en el país y en los anteriores comicios andaluces aparecía al lado del ganador Arenas. señores políticos, miren más a los contenidos que difunden y no se preocupen tanto de su envoltorio. En cualquier caso, los problemas de comunicación los tienen, muchísimas veces, como digo, los receptores de los mensajes, no sus emisores, ustedes, que - al menos en esto- son más bien víctimas.