Debería yo de tener 13 o 14 años cuando el adjetivo «fascinante» emergió de mi inconsciente, al cual no supe nunca de dónde había llegado tan norabuena; tal vez un poema, una novela juvenil, alguna charla en el colegio, algún libro religioso… No sé. El caso es que tomé conciencia de la palabra, junto con el verbo originario «fascinante», y quedé deslumbrado. Recuerdo que unía yo estas palabras a la impresión que causa la belleza ―de cualquier tipo, incluso intelectual o espiritual―, como principal foco y agente de «fascinación». Vivía el acto como una poderosísima atracción, ejercida por la visión de algo o alguien dotado, para mí, de una sorprendente y maravillosa hermosura, ante la cual quedaba maravillado, atónito, aturdido, secuestrado. Apenas conservo en la memoria imágenes o recuerdos «fascinantes» de aquellos días. Entre los que guardo, sobresalen alguna música cautivadora, como el segundo movimiento del Concierto de Aranjuez ( RODRIGO -- CONCIERTO DE ARANJU...
Artículos sobre lengua española, literatura, música y comunicación en general, dirigidos a un público no especializado.