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ÉTICA COMUNICATIVA


               Me temo que los hechos que voy a narrar ocurren con harta frecuencia y que cualquiera de vosotros conocerá alguna variante o incluso habrá participado en situaciones parecidas. Resumo: hace unas semanas, en uno de los blogs que sigo (seguía) y en el que incluyo (incluía) habitualmente mis comentarios, subió el suyo una señora en lengua catalana. El dueño de la página, profesor de Lengua Española en alguna ciudad de la región, le respondió también en catalán. Yo, con todo respeto, le indiqué que me parecía una falta de delicadeza, teniendo en cuenta la diversa procedencia de los lectores y comentaristas, entre los que se incluyen no solo españoles, sino también hispanoamericanos. La concurrencia es, efectivamente, varia y numerosa. El titular del blog me respondió que fue una elección libre de la señora, digna de ser respetada, y que el catalán es una lengua española como otras, que le une a ella un lazo emocional como su segunda lengua que es, etc. Le contesté con una historia de la mili (milicias universitarias, es relevante el dato), en que tres catalanes terminaron por encontrarse aislados porque se empeñaban en utilizar su lengua, incluso en presencia de compañeros que la desconocíamos. La siguiente intervención del bloguero insistía en los mismos términos de la primera, pero con algo más de dureza y contundencia. Incluso se atrevió a aconsejarme que, en aquellos días de la mili, tenía yo que haberme acercado a sus paisanos y haberme interesado (supongo que es eufemismo de “haber aprendido”) el catalán. Desde luego, en ningún momento se excusó. Ante eso, no pude sino sentirme excluido y procedí a despedirme para siempre. 

               La comunicación humana mediante la lengua se rige por unos principios básicos, que toda persona almacena en su inconsciente y que, junto a otros muchos conocimientos lingüísticos, constituyen la llamada competencia comunicativa. Son las reglas de juego esenciales. Los estudios  más recientes reparten dichos principios en dos grupos: el de “cooperación” y el de “cortesía”. El primero asegura el entendimiento y la cabal transferencia de los mensajes que se intercambian los participantes, y el segundo, la buena relación entre ellos y la salvaguarda de la dignidad de cada uno. Por ejemplo, una de las “máximas” de cooperación consiste en “decir la verdad” siempre; otra, en “ser todo lo informativo que sea necesario”. Entre las de cortesía, están la que lleva a usar formas de tratamiento adecuadas (“usted”, “señora”) o a no herir la sensibilidad de aquel a quien nos dirigimos (llamar “tonto” a su hijo Down). La aceptación y aplicación de estos principios constituye no solo un supuesto necesario de la comunicación, sino también un código ético imprescindible.
               Como puede entenderse sin dificultad, cambiar a una lengua que no conocen (todos) los interlocutores en el curso de un acto de comunicación significa infringir no solo el principio de cortesía, sino también el de cooperación. Es decir, las tablas de los mandamientos de la ley comunicativa. Pero hay más. Los citados principios, de los que siempre predomina el de cortesía, no se pueden (deben) vulnerar y, si el hablante lo hace sin explicación alguna, este hecho produce una especie de mensaje implícito, al que se denomina técnicamente implicatura.
               La conclusión en relación con lo sucedido en el blog al que me refiero está clara: el comportamiento, carente de toda ética comunicativa, de la señora y el caballero que echaron mano de su lengua, extraña a muchos de los demás visitantes, valió como (“implicó”) una ofensa, un menosprecio, un deseo de ignorar, expulsar a los que no éramos catalanohablantes. Alguien a quien comenté la experiencia, que sinceramente me produjo bastante desazón, dijo que, por cosas como estas, a veces no sentimos la estima que de suyo se merece la lengua de Joan Maragall o Lluis Llach, entre otros eximios usuarios. 

Comentarios

  1. Mira yo soy gallego, si alguien me escribiera un comentario en gallego, a lo mejor, no lo sé, todavía no me ha pasado, igual le respondía en gallego. Pero con ello, no tendría ni la más mínima intención de faltarles al respecto a mis lectores. Alguno pensará que para cuatro que tengo, no me puedo arriesgar (¡qué mal pensados sois!, Je, Je). Si alguien se sintiera excluido por el motivo que fuese, traduciría mi comentario sin problema.

    Lo que cuentas de la mili, en cambio, no le veo justificación posible. Me parece una tremenda falta de educación.

    Un abrazo,

    Rato Raro

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  2. Rato, si tuvieras el caprichito de galleguear (digo caprichito, porque sabiendo el castellano...), lo mínimo sería que tradujeras, ¿no? He tenido alumnos marroquíes y el primer mandamiento era no hablar en árabe cuando había alguien delante que no lo supiera, fuera español o no. Salud(os).

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  3. Estimado jaramos.g:

    No puedo estar más de acuerdo contigo.
    Casualmente, hace unos días, en un foro castellano, una persona que se hace llamar moderador borró un comentario que hice, muy respetuosamente, sobre otro comentario que había hecho alguien en catalán.

    Siempre digo que, para mí, ser biligüe es como tener un tesoro; ya me gustaría serlo.
    No entiendo por qué muchas personas se empeñan en no aplicar el sentido común. Por ejemplo: oí una vez que le preguntaban a Pau Gasol por qué, siendo catalanohablante, usaba el castellano en su blog o twitter, no recuerdo bien, y este contestó con lógica que porque así le entendía todo el mundo. Luego, con su familia y amigos, habla catalán, que es lo natural por ser su lengua materna.

    En la zona donde vivo organizan muchas actividades en campamentos para niños. Más de una vez me ha contado una amiga monitora que la mayoría de los niños catalanes que vienen a Castilla y León a estos campamentos lo pasan mal, pues no conocen bien la lengua y no se entienden con sus compañeros. ¿Es esto normal? De hecho, ha descendido el número de niños catalanes que vienen aquí.

    Voy a ser políticamente incorrecta: lo que pienso es que el catalán ha sido una lengua perseguida tantos años, que ahora, a modo de ¿revancha?, se da el efecto contrario al ignorar el castellano.
    Otro sí: los políticos catalanes ponen trabas para que los niños aprendan por igual castellano y catalán, pero luego no les duelen prendas a la hora de llevar a sus hijos a colegios donde se estudia íntegramente en castellano y en inglés. Qué mal se nos da predicar con el ejemplo... Hala, ya lo he dicho, que tenía ganas.
    Espero que aquí no se borre mi comentario.

    En otro orden de cosas: ¿no es Down en vez de Dawn?

    Muchas gracias.

    Saludos.

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  4. Aquí no se borra nada. Bueno sí, los errores como el mío: efectivamente, es Down, creo que lo he escrito de oído, como los analfabetos. Gracias, Manuela. Llevas toda la razón en cuanto a la lengua: esta generación de niños va a tener problemas de comunicación, con todo lo que de ello se deriva. Yo he tenido alumnos emigrados de Cataluña y su manera de escribir en lo que se suponía era castellano se parecía más a una ensaladilla rusa lingüística que a otra cosa. Y, como es sabido, con la edad que tenían (14/15 años) ya es muy difícil mejorar. ¡Una pena! Pero, mira, allí están como encerrados en la campana de vacío que fabrican los medios de comunicación y solo miran hacia dentro, no ven el mundo exterior. ¡Otra pena! Bueno, Manuela, te encomendaré a mi patrona "de los Remedios". Salud(os).

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  5. Me gusta la lengua catalana, me gusta la literatura catalana, me gusta la gastronomía catalana, me gustan las tierras catalanas, me gusta la buena gente catalana que conozco, me encanta Barcelona..., pero me disgusta el uso político e interesado de estas peculiaridades autóctonas y, sobre todo, me exacerba que, intencionadamente, se dificulte aún más, la ya escasa comunicación "interpesonal".
    Un magnífico artículo, Sr. Jaramos.
    Saludos

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  6. Coincidencia y acuerdo al cien por cien, M. Jiménez. Gracias por tu visita y extraordinario comentario. Un beso.

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