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MENTIRAS

 



Estamos en tiempos de políticos embusteros, en días donde hay que desconfiar de la palabra de la gente perteneciente a esa clase. Eso es, al menos, lo que se deduce de los discursos y declaraciones de muchos de estos políticos, casi todos, por no decir todos. Seguramente, habrá unos más mentirosos que otros, incluso algunos que casi siempre dicen la verdad, pero no es esa la sensación que se desprende de las intervenciones en las Cortes, las entrevistas en medios de comunicación, los mítines, etc. Pero, ¿qué es mentir?

En el Diccionario de la Real Academia leemos dos definiciones que, de entre las cinco que consigna, me interesa destacar:

                         1. Decir o manifestar lo contrario de lo que se sabe, cree o piensa.

                         5. Desus. Faltar a lo prometido, quebrantar un pacto.

El primer sentido es el que encontramos en el enunciado:

«Nos dijo que no se había comprado un piso y era mentira; ya lo tenía hasta amueblado»

El otro subyace en este:

            «Les dijo a los niños que los llevaría al partido y no lo hizo, es un embustero»

Como puede apreciarse, son valores bastante diferentes. Aunque el segundo aparece con el calificativo de «desusado», no creo que lo sea tanto, al menos en el ámbito de la política, donde lo juzgo, contrariamente, el más común. En los últimos meses se ha achacado al partido ahora en el poder que mintió cuando, antes de las elecciones de julio, manifestó una postura respecto a la amnistía de políticos catalanes, a pactos con independentistas, etc., promesa que después no ha cumplido. Fruto de ello, ha alcanzado la mayoría de votos en el Congreso y la presidencia del gobierno. Lo ocurrido no es stricto sensu una mentira (significado 1 de la RAE), sino el incumplimiento de lo anteriormente proclamado (significado 5).

Deduzco de lo anterior que tal vez no deberíamos denominar «mentiroso» o «embustero» o «mendaz» o «troloso», etc., al que se echa atrás de lo expresado, al que se desdice, al que no lleva a cabo lo prometido, al que falta a la palabra, etc. El partido antes aludido le ha denominado a este comportamiento «cambio de criterio», en un intento de eufemismo, sustitutivo de las expresiones que acabo de citar, todas condenatorias. En mi opinión, no está muy conseguido dicho eufemismo, puesto que el «cambio de criterio» puede sonar algo más ligero y menos agrio que «embuste», por ejemplo, pero no resulta menos repudiable desde el punto de vista ético, sobre todo cuando encierra el quebrantamiento de un compromiso.

En efecto, una persona que muda sus ideas, sus opiniones, sus razones, los fundamentos y frutos de su discernimiento… de un día (semana / mes / año) para otro, y no hace lo que dijo que haría no creo que merezca más respeto que el que falta a la verdad. Fuera de la política, estoy convencido de que llamar a una persona «embustera» no es más ofensivo que decir de ella que «no tiene palabra», que «no respeta o falta a sus compromisos», que «no tiene o cambia de principios», que «carece o ha perdido la credibilidad» y por tanto la confianza de sus semejantes. En algunos ambientes más informales, si alguien se atreve a espetar a otro que «no tiene palabra», este otro suele contestar «eso no me lo dices tú a mí en la calle», puesto que lo toma como una ofensa gravísima: su «palabra» es lo último que un individuo íntegro quiere que deje de valer, es como perder su honra, su entidad, su mismo ser social y el fundamento del respeto debido.

Por todo ello, si lo que se quiere es usar como eficaz argumento ad homimem contra un adversario el hecho de que no cumple lo que promete y evidenciar así la pérdida de credibilidad y de honorabilidad, creo que debería acudir a términos como estos, a tachas como las que acabo de listar, más apropiados y puede que más contundentes que «mentiroso», termino algo desgastado, o que afirmar que «no dice la verdad», mucho más leve.

Cosa distinta es que ese adversario tenga la piel de su espíritu como curtida en una antigua talabartería y le resbale todo vocablo acusatorio como el agua por el cauce del río. Hay quienes permanecen impasibles les digas lo que les digas. Consideración que, para mi desventura, hace inútil todo lo que llevo escrito desde el principio hasta ahora, cuando ya he llegado al final.  

 

 



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