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Han clausurado Megaupload y han dado el
portazo a los más de 50 millones de visitantes diarios que recibía este enorme
almacén. ¿Por qué? Oficialmente porque realizaba una actividad ilegal, como es
la de proporcionar a usuarios de la red la posibilidad de obtener gratis
productos audiovisuales sometidos a derechos de autor. O sea, un robo.
Un robo típico de la sociedad de consumo, donde el supremo mandamiento es conseguir lo máximo posible al menor coste posible y en el menor tiempo posible. Imbuidos de tal principio, los consumidores aspiramos a la apropiación de todo aquello que deseamos, por ejemplo, una peli de estreno, ahorrándonos los euros (entre 10 y 20) que cuesta la entrada de cine, y a la voz de ya; el éxito de Megaupload y semejantes se deriva de su capacidad para satisfacer nuestros propósitos y acatar nuestras condiciones.
Por su parte, el almacén saca un pastón sin dar golpe ni gastarse demasiado, pues basta con una vía de entrada, unos lugares donde guardar los objetos y una salida, así como unos huecos en los que anunciantes publicitarios coloquen sus mensajes de modo que los pueda ver todo el que trasiegue por las dependencias, subiendo o bajando archivos. Los autores propietarios del material, es decir, de las películas, libros, documentos particulares, discos…, no siempre están en el conocimiento de que sus creaciones residen en ese lugar y se utilizan de la manera descrita: bien porque se trata de archivos personales (textos, fotos…) bien porque las ha subido alguien que previamente se había hecho con la película, la canción, etc., pagando o no (generalmente, no); y, desde luego, dichos autores se quedan siempre a dos velas también en lo económico. Pierden, junto con las empresas que han puesto dinero para publicar legalmente las obras, es decir, las editoras y distribuidoras; también las salas de cine y los comercios de productos audiovisuales. Etc. Son las víctimas de la piratería virtual, que a muchos los ha llevado o llevará a una ruina, consistente no tanto en tener que echar el cierre y abandonar el tenderete, como en olvidarse del filón que suponían hasta hace poco la música y la imagen.
Un robo típico de la sociedad de consumo, donde el supremo mandamiento es conseguir lo máximo posible al menor coste posible y en el menor tiempo posible. Imbuidos de tal principio, los consumidores aspiramos a la apropiación de todo aquello que deseamos, por ejemplo, una peli de estreno, ahorrándonos los euros (entre 10 y 20) que cuesta la entrada de cine, y a la voz de ya; el éxito de Megaupload y semejantes se deriva de su capacidad para satisfacer nuestros propósitos y acatar nuestras condiciones.
Por su parte, el almacén saca un pastón sin dar golpe ni gastarse demasiado, pues basta con una vía de entrada, unos lugares donde guardar los objetos y una salida, así como unos huecos en los que anunciantes publicitarios coloquen sus mensajes de modo que los pueda ver todo el que trasiegue por las dependencias, subiendo o bajando archivos. Los autores propietarios del material, es decir, de las películas, libros, documentos particulares, discos…, no siempre están en el conocimiento de que sus creaciones residen en ese lugar y se utilizan de la manera descrita: bien porque se trata de archivos personales (textos, fotos…) bien porque las ha subido alguien que previamente se había hecho con la película, la canción, etc., pagando o no (generalmente, no); y, desde luego, dichos autores se quedan siempre a dos velas también en lo económico. Pierden, junto con las empresas que han puesto dinero para publicar legalmente las obras, es decir, las editoras y distribuidoras; también las salas de cine y los comercios de productos audiovisuales. Etc. Son las víctimas de la piratería virtual, que a muchos los ha llevado o llevará a una ruina, consistente no tanto en tener que echar el cierre y abandonar el tenderete, como en olvidarse del filón que suponían hasta hace poco la música y la imagen.
El imperativo
consumista, ganar mucho invirtiendo poco y en poco tiempo, lo juzgo legítimo y
no debe generar problemas. Ni siquiera cuando se da, como aquí, un choque de
intereses, originado por la introducción de un germen envenenado: "a costa
de lo que sea". Creo que es posible conjugar, en el caso que comento, las
aspiraciones de los tres elementos en pugna: propietarios, distribuidores
(virtuales, como Megaupload) y consumidores. No ha sido así en este caso, se
han dado de frente tres vehículos que se dirigían hacia la misma meta, en un
accidente seguramente grave, o al menos de pronóstico reservado.
La propuesta que voy a hacer es de las que se le ocurren a cualquiera, no por trivial, sino por sensata; de hecho, ya se aplica, si bien minoritariamente (“iTunes”). Puesto que es imposible dar marcha atrás, creo que lo mejor y eficaz es que los tres agentes implicados cedan un poco, si quieren permanecer en el negocio. Me parece que la solución apunta a que los usuarios paguen una cantidad pequeña (lo suficientemente pequeña para no espantarlos y que vuelvan la mirada a la piratería), que los autores propietarios se avengan a ello (aunque de momento ganen menos de lo que soñaban) y que los intermediarios virtuales tengan también su canon correspondiente, así mismo razonable. Creo que nadie saldría perdiendo, aunque no se mantendría la situación actual de distribuidores y público, realmente injusta.
La propuesta que voy a hacer es de las que se le ocurren a cualquiera, no por trivial, sino por sensata; de hecho, ya se aplica, si bien minoritariamente (“iTunes”). Puesto que es imposible dar marcha atrás, creo que lo mejor y eficaz es que los tres agentes implicados cedan un poco, si quieren permanecer en el negocio. Me parece que la solución apunta a que los usuarios paguen una cantidad pequeña (lo suficientemente pequeña para no espantarlos y que vuelvan la mirada a la piratería), que los autores propietarios se avengan a ello (aunque de momento ganen menos de lo que soñaban) y que los intermediarios virtuales tengan también su canon correspondiente, así mismo razonable. Creo que nadie saldría perdiendo, aunque no se mantendría la situación actual de distribuidores y público, realmente injusta.
La idea, que es
buena al parecer (no presumo de ella, porque es de cajón, como decía), tal vez
resulte difícil de ser llevada a la práctica. No sé si sería necesaria una ley
para ello; de lo que sí estoy seguro es que requiere de las partes una voluntad
de acuerdo y un deseo de hallar vías honradas de salida al conflicto. Y un
sentido de la justicia.
Una dificultad
añadida proviene de la existencia, casi irremediable, de los llamadoshackers,
que, jugandillo jugandillo, se meten hasta en el lavabo de Rajoy a rapiñar y/o
a abrir camino a todos los que gusten de tal visita; así como la apertura de
tinglados alternativos por parte de pseudo-ciber-empresarios irredentos. Pero
esa es otra historia.
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