Entre las múltiples denominaciones de la
agresión ejercida entre personas que viven o han vivido en pareja, o bien
mantienen o han mantenido algún tipo de relación familiar, parece que va
imponiéndose la expresión “violencia de género”. Sin embargo, no está exenta de
discusión por parte de quienes buscan alguna precisión mayor o simplemente
delimitar su ámbito semántico, poner de manifiesto la carga connotativa, etc.
Me propongo considerar brevemente aquí diversas opciones nominadoras, así como
sus ventajas e inconvenientes.
Ante todo, conviene tomar en cuenta el terreno en el que se
mueve esta y otras etiquetas lingüísticas, terreno un tanto peligroso, por ser
propicio para sesgos ideológicos, políticos, etc., de diferente signo. El hecho que define, o
sea, el maltrato entre personas que conviven o han convivido, se presta a
múltiples valoraciones y calificaciones, de las que abundan las situadas en
torno al concepto de machismo. Por eso, creo yo, hay que tener cuidado con tales
palabras, con cuyo uso se puede estar alimentando, sin quererlo, posiciones con
las que, planteadas directamente, a las claras, nunca se estaría de acuerdo.
¡Cuánta demagogia y cuánto proselitismo nace, inconscientemente, de los
llamados eufemismos! Por ejemplo, y sin salir del campo de la violencia, ¿da
igual llamar “terroristas” o “asesinos” que simplemente “violentos” o
“separatistas” a los etarras? Está claro que no.
La locución “violencia de género” parece hoy la más
extendida, como decía arriba. Según leemos en Wikipedia, “es la traducción del inglés gender-based violence o gender
violence, expresión difundida a raíz del Congreso sobre la Mujer celebrado
en Pekín en 1995 bajo los auspicios de la ONU” (*). Aunque aparenta tener una acepción más general, en realidad a lo que se suele aplicar, en
inglés y en español, es al maltrato,
mortal o no, ejercido por hombres sobre mujeres con las que mantienen o han
mantenido relación “sentimental”; solo a ese. Así,
pues, quedan descartadas la agresión de mujer a hombre, la de hombre a hombre y
la de mujer a mujer (ambas en el supuesto de parejas homosexuales), la de padres a hijos o viceversa…, que también se dan en
el mismo entorno. Creo que la coloración feminista de la adaptación denominativa del término "género" queda patente y se enmarca dentro del movimiento de liberación de la mujer;
liberación de muchos yugos, entre ellos, la dominación masculina.
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http://www.eldiario24.com/nota.php?id=210259 |
La creación de un término
específico para un determinado concepto supone un potentísimo espaldarazo en el proceso de su
configuración nocional y de su difusión; a veces, la palabra funda incluso la
idea y colabora en su tasación moral y social, como veíamos antes con la
actividad etarra. Ocurre, así, que la agresión masculina se ha convertido prácticamente,
por mor de los medios de comunicación bajo la presión de las corrientes
feministas, en la violencia de género por antonomasia, es decir, en la más
grave, la única importante, la verdadera violencia, la que merece ser tenida en
cuenta sobre todo, etc., pues a las demás formas de agresión familiar no se las
llama así cuando, mucho menos frecuentemente, se habla de ellas. Desde el punto de vista lingüístico, una parte del contenido
semántico de la palabra “genero” (el femenino) ha desplazado a la otra (el
masculino), apropiándose así del término. No obstante, puesto que conserva aún el
vocablo cierta resonancia o recuerdo de su antigua acepción general, la
alusión queda suavizada y se vela un tanto la carga antimasculina que sin duda
comporta. Es un mecanismo semántico complejo, pero eficaz.
Otras formas, menos
extendidas, de llamar a la violencia que nos ocupa son “violencia de pareja” o
“de noviazgo”. También se leen o se oyen “violencia doméstica” y “violencia
familiar”.
La expresión más adecuada,
en mi opinión, es precisamente esta
última, “violencia familiar”, por varias razones. Primero, presenta menos
adherencias ideológicas que la llamada “de género” y más nitidez significativa,
lejana a la ambigüedad de esta última, ya explicada. Además, posee la
suficiente amplitud y especificidad como para aprehender cabalmente el fenómeno
social de la violencia a que me refiero, la que se da entre personas unidas en
algún momento de su vida por lazos familiares (en el sentido más extenso del
término), sin reducirlo a uno solo de sus tipos. Estoy convencido de que
dicha violencia procede del peculiar cariz que toman las relaciones entre las personas que están o han estado integradas en el marco -institucional y/o sentimental- de la familia. En definitiva, creo que debemos situarnos en ese contexto de la familia, puesto
que es en su seno donde, por un proceso interno de perversión, se genera
agresión, maltrato, violencia, odio… entre quienes el destino eligió para que
convivieran, más o menos felizmente, durante algún período al menos. El marido
da una paliza a su mujer porque es “su” mujer, no porque es “una” mujer. La
mujer atropella a su marido intencionadamente porque es “su” marido. Los padres
desprecian, rechazan… a la hija embarazada soltera porque es “su” hija. Etc.
En relación con este horizonte de comprensión del fenómeno, no hay duda de que la expresión "violencia de género", se entienda como se entienda, se queda bastante corta.
muy inteligente este artìculo. Tienes razòn en que los sinonimos son sòlo sinònimos y las connotaciones entre las diferentes palabras son muy importantes, el ejemplo de los etarras me parece muy vàlido.
ResponderEliminarRoby di prestiti on line
Gracias por tu visita y comentario. Bienvenida a este modesto reducto, donde me encierro con mis reflexiones sobre la lengua y la comunicación.
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