Atendiendo a las palabras y expresiones que me propongo comentar en lo que sigue, me da la impresión de que, en general, los nombres de sustancias que surgen de nuestro cuerpo son términos marcados negativamente, llamados a ser evitados. Tal vez sea porque, pese a ser productos naturales, humanos, producen repugnancia y, así, contaminan el modo de llamarlas, el cual queda condenado con la prohibición que reza en el título: «¡Eso no se dice!
Una, la más común entre ellas es «mierda», o sea, excremento. Desde niños nos enseñan y nos repiten hasta la saciedad que se dice «caca». Es verdad que este nombre conserva un cierto halo de vocablo infantil, pero, llegado el caso, también la utilizamos los adultos; me refiero a momentos en que queremos sustituir un pariente próximo, el verbo «cagar», condenado al registro coloquial, en el borde mismo de lo vulgar. Otros sustitutos más aceptables son «evacuar», «dar de vientre», quizás «iñar» (propiamente, ‘emitir ruidos denotativos de un esfuerzo físico’), etc. Consideremos, también, la denominación popular «ensuciar» que, pese a su significado propio, adquiere valor de eufemismo cuando suple a «cagar». En ciertos contextos, sobre todo sanitarios, lo usual es «deponer» y «deposición», «excretar» y el ya citado «excremento». Pese a todo, y por encima de los mecanismos y los esfuerzos para no mancharse con el verbo «cagar», tenemos la fórmula coloquial ponderativa, de valor superlativo, «que te cagas», como en «Se ha echado una novia que te cagas», o sea, una muchacha extraordinaria en cualquier aspecto.
Un tanto cursi y remilgada es la expresión «ir al baño/al servicio», que recubre asimismo la acción de «orinar» o «mear», desterrada esta última de la lengua formal; se oye a menudo, en su lugar, la infantil «hacer pis/pipí» y el paralelo «hacer popó». Para la micción, está la metáfora sustitutiva «cambiar el agua al canario», que tiene su punto de gracia. De abolengo médico es el cultismo «miccionar», sin rastro alguno en la lengua diaria. Es curioso el hecho de que, por extensión, se evita la palabra indicadora del lugar, privadísimo, donde se realizan algunas de las funciones que comentamos aquí: «retrete», habitáculo que se nombra más finamente con términos como los citados «servicio» o «baño», junto a «escusado/excusado» (‘escondido’, ‘reservado’) e incluso con el préstamo del inglés, ya aclimatado en español, «wáter».
Para los mocos, junto a palabras como «mocar» o fórmulas más corrientes como «limpiar los mocos», tenemos la apocopada «sonarse», con el complemento «los mocos» cercenado, por ser tal vez indecoroso; lo muestra el hecho de que, cuando los mocos son externos y fluidos, se acude a «velas» para aludirlos sin nombrarlos.
El verbo «cantar» es muy empleado para suplir delicadamente la expresión «oler mal» por causa del sudor que brota y permanece en las axilas, los pies u otras partes más ocultas. Se extiende al aliento, cuando se padece halitosis.
Por otra parte, me da que también resulta un pelín menos molesto al oído el verbo «devolver» que el titular «vomitar», según parece mostrar el adjetivo derivado «vomitivo», que el diccionario define como ‘repugnante, nauseabundo’. También son más lenes «arrojar» y «potar», pertenecientes a registros muy distantes entre sí, de uso más restringido ambos.
Tomemos, por último, la acción de «peer» o «peerse». Puntualicemos, ante todo, que esta es la forma de su denominación según el diccionario de la RAE, y no «peder/se», que no existen en castellano. Lo mismo que el acto, su nombre es vitando en público y en situaciones formales, donde la norma social los repudia. En lugar del término, se usan «ventosear», el más digno, y otros de carácter metafórico, como «desgraciarse», «rajarse» o la frase “tirarse un cuesco”.
Termino recordando cómo, pese a mi afirmación del principio, otras emanaciones corporales no concitan tanto rechazo social ni los términos que las nombran precisan sinónimos biensonantes. Así, la sangre cuando se produce una herida, la saliva (ni siquiera, que yo sepa, «escupido» o «escupitajo» ni «baba») o las lágrimas. ¿Dan menos repugnancia o asco? ¿Será porque no huelen o no huelen tanto y tan mal como otras? Puede. Aunque, como se sabe, si un olor es agradable o desagradable resulta de una apreciación culturalmente determinada.
Una gozada
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