miércoles, 21 de septiembre de 2011

LA MUJER


          Muchos de vosotros posiblemente habréis oído frases como estas, en boca de hombres, hablando de sus esposas: “Voy a llegarme a recoger a la mujer”, “Le dijo a la mujer que hiciera un día de estos paella de mariscos, solo de mariscos”, etc. En ellas, la alusión a una persona relacionada con el hablante, su esposa,  se efectúa con el artículo “la” y no con el posesivo “mi”, que aparece en otras ocasiones y/o usuarios. Añado que únicamente lo he oído a hombres, no a mujeres, que siempre dicen “mi marido”. No sé si a vosotros os ha llamado la atención esta forma de señalar con el artículo; a mí, cuando empecé a conocerlas, sí, porque esperaba  “mi” (“Voy a llegarme a recoger a mi mujer”). Pretendo comentar brevemente este fenómeno, que creo tiene su importancia e interés.

          Ambas construcciones tienen un valor semejante, las dos señalan a la esposa del que habla.  Hay diferencia, según creo, en el grado de explicitación: con el posesivo “mi”, la indicación no ofrece duda, es inequívoca, queda palmariamente clara; en cambio, el artículo “la” deja abierta la referencia y solo el contexto restringe las posibilidades y lleva a la interpretación adecuada.  Por lo demás, se trata de fórmulas al parecer equivalentes, que comparten en principio la mayoría de los entornos textuales (pueden aparecer en los mismos enunciados). Solo no es claramente aceptable la alternancia cuando se precisa puntualizar que se trata de mi mujer y no otra persona, presente de alguna manera en el contexto, a la que se contrapone y de la que, así, se distingue : “A los niños que los lleve mi mujer y la tuya que se los traiga luego”. 

       Teniendo esto en cuenta, ¿qué empuja a seleccionar un procedimiento u otro, cuando ambos resultan igualmente viables?, ¿tan solo el mayor o menor afán de precisión del señalamiento? Al comienzo de reparar en la modalidad con el artícula “la”, se me ocurrió una interpretación psicológica, basada en el típico pudor masculino a tocar cuestiones relacionadas con los sentimientos: parece que “la mujer” connota un vínculo emocional menos fuerte, menos manifiesto, que “mi mujer”. También acudí al terreno de la sociología y pensé en la voluntad de huir de todo lo que oliera a apropiación machista, posible en “mi mujer” (posible, aunque no obligatoria, puesto que el posesivo no significa siempre “posesión” o “propiedad”). Sin embargo, el tipo masculino que por regla general usa el artículo no es de los que reparan en exquisiteces expresivas ni en su trascendencia social.

     Sin descartar las anteriores, tal vez haya que intentar una explicación más “técnica”. Para exponerla, permitidme que utilice dos conceptos, fáciles de entender: el de deixis y el de economía del lenguaje. Mediante la deixis, el emisor indica a qué seres u objetos de la realidad se está refiriendo, de manera que el receptor los sitúe sin dificultad en el espacio, en el tiempo, en el texto o en relación con los personajes que intervienen en el acto comunicativo: “esta mesa”, “aquel año”, “nuestros alumnos”, “esa palabras”, “mis hijos”, etc. Hay diferentes procedimientos y recursos para dicha función. Entre ellos, los posesivos y los demostrativos, determinantes deícticos por derecho propio. Por su parte, la economía lingüística es el ahorro de medios que se impone en todo texto escrito o emisión oral: nunca se deben utilizar más palabras o expresiones de las absolutamente necesarias; no está bien visto el despilfarro en la comunicación, a no ser que obedezca a una intención especial. Hay personas que repiten ochenta veces lo mismo, que detallan en exceso, que recalcan demasiado ciertas ideas…, cayendo en una pesadez comunicativa poco soportable.

        A la luz de ambas nociones, puede afirmarse que, de las dos formas de aludir a la esposa, muchos hablantes eligen la más “ligera”, la que con mayor simplicidad cumple el fin previsto, la más económica, siguiendo la norma general de la lengua. Si con el empleo de un determinante “neutro” como el artículo (no indica “posesión” ni lugar ni tiempo), auxiliado por factores de situación o contexto, es suficiente, se evita acudir al posesivo, más “cargado”, más lleno semánticamente y, por tanto, menos económico. Uno de las normas derivadas del principio de economía da prioridad a la aportación del contexto (situacional o textual) sobre el componente verbal para la delimitación semántica o referencial de los mensajes, puesto que el fin es ahorrar palabras.

       A mí me convence bastante esta manera de entender la existencia de dos opciones, ambas perfectamente admisibles y correctas, en teoría casi siempre intercambiables, y esta forma de establecer un criterio de elección. Sobre todo, si no se descarta del todo y siempre la influencia latente de los móviles psicológico y sociológico antes expuestos.

          Pese a todo, en mi idiolecto siento predilección por el posesivo y nunca digo “Del equipaje se encarga la mujer, yo soy el chófer”, por ejemplo. Sospecho que entre las dos fórmulas que he analizado hay una leve diferencia, definible en términos sociolectales; o sea, que una y otra tal vez se correspondan con grupos de hablantes distintos por alguna nota o factor de carácter sociocultural.

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