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SIMPLIFICACIÓN DE LAS REGLAS DE ACENTUACIÓN (y II)

          “¿A qué, pues, tantas reglas?”, concluye el autor. […]. “Lo importante que deben hacer las Academias, para que el español tenga unidad (este es el motivo fundamental de todas sus normas ortográficas) es señalar en su Diccionario dónde va el acento tónico de todas y cada una de las palabras polisilábicas. Es lo que hace el Webster’s New Dictionary para el inglés. Si se permite una alternativa, también la deben indicar. ¿Y cómo lo deberían hacer? Colocando esa tilde guía, en todos los polisílabos”. Así se nos permitiría escribir “con agilidad y sin tener que ir descifrando toda esa maraña de normas”. 
         Tal como puede apreciarse, el modelo de F. Villegas y el mío difieren mucho, aunque también se asemejan en algo: yo propongo que, al escribir, coloquemos tilde en todas las palabras no monosílabas, misión que él reserva para el diccionario de la lengua, liberando así al escritor de dicha obligación. Lo cual comporta una simplificación mayor,  no cabe duda, y, por consiguiente, un beneficio para la didáctica de la escritura. En esto sí que nos tocamos, en el ideal de la simplicidad y su correspondencia con la enseñanza.
           Hay un apartado no mencionado por el autor y que puede representar algún problema: es el caso de enunciados interrogativos o exclamativos que comienzan por pronombre o adverbio no interrogativo, como “¿Que no quieres venir?”. Ignoro si piensa Villegas confiar al diccionario la explicación de tal excepción o si aconseja que el que usuario se fije en el contexto. 
           Pero la dificultad mayor surge cuando nos situamos en la perspectiva del lector, sobre todo si se trata de una persona no demasiado formada o que está en fase de formación, como el joven alumno de Primaria y Secundaria, e incluso de Bachillerato, o como el estudiante de ELE. ¿Cómo resolverá el problema, tan frecuente, de las palabras, ¡tantas!, que no conoce y no sabe, por tanto, ni siquiera cómo se pronuncian? Consultando la transcripción tildada del diccionario, sería la respuesta más coherente dentro del modelo que vengo comentando. Ante lo que me pregunto yo, a mi vez, si ese lector, cuya competencia es aún deficiente  –y no sabe aún cómo suenan muchas palabras castellanas–, será capaz de memorizar para siempre los vocablos ignorados que mire en el diccionario a propósito de unas lecturas escolares. Resulta ya difícil que se acuerde de lo que significan dichos términos, pese a que tiene la ayuda del contexto, y lo será mucho más si, además, debe retener cuál es la sílaba tónica de cada uno.
           Por tal motivo, principalmente, me mantengo en mi regla 7, que juzgo eficaz, siempre que se base en un cambio total en la forma en que se enseñan ahora las reglas de acentuación. Dichas reglas, y la que yo dicté también, se basan en el reconocimiento “de oído” del acento fónico o prosódico, es decir, en la identificación de las sílabas tónicas y átonas de las palabras. Esto es lo primero que hay que enseñar a los niños, es una destreza imprescindible, condición indispensable para saber, después, dónde hay que poner la tilde en cada vocablo polisílabo. Una vez que hayan adquirido los estudiantes esa capacidad auditiva, la regla 7 creo que es coser y cantar, a poco que se les “motive” para que no se les ocurra nunca olvidarse de poner ninguna tilde.
          Concluyo aquí  esta mi segunda exposición sobre la simplificación de la ortografía en general, cada día  –cada minuto, me atrevería a decir– más necesaria, y de la acentuación en particular. Sé que, no obstante, me quedan bastantes cuestiones pendientes, como la de la tilde en los monosílabos, y en los diptongos y triptongos, principalmente. Otro día será.

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