Una de las condiciones indispensables para que un acto de comunicación tenga éxito es que el emisor posea una imagen acertada del receptor y adapte su enunciación a él. Es decir, que quien habla o escribe se haya formado una idea atinada del perfil característico de aquel o aquellos que lo escuchan o lo leen. Porque lo importante no es de quién se trata y cómo es el destinatario, sino de quién cree el emisor que se trata y cómo cree que es. Y lo determinante es que ambas realidades coincidan o lo hagan en la mayor medida posible. De no ser así, la consiguiente falta de acoplamiento del discurso al receptor será fuente segura de inconvenientes y dificultades, que entorpecerán e incluso imposibilitarán la comunicación. Está, por ejemplo, el típico caso en el que el niño o niña preadolescente se ve en la situación de decirle a sus padres: “Me habláis como si fuera un bebé. Ya soy mayorcito/a”; o, al revés, los padres o los abuelos deben reprocharle: “A tu madre no le hables más así”. O ...
Artículos sobre lengua española, literatura, música y comunicación en general, dirigidos a un público no especializado.