Recordaréis la rueda de prensa ofrecida el pasado 9 de los
corrientes por el ministro de Economía para anunciar la concesión de una “línea
de crédito” destinada a la banca española. En relación con este tema, tan grave,
delicado y trascendente, la cuestión que voy a tratar aquí es realmente menor,
porque no tiene incidencia en el mundo de los euros, en el serio problema económico que ahora padecemos. Me voy a situar en la
perspectiva de la comunicación, desde la cual sí que juzgo relevante el hecho.
A lo largo de la sesión, los periodistas, todos sin
excepción (incluido uno que se expresaba en inglés), se dirigían al
representante del gobierno con la palabra “ministro” en la inmensa mayoría de
sus preguntas y observaciones. Usaban el término que indica el cargo, omitiendo
el sustantivo de tratamiento “señor”. Salvo en una ocasión o dos, nunca decían
“señor ministro”.
“Señor ministro” es la fórmula tradicional, idéntica a
“señor presidente”, “señor director”, “señor gobernador”, “señor
administrador”, etc., o su femenino, “señora”. Responde, pues, a una norma, que
opera también cuando se recurre al apellido o apellidos: “Señor Gómez, señora
Benítez, etc.”. Se añade que este uso de “señor/a” queda reservado para las
situaciones de cierta formalidad (orales o escritas), como una rueda de prensa
por ejemplo, y no aparece en actos de comunicación coloquiales. Lleva, además,
implícito el tratamiento de cortesía “usted”.
2012/06/10/europa-rescata-banca/1263049.html |
Podemos especular acerca de los motivos de la progresiva supresión
de “señor/a” y aventurar alguna hipótesis que intente explicarla. Así, la
tendencia actual a fomentar la igualdad o, al menos, a acortar distancias sociales,
de rango o jerarquía, entendidas como excesivas. La palabra “señor/a”
simbolizaría esas distancias y comportaría la manifestación de un inmoderado respeto,
rayano en la sumisión y pleitesía, que hay que desterrar, al menos en las
formas. Los tiempos que corren son proclives, además, a tratarnos con una
confianza y familiaridad superiores a las que la diferencia de edad y posición
social, así como el grado de conocimiento o relación personal han permitido
hasta ahora.
Discutible, como todas, esta teoría parece razonable,
teniendo además en cuenta la coincidencia del fenómeno con el del tuteo
general, o casi general, que puede considerarse de la misma índole y responder
al mismo afán nivelador, traducido en una notable propensión a la camaradería.
Un ejemplo claro está en el ámbito de la enseñanza, donde cualquier niño puede
pedir a su profesor que le aclare algo con frases así: “Maestro, explícalo otra
vez, que no me he entrado de nada”. No solo se aprecia la eliminación de
“señor”, impensable ya en el aula, sino también la sustitución del “usted” por
el “tú”.
Otro aspecto de la misma cuestión apunta a la posibilidad de
que determinados tipos de cargos sean más propicios que otros para la supresión
de “señor/a”, así como el nivel de penetración o generalización en la comunidad.
No estoy ahora mismo en condiciones de abordar tales extremos, porque carezco
de datos. Al parecer, esta forma de apelación se está imponiendo en muchos y
diversos contextos, según se desprende de la naturalidad y constancia de su
empleo en una rueda de prensa como la que vengo citando, de tanta
significación, no solo por la categoría del político y el interés del asunto,
sino también por el hecho de ser televisada en directo para todo el país.
¿Cuál es la doctrina actual de
la Real Academia a este respecto? Acabo de recibir un correo de la docta casa,
como respuesta a una pregunta mía expresa. Dice así: “En el uso vocativo, estos cargos van precedidos de la
palabra señor: ‘Señor ministro: permítame una pregunta’. ‘Pero,
señor director, los datos que usted maneja no son exactos’.”
Y ahora, ¿cómo le ponemos al
niño?, decimos en mi tierra cuando nos quedamos sin saber qué hacer o a qué
atenernos.
Estoy de acuerdo con la hipótesis que defiendes y razonas: la tendencia a igualar clases y condiciones, como si eso fuera una cuestión nominalista. En las ocasiones que tengo de viajar por Europa, por razones familiares, nunca me he encontrado un caso en donde no se me antepusiera el "Sr." delante y, por supuesto, nunca se me ha tuteado. Es más: llevo 20 años jugando al tenis con centroeuropeo, y al acabar el partido ¡SIEMPRE! me saluda con un "gracias, señor". Ahí, le corrijo, no está indicado el vocativo SEÑOR... ¡Pero dice que no puede evitarlo! En nuestros lares, tablaa rasa con todo... Ya sEmos (sic) ricos, aunque dudo si europeos.
ResponderEliminarPor una parte, está ese deseo de desterrar las diferencias e igualar por abajo; por otra, la facilidad con la que interpretamos como coloquial cualquier situación de comunicación, independientemente de la naturaleza real de la misma de acuerdo con los criterios que hasta ahora han estado vigentes. Por ejemplo, la rueda de prensa con el ministro. Gracias por tu visita y comentario, con esa interesante referencia europea "de contraste".
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