lunes, 18 de junio de 2012

MINISTRO...


               Recordaréis la rueda de prensa ofrecida el pasado 9 de los corrientes por el ministro de Economía para anunciar la concesión de una “línea de crédito” destinada a la banca española. En relación con este tema, tan grave, delicado y trascendente, la cuestión que voy a tratar aquí es realmente menor, porque no tiene incidencia en el mundo de los euros, en el serio problema económico  que ahora padecemos. Me voy a situar en la perspectiva de la comunicación, desde la cual sí que juzgo relevante el hecho.
               A lo largo de la sesión, los periodistas, todos sin excepción (incluido uno que se expresaba en inglés), se dirigían al representante del gobierno con la palabra “ministro” en la inmensa mayoría de sus preguntas y observaciones. Usaban el término que indica el cargo, omitiendo el sustantivo de tratamiento “señor”. Salvo en una ocasión o dos, nunca decían “señor ministro”.

               “Señor ministro” es la fórmula tradicional, idéntica a “señor presidente”, “señor director”, “señor gobernador”, “señor administrador”, etc., o su femenino, “señora”. Responde, pues, a una norma, que opera también cuando se recurre al apellido o apellidos: “Señor Gómez, señora Benítez, etc.”. Se añade que este uso de “señor/a” queda reservado para las situaciones de cierta formalidad (orales o escritas), como una rueda de prensa por ejemplo, y no aparece en actos de comunicación coloquiales. Lleva, además, implícito el tratamiento de cortesía “usted”. 

2012/06/10/europa-rescata-banca/1263049.html
               Podemos especular acerca de los motivos de la progresiva supresión de “señor/a” y aventurar alguna hipótesis que intente explicarla. Así, la tendencia actual a fomentar la igualdad o, al menos, a acortar distancias sociales, de rango o jerarquía, entendidas como excesivas. La palabra “señor/a” simbolizaría esas distancias y comportaría la manifestación de un inmoderado respeto, rayano en la sumisión y pleitesía, que hay que desterrar, al menos en las formas. Los tiempos que corren son proclives, además, a tratarnos con una confianza y familiaridad superiores a las que la diferencia de edad y posición social, así como el grado de conocimiento o relación personal han permitido hasta ahora.

               Discutible, como todas, esta teoría parece razonable, teniendo además en cuenta la coincidencia del fenómeno con el del tuteo general, o casi general, que puede considerarse de la misma índole y responder al mismo afán nivelador, traducido en una notable propensión a la camaradería. Un ejemplo claro está en el ámbito de la enseñanza, donde cualquier niño puede pedir a su profesor que le aclare algo con frases así: “Maestro, explícalo otra vez, que no me he entrado de nada”. No solo se aprecia la eliminación de “señor”, impensable ya en el aula, sino también la sustitución del “usted” por el “tú”.

               Otro aspecto de la misma cuestión apunta a la posibilidad de que determinados tipos de cargos sean más propicios que otros para la supresión de “señor/a”, así como el nivel de penetración o generalización en la comunidad. No estoy ahora mismo en condiciones de abordar tales extremos, porque carezco de datos. Al parecer, esta forma de apelación se está imponiendo en muchos y diversos contextos, según se desprende de la naturalidad y constancia de su empleo en una rueda de prensa como la que vengo citando, de tanta significación, no solo por la categoría del político y el interés del asunto, sino también por el hecho de ser televisada en directo para todo el país.

                ¿Cuál es la doctrina actual de la Real Academia a este respecto? Acabo de recibir un correo de la docta casa, como respuesta a una pregunta mía expresa. Dice así: “En el uso vocativo, estos cargos van precedidos de la palabra señor: ‘Señor ministro: permítame una pregunta’. ‘Pero, señor director, los datos que usted maneja no son exactos’.”
               Y ahora, ¿cómo le ponemos al niño?, decimos en mi tierra cuando nos quedamos sin saber qué hacer o a qué atenernos.




2 comentarios:

  1. Estoy de acuerdo con la hipótesis que defiendes y razonas: la tendencia a igualar clases y condiciones, como si eso fuera una cuestión nominalista. En las ocasiones que tengo de viajar por Europa, por razones familiares, nunca me he encontrado un caso en donde no se me antepusiera el "Sr." delante y, por supuesto, nunca se me ha tuteado. Es más: llevo 20 años jugando al tenis con centroeuropeo, y al acabar el partido ¡SIEMPRE! me saluda con un "gracias, señor". Ahí, le corrijo, no está indicado el vocativo SEÑOR... ¡Pero dice que no puede evitarlo! En nuestros lares, tablaa rasa con todo... Ya sEmos (sic) ricos, aunque dudo si europeos.

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  2. Por una parte, está ese deseo de desterrar las diferencias e igualar por abajo; por otra, la facilidad con la que interpretamos como coloquial cualquier situación de comunicación, independientemente de la naturaleza real de la misma de acuerdo con los criterios que hasta ahora han estado vigentes. Por ejemplo, la rueda de prensa con el ministro. Gracias por tu visita y comentario, con esa interesante referencia europea "de contraste".

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