jueves, 7 de marzo de 2024

TESORO DE PALABRAS PREDILECTAS (III): FASCINANTE

 


Debería yo de tener 13 o 14 años cuando el adjetivo «fascinante» emergió de mi inconsciente, al cual no supe nunca de dónde había llegado tan norabuena; tal vez un poema, una novela juvenil, alguna charla en el colegio, algún libro religioso… No sé. El caso es que tomé conciencia de la palabra, junto con el verbo originario «fascinante», y quedé deslumbrado.

Recuerdo que unía yo estas palabras a la impresión que causa la belleza ―de cualquier tipo, incluso intelectual o espiritual―, como principal foco y agente de «fascinación». Vivía el acto como una poderosísima atracción, ejercida por la visión de algo o alguien dotado, para mí,  de una sorprendente y maravillosa hermosura, ante la cual quedaba maravillado, atónito, aturdido, secuestrado. Apenas conservo en la memoria imágenes o recuerdos «fascinantes» de aquellos días. Entre los que guardo, sobresalen alguna música cautivadora, como el segundo movimiento del Concierto de Aranjuez (RODRIGO -- CONCIERTO DE ARANJUEZ -- II Adagio (youtube.com)ciertas secciones de Peer Gynt (Edvard Grieg: Peer Gynt Suite No.1 & No.2 ​- Bjarte Engeset (op. 46, op. 55, op. 23) (youtube.com) o la canción Inch'Allahj de Adamo (Salvatore Adamo - God willing (Si Dios quiere / Inch' Allah / Si Dieu le veut) (youtube.com) y algún paisaje nocturno, perdido ya en la neblina de la lejana memoria. La luna llena me henchía el pecho de emoción y su contemplación me apretaba un nudo en la garganta. ¡Cuántas noches quedé embelesado, fascinado, con los ojos hacia el cielo en la terraza de mi casa!

Hoy día sigo encontrando seres y objetos dotados del mismo poder seductor que aquellos y que otros de diferentes épocas, pero ya no son tantos ni su fuerza es tan poderosa. No parecen tan «fascinantes». Estoy seguro de que la adolescencia es la edad más propicia para ser bendecido por alteración tan placentera como la que estoy describiendo. Llega un punto en que al niño se le abre un mundo completamente nuevo, deslumbrante, en el que descubre lo que ni siquiera imaginaba que podría existir ni ser como lo empieza a ver y sentir. Son ráfagas, momentos de plenitud, en los que parece que un dios penetra en su corazón y lo inunda de emoción hasta que se desborda.

Ocurre, además, que la palabra en sí, «fascinante» ―predominante en mi estimativa sobre el verbo―, la sucesión de sonidos, tiene para mí un gran atractivo. Resulta  bastante original su sonoridad, por la unión contrastada de la «s» y la «c», que en castellano ostentan un cercano parentesco acústico, a la vez que una notoria oposición («tasa» - «taza»), y por la presencia de la nasal en la sílaba tónica, que origina una gran resonancia.

No he llegado a saber hasta muy tarde que «fascinar» posee una acepción negativa ―¡quién lo diría!―, que el diccionario de la RAE define, de manera quizás poco nítida, como «engañar, ofuscar, alucinar». Supongo que es herencia del valor etimológico, en tanto que procedente del verbo latino fascinare, cuyo significado era «hechizar, embrujar, encantar, echar mal de ojo». Nótese el doble sentido, negativo y positivo, del verbo «encantar» (y tal vez de otros sinónimos, como «hechizar» o «cautivar»), paralelo al de «fascinar». Hay sinónimos o casi sinónimos de las palabras que estoy comentado, verdaderamente «fascinantes» también, a la par que ambiguos: «cegar, enloquecer, maravillar, arrebatar, embelesar, arrobar, seducir», entre otros.

Algo más me sucedía con «fascinar» y «fascinante» en aquellos tiernos años, algo un poco raro. Más que las palabras, o antes que ellas, fui poseído sin notarlo ―junto a otros muchos de mi edad, supongo― por la capacidad de sentir «fascinación», por emocionarme hasta límites insospechados con la contemplación de personas, de objetos, de sonidos, de lugares, de panorámicas nocturnas... Y llegó un momento en que fui consciente de esa facultad que tanto placer me procuraba. Entonces creo que fue cuando vinieron el verbo y el adjetivo a nominarla, y ellos quedaron así contaminados  del encanto de lo que designaron en mi idioma personal ya para siempre. Todavía más: yo era feliz con lo maravilloso de todo aquello que, al percibirlo, me «fascinaba»; también por la palabra. Pero no menos, y esto es lo extraño, por el mismo poder de «ser fascinado», si es que esta fórmula está permitida por la gramática. Mucho tiempo después se me ha ocurrido la barbaridad de poner este hecho en paralelo con la inconcebible condición innata de Jean-Baptiste Grenouille, el protagonista de El perfume, de Patrick Suskind, sin que, por supuesto, tengan absolutamente nada que ver. Sé que la conmoción interior que causa la contemplación de la belleza, en cualquiera de sus variantes,  es un componente universal del espíritu humano. La sorpresa que me produjo al iniciarse en mí ¡y el indescriptible goce subsiguiente! fueron sin duda fruto de la corta edad y poca experiencia.

Hoy me alegro de haber sido así tan feliz.


martes, 5 de marzo de 2024

TESORO DE PALABRAS PREDILECTAS (II): ARMONÍA

 


Era un aire suave, de pausados giros;
el hada Harmonía ritmaba sus vuelos;
e iban frases vagas y tenues suspiros
entre los sollozos de los violoncelos.

                                      Rubén Darío

Para el poeta, Armonía (o Harmonía) es un hada, es decir, un espíritu protector dotado de aspecto humanoide, con alas en este caso. Los griegos la consideraban una diosa, precisamente la del acuerdo, el entendimiento, la paz, principalmente en el ámbito matrimonial. Los romanos la bautizaron como Concordia Augusta, hija de Ares y Afrodita, y esposa de Cadmo. Véase la etimología de este nombre, procedente de corde, ‘corazón’, y cum, ‘con’ (“unión”). Para mí, armonía es una palabra, solo una palabra, eso sí, muy querida desde siempre, una de mis preferidas. Soy, por eso, uno de los muchos, supongo, que estiman el acuerdo y rechazan la discordia, nombre que, curiosamente, daban los romanos a la diosa opuesta a la Concordia.  

Me agrada este término no tanto por su cuerpo sonoro, cuanto por lo que significa, desde un punto de vista general, así como en el campo particular del arte, la técnica, las relaciones sociales. De las definiciones que ofrece el diccionario de la RAE, la que me parece más amplia y abarcadora es esta: «Proporción y correspondencia de unas cosas con otras en el conjunto que componen». Se puede aplicar a la relación personal («Amistad y buena correspondencia entre personas»), a la música («Arte de formar y enlazar acordes», esto es, conjuntos de sonidos que se producen simultáneamente), a las artes plásticas (buena correspondencia entre formas, colores, tamaños, etc., en las obras pictóricas, escultóricas o arquitectónicas), a la poesía, al vestido, la decoración, etc.

De donde se desprende que me gusta que las personas nos entendamos, que haya acuerdo entre nosotros, que prime la buena relación y el afecto; y desdeño el enfrentamiento, la pugna, la enemistad, la agresividad y violencia, el roce. Yo hago siempre todo lo posible por llegar a la coincidencia, aun partiendo del desacuerdo. Las diferencias que enfrentan  las considero oportunas y beneficiosas solo si se hallan encuadradas dentro de un régimen de compatibilidad, que permita y conduzca a la avenencia y el trato afectuoso, colaborativo. ¿Hay algo más hermoso que la existencia de dos o más seres que se entienden, que se llevan bien, que se aceptan en su singularidad, se respetan, valoran y estiman? Sirva como contraejemplo el proceder de la clase política en sus actuaciones dentro y fuera del parlamento, fenómeno del que he tratado en otro artículo (AHÍ TE QUIERO YO VER: ODIO, REPULSA (ramosjoseantonio.blogspot.com)). Me molesta presenciar una pelea, una discusión sin intención de llegar a arreglo alguno, por insignificante que sea. Prefiero ceder a distanciarme y romper, no tener cuentas pendientes, saludar con cordialidad a hacerme el longuis cuando me cruzo con alguien, entender a los demás a repudiarlos, etc. Siempre hay algún punto en el que individuos distintos pueden coincidir.

Lo ideal, pienso, es que las personas encajemos como lo hacen las piezas de un rompecabezas cuando se buscan, se encuentran y se funden dentro de un único todo. O que haya una sintonía o compatibilidad semejante a las notas que forman gran parte de los acordes en la música. Precisamente, la disciplina que estudia los acordes se denomina Armonía. Su estudio y conocimiento siempre me ha atraído poderosamente desde que tuve noticia de ella, siendo aún adolescente. Aunque parezca una contradicción, existen acordes disonantes, que son conjuntos de notas simultáneas entre las cuales hay una o varias que chocan con alguna o algunas de las demás. En muchos casos, estos acordes provocan una tensión acústica que pide ser resuelta en el siguiente, ya sin disonancia. Es una especie de desacuerdo momentáneo, premonitorio, tendente a la búsqueda de la concordancia. Como en la vida cuando se enfrentan pareceres, como en el rompecabezas cuando se intenta acoplar piezas incompatibles en busca de colocar la apropiada, etc.  

Los grandes artistas, sea cual sea su especialidad, saben de los efectos armónicos e inarmónicos. Por ejemplo, el contraste, consistente en el emparejamiento o proximidad entre elementos que coinciden en algo y se distinguen también en algo. Confieso que gusto más de la coincidencia, el paralelismo, la correspondencia, incluso la igualdad que del contraste. Como hecho curioso, y en tanto que profesor, siempre he defendido que los alumnos vayan vestidos de uniforme, el cual se me representa como una estructura superior, una especie de sello familiar, que une, que cobija, ampara, protege… a quienes lucen su imagen y a ella se acogen. Me llama mucho la atención también encontrarme con hermanos gemelos, que son casi idénticos, como dos gotas de agua, según suele decirse. Igual que una urbanización o barriada con todas las casas iguales o muy parecidas, una banda de música uniformada, un poema con rima, el mobiliario de un restaurante que se atiene a un estilo o, más humilde, el de un aula, las hileras de arbolitos o de farolas en las avenidas, etc., etc. Me agradan todas estas realidades y no me importa que esténn a veces al borde de la monotonía.

En fin, me atrae todo elemento que concuerda, se adecua, toma parecido y afinidad con los seres de su entorno. Todo conjunto, en suma, donde hay armonía. En muchos de mis actos y relaciones siempre he buscado, busco y supongo que buscaré que reine la diosa Armonía o Concordia.