Si la “cuestión catalana” fuera solamente un problema
lingüístico y si ese problema lo originara solamente la pugna entre la lengua “de
España” y la lengua regional, todo sería más simple, creo yo, y menos grave.
Pero ni el asunto se circunscribe únicamente al ámbito idiomático ni, en este, consiste
solo en la adopción y uso de una lengua
u otra, sin mayores consecuencias.
El acoso que sufría el catalán en la época franquista corre
parejas con el que soporta el castellano en la región donde ambas entidades
deberían convivir en paz. Los niños y adolescentes de allí, gracias a Dios
escolarizados todos hoy, tienen como lengua habitual la que es cooficial en aquel territorio y
adquieren, con dificultad, un nivel de castellano cada vez más bajo. Naturalmente,
esto no es fruto de una decisión suya, ni de sus padres: el “sistema” nacionalista
les está metiendo en ese escollo.
El hecho es que la catalanía idiomática va tomando una
fuerza tal, que contrarresta y aun supera a la del castellano en Cataluña. Sin
querer queriendo, como suele decirse, las medidas políticas y la propaganda
están creando una conciencia de ideal monolingüe, que avanza en la misma medida
en que retrocede el castellano, teñido de desprecio, en las instituciones, en
la vida social, en la cultura e incluso en el rincón de lo personal y privado.
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2011/04/mundo-hispanohablante.html |
El proceso no es espontáneo y cabe considerarlo anti natura, pues las lenguas no pertenecen
a los dirigentes políticos o a los que dominan los medios de comunicación y
manejan los cauces propagandísticos; ni siquiera tienen mando real en ella
instituciones como la RAE (http://www.lavadoradetextos.com/2012/12/una-lengua-imparable/)
. La lengua es propiedad de los hablantes y, en circunstancias normales, o sea,
en contextos de libertad individual y colectiva, ellos son muy dueños de
llevarla por donde mejor les parezca. Pero el entorno al que me refiero no goza,
evidentemente, de tal privilegio.
Antes aludía a la gravedad de las consecuencias. Se debe a que, en realidad de verdad, como también suele decirse, a la juventud catalana se la está encarcelando en una comunidad idiomática muy reducida, muy estrecha y aislada, porque se le va excluyendo de la comunidad española, cuya lengua domina cada vez menos, usa menos todavía y tal vez llegue un momento -si no ha llegado ya- en que no pase de ser una mera asignatura, que enseñe tanto como a nosotros nos enseñó en su día la de Francés, por ejemplo; o sea, casi nada. Los profesores que recibimos alumnos cuyos padres fueron emigrantes y ahora han vuelto, sabemos la ensaladilla rusa que cocinan esos niños cuando los ponemos a escribir en español, e incluso a hablar. Como mínimo se cansan, se trastabillan, lo mismo que yo, que me muevo a pie o en coche, me fatigaría el pedalear y perdería con frecuencia el equilibrio si tuviera que desplazarme en bici.
Se detraen no solo de la comunidad española (que es lo que persiguen y venden quienes allí decretan a la voz de “¡Independencia!”), sino de la comunidad hispanohablante internacional. Esto es lo verdaderamente serio. Uno no acierta a comprender cómo los responsables de los niños y jóvenes no advierten que se les están quitando posibilidades a los chavales. Fijaos: en la actualidad, el castellano, con más de 450 millones de hablantes, es la segunda lengua mundial, después del inglés; el catalán no pasa de los 11 millones, incluyendo el Reino de Valencia y las Baleares. No sé si se advierte el daño que se puede causar a tantas y tantas personas por mor de esa miopía localista, dentro de un mundo donde la actividad económica, los intercambios comerciales, el desarrollo de la ciencia y del pensamiento, el arte y la cultura traspasan toda frontera. En Estados Unidos, o sea, en el corazón del Imperio, más de uno de cada tres ciudadanos entiende y habla el castellano. Agachar la cabeza y mirarse el ombligo es ahora más pifia y error que nunca. A los niños y adolescentes hemos de abrirles horizontes, no cerrárselos con el idioma como reja y candado.
El español no es España, esto es lo que hay que comprender. No son adversarios equiparables el catalán y el castellano. El castellano significa la amplitud, la expansión, la apertura, la apuesta de futuro, la comunicación a gran escala; encierra en sí la suficiente virtualidad como para ser instrumento y vehículo y plataforma de lanzamiento de quienes quieran o deban transitar el mundo, llamados por necesidades profesionales o personales. El catalán, no.
Antes aludía a la gravedad de las consecuencias. Se debe a que, en realidad de verdad, como también suele decirse, a la juventud catalana se la está encarcelando en una comunidad idiomática muy reducida, muy estrecha y aislada, porque se le va excluyendo de la comunidad española, cuya lengua domina cada vez menos, usa menos todavía y tal vez llegue un momento -si no ha llegado ya- en que no pase de ser una mera asignatura, que enseñe tanto como a nosotros nos enseñó en su día la de Francés, por ejemplo; o sea, casi nada. Los profesores que recibimos alumnos cuyos padres fueron emigrantes y ahora han vuelto, sabemos la ensaladilla rusa que cocinan esos niños cuando los ponemos a escribir en español, e incluso a hablar. Como mínimo se cansan, se trastabillan, lo mismo que yo, que me muevo a pie o en coche, me fatigaría el pedalear y perdería con frecuencia el equilibrio si tuviera que desplazarme en bici.
Se detraen no solo de la comunidad española (que es lo que persiguen y venden quienes allí decretan a la voz de “¡Independencia!”), sino de la comunidad hispanohablante internacional. Esto es lo verdaderamente serio. Uno no acierta a comprender cómo los responsables de los niños y jóvenes no advierten que se les están quitando posibilidades a los chavales. Fijaos: en la actualidad, el castellano, con más de 450 millones de hablantes, es la segunda lengua mundial, después del inglés; el catalán no pasa de los 11 millones, incluyendo el Reino de Valencia y las Baleares. No sé si se advierte el daño que se puede causar a tantas y tantas personas por mor de esa miopía localista, dentro de un mundo donde la actividad económica, los intercambios comerciales, el desarrollo de la ciencia y del pensamiento, el arte y la cultura traspasan toda frontera. En Estados Unidos, o sea, en el corazón del Imperio, más de uno de cada tres ciudadanos entiende y habla el castellano. Agachar la cabeza y mirarse el ombligo es ahora más pifia y error que nunca. A los niños y adolescentes hemos de abrirles horizontes, no cerrárselos con el idioma como reja y candado.
El español no es España, esto es lo que hay que comprender. No son adversarios equiparables el catalán y el castellano. El castellano significa la amplitud, la expansión, la apertura, la apuesta de futuro, la comunicación a gran escala; encierra en sí la suficiente virtualidad como para ser instrumento y vehículo y plataforma de lanzamiento de quienes quieran o deban transitar el mundo, llamados por necesidades profesionales o personales. El catalán, no.