martes, 29 de octubre de 2024

LOS ENANOS

 


Ha llegado a mis manos, mediante la generosa acción de un buen amigo, cómplice y guía de lecturas, la novela Los enanos, que me ha impresionado bastante. Su autora, la valenciana Concha Alós, tal vez no suficientemente conocida y apreciada en el mundo de la literatura, es, sin embargo, la única autora que ha recibido dos veces, en años casi consecutivos, el premio Planeta. El primero lo mereció, precisamente, la novela Los enanos en 1962; el segundo, en 1964, fue La Hoguera. Ocurrió, sin embargo, que hubo de renunciar a aquel a requerimiento de la editorial Plaza y Janés, con la que al parecer estaba contratada con anterioridad la publicación.

Llama la atención de la obra que me propongo comentar lo descarnado del panorama vital que presenta, donde una serie de personas, cuya existencia está dominada por la desgracia, la pobreza, el hambre, la mala suerte, la soledad, la falta de perspectiva alguna y el cruel destino que parece aguardarles. Son hombres y mujeres que habitan en una casa de huéspedes, con derecho a cocina y cuarto de aseo común, en habitaciones alquiladas de tres o cuatro camas, en las que duermen y pasan buena parte de muchos días, sin tener ninguna relación ni parentesco. El trato no es violento ni agresivo, pero el aislamiento, la independencia y el desafecto son la nota destacada. El relato abarca un tiempo indefinido, tal vez un año o dos de la década de los 50, donde no se producen cambios significativos, salvo alguna muerte o la sustitución de unos inquilinos por otros.

Es un texto incómodo, perturbador, a lo largo del cual se suceden situaciones, comportamientos, acaecimientos a cual más áspero y desagradable. El encadenamiento que configura la trama no sigue un orden determinado, pues los hechos no se organizan según el factor temporal o local, ni tampoco en torno a los personajes; tampoco hay una división clara en etapas. Con harta frecuencia, tras la intervención o la acción de una mujer u hombre (o de niños, que también los hay, uno incluso retrasado) se pasa sin transición a los de otro u otros personajes, y de estos se salta a unos nuevos, para volver luego atrás, etc., con un simple punto y aparte. Da la impresión de que se trata de las anotaciones de un observador que, dirigiendo la vista a un lugar u otro sin demorarse más de un instante en ninguno, va recogiendo en un cuaderno lo que está pasando y lo que está haciendo y diciendo cada uno de los numerosos individuos que lo rodean. Tal modo de organizar la trama es heredero de un tipo de relatos con forma de mosaico, de los que La colmena, de C.J. Cela, constituye el modelo más conocido y destacado. Entre esta obra, que apareció en 1951, y Los enanos median más de diez años, por lo que cabe hablar de influencia, de asunción de un modelo establecido y consolidado.

Caracteriza, pues, la novela la técnica del protagonista colectivo, ya que todos los que aparecen forman en conjunto una masa humana cuya existencia transcurre sin pena ni gloria y es la que se narra.

Otro componente del relato de C. Alós creo que evidencia una conexión con la narrativa inicial de Cela. La familia de Pascual Duarte, (1942) inicia una corriente literaria que los críticos bautizaron, exitosamente, con el nombre de «tremendismo». Se retrataba la cara más sórdida y miserable de la condición humana,  la vida de los seres más desdichados, para lo cual bastaba, en parte, con posar la vista y el corazón en la sociedad de los años posteriores a la Guerra Civil Española. La nada (1945), de Carmen Laforet, es otra excelente representante de este tipo de literatura de carácter social.

Para el lector contemporáneo de la publicación de Los enanos, la etapa de la postguerra era ya un tanto lejana, aquellos sufrimientos y aquella postración del país pertenecían a una etapa distante y bastante distinta a la de los años 60, en que empezaban a despuntar un optimismo vital, un relativo desarrollo y un cierto bienestar en el país. Muy otra sería el efecto producido en su momento por las obras de Cela o Laforet que se han citado, las cuales vieron la luz en los años inmediatos a la Guerra Civil. Casi me atrevería a afirmar que, a veintitantos años de terminada la contienda, esta y sus consecuencias empezaban a constituir más un tema de análisis y estudio históricos que una experiencia o una vivencia todavía calientes, pese a que muchos de los combatientes aún respiraban y persistían muy duros recuerdos. No digamos ahora, pasada la segunda década del siglo XXI. Me parece, así, que no cabe en la actualidad ni siquiera la consideración de valor reivindicativo de este tipo de obras, encarnado en quienes padecieron la condición de perdedores y la trágica incidencia de tal hecho durante el franquismo, así como en la memoria de sus descendientes. En cierto modo, la obra de Concha Alós, que juzgo una excelente novela, no solo por el contenido, sino sobre todo por la forma (de mosaico, de colmena), tan conseguida, es una especie de pieza de museo para los lectores actuales de menos de 50 años, eso sí, tan admirable como literariamente valiosa.

 


lunes, 30 de septiembre de 2024

EL VESTIDO

 


Era una maravillosa y soleada mañana cuando Clara, una joven de tan solo 20 años, se

encontraba en plena preparación para un viaje muy especial que la llevaría a la capital

junto a sus padres. La emoción la embargaba con cada paso que daba, pues se

proponía buscar y comprar un vestido de fiesta en unos almacenes de gran renombre

y categoría. Este vestido era de vital importancia para Clara, ya que había sido

invitada a la boda de una de sus mejores amigas, que se celebraría en la semana que

estaba por venir, y su mayor deseo era lucir espectacular en una ocasión tan

significativa.

Clara era conocida en su círculo íntimo por ser caprichosa e indecisa, características

que a menudo ponían a prueba la paciencia de quienes la rodeaban, especialmente la

de sus padres. Sin embargo, estos siempre habían sido comprensivos. Ahora se

disponían a acompañarla en esta importante misión, que parecía tener un peso

especial para su hija.

Cuando finalmente llegaron a los almacenes, Clara se sintió deslumbrada por la

elegancia y el lujo que emanaba de aquel lugar. Los maniquíes en los escaparates

lucían vestidos de ensueño, cada uno más hermoso y cautivador que el anterior. Al

entrar, fueron recibidos por un dependiente que, aunque solía carecer de la

diplomacia necesaria y mostraba una escasa paciencia, trataba de mantener la

compostura para ofrecer un servicio adecuado.

—Buenos días, ¿en qué puedo ayudarles? —preguntó el dependiente, con una

sonrisa un poco forzada, que reflejaba quizás un ligero cansancio.

—Buenos días —respondió la madre de Clara con un tono amable—. Mi hija

necesita un vestido de fiesta para una boda. Queremos algo elegante y adecuado para

la ocasión.

El dependiente asintió con la cabeza y comenzó a mostrarles una cuidadosa selección

de vestidos que podrían ser de su interés. La indecisa, se dedicó a examinar cada uno

de ellos con detenimiento, pero siempre encontraba algún pequeño defecto que la

llevaba a descartarlos.

—Este vestido es demasiado largo y no me favorece. De este otro, no me gusta el

color. ¿No tiene algo que sea más brillante? —se quejaba Clara, mientras el

dependiente intentaba, con esfuerzo, no perder la paciencia y mantener un semblante

amable.

Entre los vestidos que Clara revisaba, había de todo tipo. Se presentaban trajes de

cóctel, ideales para ocasiones semiformales, con diseños que parecían ser elegantes y

sofisticados; también estaban los vestidos de noche, perfectos para eventos formales

como el de la boda, alargados y decorados con detalles elaborados y relucientes; y no

podían faltar los vestidos llamativos y coloridos, ideales para actos sociales donde se

conjugarían el brillo y la diversión. Tras una hora de búsqueda exhaustiva, Clara

seguía sin lograr decidirse por nada en particular. Además, dejaba todos los vestidos

regados por el suelo, sin tener la paciencia de ponerlos en su sitio, lo que aumentaba

la frustración del dependiente.

El dependiente, visiblemente nervioso por la situación, intentaba mantener la calma

al dirigirse a la chica:

—Señorita, ¿podría ser más específica sobre lo que busca? —preguntó, tratando de

mostrar serenidad en su expresión.

Clara suspiró profundamente y miró a su madre en busca de apoyo. La madre, con

una sonrisa comprensiva y alentadora, le sugirió que comenzara a probarse algunos

vestidos para ver cómo le quedaban y así tener una mejor idea de lo que realmente

quería. Finalmente, accedió y comenzó a probarse una serie de vestidos. Primero, se

puso uno de cóctel corto, ajustado y elegante, que resaltaba sus encantos y su figura

juvenil. Luego, un vestido de noche largo, confeccionado con encajes y bordados que

le conferían una elegancia y sofisticación inigualables. Además, también tuvo la

oportunidad de probar un llamativo vestido de fiesta que, con sus colores intensos y

su diseño moderno, prometía ser atrayente e incluso excitante. Cada vez que Clara

salía del probador, sus padres la miraban con orgullo y admiración, deseando que al

fin encontrara lo que buscaba, pero ella, aún insegura y anhelando más, seguía

sintiéndose incómoda y sin la certeza de haber encontrado su elección final. El

dependiente, aunque era evidente en su agotamiento, no se rendía y continuaba

trayendo nuevas opciones.

Finalmente, después de una larga y exhaustiva búsqueda, cuando los padres estaban

ya desesperados, la chica decidió probarse un vestido de línea A, que resultaba ser

ajustado en la parte superior y contaba con una falda que se ensanchaba hacia abajo,

dándole un aire de inocente belleza. Era de un color azul oscuro que la hacía destacar,

con delicados detalles de encaje en el escote y la cintura. Al mirarse en el espejo, Clara

experimentó una sensación única. Por fin, sintió que había encontrado el vestido

perfecto, el que la haría brillar en la boda.

—Este es —dijo entusiasmada con una sonrisa radiante que iluminaba su rostro—.

Este es el vestido que quiero. ¡No puedo esperar para lucirlo!

Sus padres suspiraron aliviados, contentos por la decisión de su hija. El dependiente

también sonrió y, aunque cansado por la larga jornada, se sintió satisfecho con la

elección final de la joven.

Sin embargo, cuando llegaron a la caja para pagar, Clara notó un pequeño defecto en

el encaje del vestido.

—¡Oh no! —exclamó, frunciendo el ceño—. ¡Mira esto, mamá! ¡El encaje está

deshilachado! No puedo llevarme este vestido así.

El dependiente, visiblemente agotado, trató de calmarla.

—Señorita, podemos arreglarlo rápidamente, no será un problema.

Pero Clara ya había tomado una decisión.

—No, no. Prefiero buscar otro. No quiero arriesgarme.

Su madre , ya cansada, intentó razonar con ella.

—Clara, cariño, llevamos horas aquí. Este vestido es hermoso y el defecto es mínimo.

Podemos arreglarlo.

—¡No, mamá! —respondió Clara con firmeza—. No quiero un vestido con defectos.

Quiero algo perfecto.

El dependiente, tratando de mantener la calma, intervino.

—Señorita, entiendo su preocupación, pero le aseguro que podemos solucionarlo.

Clara, sin embargo, no estaba dispuesta a ceder.

—No, gracias. Prefiero seguir buscando.

Y así, la búsqueda comenzó de nuevo. Revisó más vestidos, probándose uno tras

otro, cada vez más exigente y caprichosa. Sus padres, aunque agotados, la apoyaban

pacientemente. Finalmente, después de otra hora de búsqueda, encontró un vestido

que la dejó sin palabras. Era un vestido de noche largo, de un color rojo intenso, con

detalles de pedrería que brillaban con cada movimiento. Al mirarse en el espejo, Clara

supo que este era el vestido perfecto.

—Este sí —dijo con una sonrisa aún más radiante—. Este es el vestido que quiero. ¡Es

perfecto!

Sus padres, aliviados, asintieron con entusiasmo. El dependiente, aunque exhausto,

sonrió satisfecho.

—Excelente elección, señorita. Estoy seguro de que lucirá espectacular en la boda.

Clara salió de los almacenes con su nuevo y hermoso vestido, emocionada por la fiesta

que se avecinaba y por la oportunidad de mostrar su estilo personal. Aunque había

sido una búsqueda larga y complicada, al fin había encontrado lo que realmente

quería. Y, aunque el dependiente tuvo que armarse de paciencia durante toda la

experiencia, finalmente todos se fueron con una sonrisa, satisfechos de haber

alcanzado el objetivo.


GIROLAMO VALENTI

jueves, 26 de septiembre de 2024

Luces de Esperanza. El Sueño de dos Hermanos.

 


 En el seno de una pintoresca y tranquila ciudad costera, donde el vaivén de las olas se entrelazaba con el susurro del viento al estrellarse suavemente contra las rocas y donde el ocaso desplegaba su paleta de colores vibrantes, se desarrollaba la existencia de dos jóvenes almas: Lucas y Sofía. Lucas, a la tierna edad de doce años, era un ferviente soñador, un supremo amante del séptimo arte. Se sumergía en el universo del cine clásico a través de su antiguo reproductor de DVD, nutriendo su anhelo de convertirse en director, que da vida a las narrativas que resuenan en el alma. En contraste, su hermana Sofía, una curiosa niña de diez años, se comportaba como su leal compañera en las travesías del pensamiento y la creatividad, dispuesta siempre a abrazar las locuras que brotaban de su mente. Sus progenitores, igualmente imbuidos de pasión por el arte cinematográfico, compartían una devoción casi mística por las imágenes en movimiento, trasladando su entusiasmo a sus descendientes a través de la búsqueda incesante de oportunidades en cada casting que llegaba a su conocimiento. En una ocasión , el destino, en su caprichosa danza, les hizo llegar una noticia que resonaba con la fuerza de un giro dramático en un guion: Lucas y Sofía habían sido seleccionados para participar en el rodaje de un episodio de Estrellas del Corazón”, una serie juvenil que había desatado la atención y el entusiasmo de millones de televidentes con su narrativa conmovedora y sus brillantes interpretaciones. Valeria, la protagonista de tan celebrada obra, era la encarnación del ideal estético y el empoderamiento femenino; su presencia, combinada con su asombrosa belleza y un fulgor casi divino, la elevaba a los altares de la veneración popular, convirtiéndose en un símbolo de las aspiraciones femeninas. Lucas y Sofía, acompañados por su madre, se aventuraron a ir a Nerja, donde durante una semana se entregaron al estudio diligente y al ensayo de sus respectivos papeles. La anticipación impregnaba el aire como una fragancia ilusoria y el día del rodaje se erguía ante ellos como un umbral hacia lo desconocido. Con los corazones vibrantes en su pecho, se ataviaron con las vestimentas que simbolizaban no solo su papel, sino también el eco de sus ambiciones. Al llegar al espacio sagrado de la filmación, un vasto recinto iluminado por la efervescencia de luces brillantes y decoraciones elaboradas, fueron invadidos por una insospechada sensación de asombro, como infantes que se adentran en un parque de diversiones del espíritu.―¿Te imaginas? ¡Voy a conocer a Valeria! No puedo creerlo…―murmuró Lucas pegado a los oídos de su madre, con los ojos brillando de emoción. Sofía sonrió y le dio una ligera palmadita en la espalda.―Tranquilo, Lucas. Recuerda que estamos aquí para trabajar también. No hay que perder de vista eso. Finalmente, el momento llegó. Valeria apareció en el set, radiante, encantadora , y Lucas sintió como si el aire se le escapara. Era más hermosa de lo que jamás había imaginado. Con sus ojos chispeantes y su amabilidad innata, se acercó a los hermanos.―¡Hola! Vosotros debéis ser Lucas y Sofía. Es un placer conoceros―, los saludó Valeria con una sonrisa que iluminó todo el ambiente. Lucas, bastante nervioso, tartamudeó:

―Si, sí, soy Lucas. Es un honor conocerte, Valeria. Soy un gran fan tuyo.―Gracias, Lucas. Estoy segura de que lo pasaremos genial trabajando juntos―, respondió Valeria, notando la admiración en los ojos del niño. A medida que avanzaban las escenas en el rodaje, Lucas se dio cuenta de que cada vez que Valeria le sonreía, sentía que el tiempo se detenía. Era innegable que había una chispa de conexión entre ellos, aunque fuera en el ámbito del trabajo. Decidido a aproximarse más a ella, el niño, en cada pausa, buscaba la oportunidad de entablar conversación con la actriz. En una de estas pausas, mientras Valeria leía su guion, Lucas, muy alterado , se acercó.

―Valeria, ¿puedo hacerte una pregunta?

―Claro, Lucas. ¿Qué quieres saber?―preguntó ella, observándolo atentamente.

―¿Cómo es ser una estrella de televisión? ¿Disfrutas del trabajo? Valeria reflexionó por un momento antes de responder.

―Es una experiencia maravillosa, pero conlleva muchos sacrificios. Lo más importante es mantenerse el a uno mismo y disfrutar del viaje, sin importar cuán difícil se vuelva. Lucas escuchó atentamente sus palabras, sintiéndose iluminado . Esa tarde en la cafetería, donde tomaron helados después de un largo día de rodaje, Valeria hizo a sus jóvenes compañeros preguntas sobre sus sueños. Sofía reveló que quería ser maquilladora y que admiraba la forma en que el equipo de Valeria había transformado a los actores. Lucas habló de sus aspiración a ser futuro director de cine.

―Quiero contar historias que emocionen a la gente, como aquellas que se narran en las películas que tanto amo, confesó Lucas, sintiendo la pasión arder dentro de su pecho. Valeria sonrió con calidez.

―Ambos tenéis sueños increíbles. Con vuestra su dedicación y esfuerzo, estoy segura de que los alcanzaréis. Cada día que pasaba en el set, la amistad entre Lucas y Valeria se fortalecía. Sin embargo, había un eco de realismo en lo que ella le decía, que persistía en la mente de Lucas y anegaba sus ideales como si fueran las aguas de un río desbordado. Un día, con el espíritu de la valentía animándolo, decidió abrir su corazón. ―Valeria, sé que hay una gran diferencia de edad entre nosotros, pero… me gustas mucho. Eres increíble y me conquistas un poco más cada día, confesó, sintiendo cómo su rostro se sonrojaba. Valeria, sorprendida, sonrió al pobre chiquillo con una ternura que trascendía lo efímero. Colocó una mano reconfortante sobre su hombro y, con una voz que resonaba como un eco en el alma, le dijo:

―Lucas, eres un ser especial . Lo que siento por ti es una profunda admiración y un gran aprecio. En este momento , lo más importante es que continúes persiguiendo tus sueños y crezcas. La vida es un enigma sorprendente y quién sabe qué maravillas puedas encontrar en tu camino. Aunque el corazón de Lucas experimentó un profundo dolor ante su respuesta, comprendió la verdad de las palabras de Valeria, si bien no pudo retener dos tristes lágrimas. Desde ese día, prometió concentrar todo su ser y sus fuerzas en su pasión por el cine, al mismo tiempo que cultivar la hermosa amistad que había surgido entre ellos. Con el paso del tiempo, Lucas y Sofía mantuvieron el contacto en el equipo de Estrellas del Corazón y visitaban con frecuencia los rodajes. Lucas, en su búsqueda de sabiduría, continuó aprendiendo de Valeria, observando sus técnicas de actuación y brindándole apoyo en el set; mientras Sofía emergía como una prometedora profesional del maquillaje. Cada escena capturada, cada consejo compartido, cada risa resonante en los pasillos del estudio se integraban en sus recuerdos más preciados, como fragmentos de un mosaico existencial. Un día, mientras el director Carlos se preparaba para anunciar novedades emocionantes, la adrenalina fluyó entre todo el equipo como un río de energía vital.

―Lucas, Sofía, me complace deciros que estaréis en un episodio especial que requerirá vuestra participación activa. Contamos con vosotros para dar vida a unos personajes inolvidables. 

―¡Sí, estamos listos!―casi gritaron los niños, fundiéndose en un abrazo, inseparables como siempre. El episodio presentaba una trama conmovedora: los personajes principales viajaban a un pueblo remoto donde se encontrarían con Lucas y Sofía, quienes interpretarían a dos niños locales con un talento excepcional para la música. Durante el rodaje, Lucas y Sofía demostraron sus habilidades, afrontando y superando desafíos con una determinación increíble. Había momentos de nerviosismo, interrupciones inesperadas y escenas que requerían varias tomas. Pero, en lugar de desanimarse, se apoyaron mutuamente y perseveraron, como almas unidas en una travesía compartida. Una de las escenas más memorables involucraba a Lucas y Valeria compartiendo un diálogo profundo sobre sus sueños y aspiraciones. El actor y su personaje se entrelazaron y el ambiente se tornaba mágico, como si el tiempo mismo se detuviera para contemplar su intercambio.

―A veces, la vida nos lleva por caminos inesperados, Lucas. Lo importante es no perder de vista nuestros ideales y seguir luchando por ellos―, les dijo, siguiendo su papel, Valeria, con una autenticidad que trascendía la pantalla. “Eso es lo que intento hacer. Quiero ser un gran director de cine algún día, como tú eres una gran actriz, y que seas la protagonista de una de mis películas”, deseó para sus adentros Lucas, cada vez más seguro de sí mismo.

―Alcanzarás lo que deseas, amigo. Tienes el talento y la determinación. Solo recuerda ser el a ti mismo―, concluyó Valeria la escena, transmitiendo con sus ojos una confianza que iluminaba el alma. La culminación del episodio fue un gran éxito, recibiendo elogios no solo del equipo, sino también, luego, del público. La experiencia no solo dejó una impresión indeleble en Lucas y Sofía, sino que también les permitió descubrir el poder de la colaboración y el crecimiento mutuo. A lo largo de los meses, Lucas y Sofía continuaron participando en la serie, manteniendo su dedicación y pasión en cada escena, como dos estrellas que brillan en el firmamento del arte y la existencia. Los consejos y la amistad de Valeria, así como la conexión que compartían, impulsarían a Lucas a convertirse en el estudiante más diligente en el arte de la dirección y la escritura, y a Sofía a dominar las técnicas de maquillaje y caracterización. Con el tiempo, comprendieron que alcanzar sus sueños requeriría un esfuerzo constante. Valeria se erigió como una fuente inagotable de inspiración y apoyo, recordándoles a ambos que los sueños son alcanzables si se persiguen con determinación y pasión. Así, en medio de luces, cámaras y el genuino arte de la actuación, dos hermanos descubrieron no solo su lugar en el mundo del cine, sino también la certeza de que sus sueños estaban al alcance de sus manos. En un día que parecía consagrado a la efervescencia creativa, mientras el aire del set se impregnaba del sutil aroma del café y las risas resonaban como una melodía en el ambiente, una noticia perturbadora reverberó en el estudio. Las redes sociales estaban llenas de un torrente de comentarios aludiendo a una inminente cancelación de Estrellas del Corazón. La audiencia, en un descenso notable, había comenzado a evaporar el tejido que unía a los creadores con su público, y la presión ejercida sobre el equipo se tornó palpable, casi opresiva. Lucas y Sofía, quienes habían seguido su desarrollo personal y profesional en tales circunstancias, se resistían con vehemencia a la idea de que lo que habían dedicado pudiera desvanecerse en el etéreo limbo de la historia no contada. Fue entonces, en ese instante de incertidumbre, cuando Lucas, con el corazón rebosante de resolución, concibió una idea audaz, casi visionaria, y la expuso a los productores.

º―¿Y si ideáramos un elemento que motive el resurgimiento para la serie? ¡Podríamos crear un cortometraje que encapsulara la esencia de nuestra travesía! Uniríamos nuestros dones, convocaríamos a nuestros seguidores a ser parte de esta odisea y realizaríamos una proyección especial― comunicó el aspirante a director , con el rostro resplandeciendo con el fulgor de la pasión interpelante. Sofía, cuyo espíritu vibraba en sintonía con la fervorosa llama de su hermano, asintió con entusiasmo fervoroso.

―Esa propuesta es extraordinaria. No solo materializaríamos nuestro amor por la serie, sino que también tejeríamos lazos renovados con nuestros devotos admiradores de siempre. Podríamos celebrar un evento en la playa, bajo la belleza del atardecer, evocando los momentos más significativos de los capítulos episodios preferidos. Impulsados por un amor profundo hacia el relato que habían compartido y el deseo de mantener viva la conexión con el público, Lucas y Sofía desplegaron con determinación su ambicioso plan. Juntos, entablaron contacto con Valeria y otros miembros del elenco, quienes, al escuchar la propuesta, se mostraron desbordantes de entusiasmo. ¡Es una iniciativa magnífica! Vamos a hacer que esto sea realidad. El anhelo colectivo es revitalizar el brillo de Estrellas del Corazón, exclamó Valeria, visiblemente emocionada. Ayudó mientras a tramitar los pormenores del evento. Con su inestimable apoyo y la cooperación del equipo, lograron crear un ambiente casi mágico en la playa, engalanada con luces fulgurantes y un escenario improvisado que prometía ser testigo de un renacer cinematográfico. El día del evento, la playa se transformó en un microcosmos de fervor y esperanza. El ocaso, haciendo las veces de telón de fondo, dio la bienvenida a un público ávido: familias, jóvenes y fervientes admiradores portando pancartas de aliento. La música y las risas flotaban en el aire como un eco de los sueños compartidos, mientras Lucas y Sofía proyectaron su cortometraje, titulado “Luces de Esperanza”, que destilaba las aspiraciones y los retos de los diversos personajes a quienes habían dado vida en la serie. La proyección resultó un éxito colosal. La narrativa resonó en el seno de los espectadores, evocando la magia de la serie y la conexión emocional cultivada a lo largo del tiempo. Al culminar el cortometraje, en un suave vaivén de las olas en la orilla, Lucas tomó el micrófono, impregnado de gratitud.

―Agradecemos a cada uno de vosotros que hayáis compartido este momento con nosotros. Este es solo el preludio de lo que haremos juntos. Colectivamente, somos invulnerables. ¡Hagamos que Estrellas del Corazón resplandezca nuevamente! El estruendo del aplauso resonó como un himno de esperanza, metamorfoseando la anterior tristeza en euforia colectiva. En ese instante, los corazones de todos se unieron, no solo como un equipo, sino como una comunidad intrínsecamente conectada por un mismo anhelo. El día siguiente, las redes sociales estallaron en un aluvión de comentarios celebrando el éxito del evento. Los fans compartieron fotografías y reflexiones, inundando las redes con mensajes de amor y apoyo. La producción, conmovida por la efusiva reacción del público, decidió revivir la serie, impulsada por la ardiente pasión de Lucas y Sofía. En un gesto de profunda gratitud, el equipo de producción los invitó a integrarse en el nuevo ciclo de la serie, ofreciéndoles la oportunidad de no solo actuar, sino también de colaborar en la escritura de guiones. Valeria, como la mentora invariable, los instó a explorar sin límites los recovecos de su creatividad. Lucas se erigió en el joven director, bajo la tutela de un experimentado cineasta que se sintió inspirado por la visión fresca y audaz de este par de soñadores. Los días de rodaje se convirtieron en un tributo al poder del trabajo colectivo y la dedicación incansable. Cada escena y cada diálogo contenían las lecciones aprendidas y el gozo de saber que los anhelos de los hermanos estaban trazando su camino hacia la materialización. A lo largo de esta travesía, Valeria continuó siendo su faro y amiga, alentándolos a brillar mientras procuraban mantener viva la conexión genuina con su audiencia. El resurgimiento de "Estrellas del Corazón" fue un homenaje a la amistad, la perseverancia y el poder de los sueños. Lucas y Sofía no solo revitalizaron la serie, sino que también aprendieron a tejer narrativas que reflejaban sus propias vivencias, impregnadas de emociones y aprendizajes. A medida que transcurrían los días de rodaje, Lucas experimentaba esporádicos destellos en su corazón, recordando aquellos momentos de ternura y admiración hacia Valeria. Aunque sus sentimientos habían tomado un rumbo platónico, la belleza de su conexión con ella perduraba, recordándole la importancia de perseguir sus metas con pasión y autenticidad. Al llegar a la cima de su travesía, Lucas y Sofía comprendieron que su colaboración había creado un legado: un eco de esperanza que resonaría entre ellos y su audiencia. La serie, ahora más sólida que nunca, continuaba siendo un apoyo para aquellos que soñaban, iluminando el camino hacia un futuro lleno de posibilidades e infinitas historias por contar.

 

GIROLAMO VALENTI

Septiembre de 2024


sábado, 18 de mayo de 2024

TRES CUARTAS PARTES






He compuesto y me he dedicado esta breve pieza, casi un juguete, para celebrar mi LXXV cumpleaños. He vivido las TRES CUARTAS PARTES del siglo ya, de ahí el título. Espero que os guste.

jueves, 7 de marzo de 2024

TESORO DE PALABRAS PREDILECTAS (III): FASCINANTE

 


Debería yo de tener 13 o 14 años cuando el adjetivo «fascinante» emergió de mi inconsciente, al cual no supe nunca de dónde había llegado tan norabuena; tal vez un poema, una novela juvenil, alguna charla en el colegio, algún libro religioso… No sé. El caso es que tomé conciencia de la palabra, junto con el verbo originario «fascinante», y quedé deslumbrado.

Recuerdo que unía yo estas palabras a la impresión que causa la belleza ―de cualquier tipo, incluso intelectual o espiritual―, como principal foco y agente de «fascinación». Vivía el acto como una poderosísima atracción, ejercida por la visión de algo o alguien dotado, para mí,  de una sorprendente y maravillosa hermosura, ante la cual quedaba maravillado, atónito, aturdido, secuestrado. Apenas conservo en la memoria imágenes o recuerdos «fascinantes» de aquellos días. Entre los que guardo, sobresalen alguna música cautivadora, como el segundo movimiento del Concierto de Aranjuez (RODRIGO -- CONCIERTO DE ARANJUEZ -- II Adagio (youtube.com)ciertas secciones de Peer Gynt (Edvard Grieg: Peer Gynt Suite No.1 & No.2 ​- Bjarte Engeset (op. 46, op. 55, op. 23) (youtube.com) o la canción Inch'Allahj de Adamo (Salvatore Adamo - God willing (Si Dios quiere / Inch' Allah / Si Dieu le veut) (youtube.com) y algún paisaje nocturno, perdido ya en la neblina de la lejana memoria. La luna llena me henchía el pecho de emoción y su contemplación me apretaba un nudo en la garganta. ¡Cuántas noches quedé embelesado, fascinado, con los ojos hacia el cielo en la terraza de mi casa!

Hoy día sigo encontrando seres y objetos dotados del mismo poder seductor que aquellos y que otros de diferentes épocas, pero ya no son tantos ni su fuerza es tan poderosa. No parecen tan «fascinantes». Estoy seguro de que la adolescencia es la edad más propicia para ser bendecido por alteración tan placentera como la que estoy describiendo. Llega un punto en que al niño se le abre un mundo completamente nuevo, deslumbrante, en el que descubre lo que ni siquiera imaginaba que podría existir ni ser como lo empieza a ver y sentir. Son ráfagas, momentos de plenitud, en los que parece que un dios penetra en su corazón y lo inunda de emoción hasta que se desborda.

Ocurre, además, que la palabra en sí, «fascinante» ―predominante en mi estimativa sobre el verbo―, la sucesión de sonidos, tiene para mí un gran atractivo. Resulta  bastante original su sonoridad, por la unión contrastada de la «s» y la «c», que en castellano ostentan un cercano parentesco acústico, a la vez que una notoria oposición («tasa» - «taza»), y por la presencia de la nasal en la sílaba tónica, que origina una gran resonancia.

No he llegado a saber hasta muy tarde que «fascinar» posee una acepción negativa ―¡quién lo diría!―, que el diccionario de la RAE define, de manera quizás poco nítida, como «engañar, ofuscar, alucinar». Supongo que es herencia del valor etimológico, en tanto que procedente del verbo latino fascinare, cuyo significado era «hechizar, embrujar, encantar, echar mal de ojo». Nótese el doble sentido, negativo y positivo, del verbo «encantar» (y tal vez de otros sinónimos, como «hechizar» o «cautivar»), paralelo al de «fascinar». Hay sinónimos o casi sinónimos de las palabras que estoy comentado, verdaderamente «fascinantes» también, a la par que ambiguos: «cegar, enloquecer, maravillar, arrebatar, embelesar, arrobar, seducir», entre otros.

Algo más me sucedía con «fascinar» y «fascinante» en aquellos tiernos años, algo un poco raro. Más que las palabras, o antes que ellas, fui poseído sin notarlo ―junto a otros muchos de mi edad, supongo― por la capacidad de sentir «fascinación», por emocionarme hasta límites insospechados con la contemplación de personas, de objetos, de sonidos, de lugares, de panorámicas nocturnas... Y llegó un momento en que fui consciente de esa facultad que tanto placer me procuraba. Entonces creo que fue cuando vinieron el verbo y el adjetivo a nominarla, y ellos quedaron así contaminados  del encanto de lo que designaron en mi idioma personal ya para siempre. Todavía más: yo era feliz con lo maravilloso de todo aquello que, al percibirlo, me «fascinaba»; también por la palabra. Pero no menos, y esto es lo extraño, por el mismo poder de «ser fascinado», si es que esta fórmula está permitida por la gramática. Mucho tiempo después se me ha ocurrido la barbaridad de poner este hecho en paralelo con la inconcebible condición innata de Jean-Baptiste Grenouille, el protagonista de El perfume, de Patrick Suskind, sin que, por supuesto, tengan absolutamente nada que ver. Sé que la conmoción interior que causa la contemplación de la belleza, en cualquiera de sus variantes,  es un componente universal del espíritu humano. La sorpresa que me produjo al iniciarse en mí ¡y el indescriptible goce subsiguiente! fueron sin duda fruto de la corta edad y poca experiencia.

Hoy me alegro de haber sido así tan feliz.


martes, 5 de marzo de 2024

TESORO DE PALABRAS PREDILECTAS (II): ARMONÍA

 


Era un aire suave, de pausados giros;
el hada Harmonía ritmaba sus vuelos;
e iban frases vagas y tenues suspiros
entre los sollozos de los violoncelos.

                                      Rubén Darío

Para el poeta, Armonía (o Harmonía) es un hada, es decir, un espíritu protector dotado de aspecto humanoide, con alas en este caso. Los griegos la consideraban una diosa, precisamente la del acuerdo, el entendimiento, la paz, principalmente en el ámbito matrimonial. Los romanos la bautizaron como Concordia Augusta, hija de Ares y Afrodita, y esposa de Cadmo. Véase la etimología de este nombre, procedente de corde, ‘corazón’, y cum, ‘con’ (“unión”). Para mí, armonía es una palabra, solo una palabra, eso sí, muy querida desde siempre, una de mis preferidas. Soy, por eso, uno de los muchos, supongo, que estiman el acuerdo y rechazan la discordia, nombre que, curiosamente, daban los romanos a la diosa opuesta a la Concordia.  

Me agrada este término no tanto por su cuerpo sonoro, cuanto por lo que significa, desde un punto de vista general, así como en el campo particular del arte, la técnica, las relaciones sociales. De las definiciones que ofrece el diccionario de la RAE, la que me parece más amplia y abarcadora es esta: «Proporción y correspondencia de unas cosas con otras en el conjunto que componen». Se puede aplicar a la relación personal («Amistad y buena correspondencia entre personas»), a la música («Arte de formar y enlazar acordes», esto es, conjuntos de sonidos que se producen simultáneamente), a las artes plásticas (buena correspondencia entre formas, colores, tamaños, etc., en las obras pictóricas, escultóricas o arquitectónicas), a la poesía, al vestido, la decoración, etc.

De donde se desprende que me gusta que las personas nos entendamos, que haya acuerdo entre nosotros, que prime la buena relación y el afecto; y desdeño el enfrentamiento, la pugna, la enemistad, la agresividad y violencia, el roce. Yo hago siempre todo lo posible por llegar a la coincidencia, aun partiendo del desacuerdo. Las diferencias que enfrentan  las considero oportunas y beneficiosas solo si se hallan encuadradas dentro de un régimen de compatibilidad, que permita y conduzca a la avenencia y el trato afectuoso, colaborativo. ¿Hay algo más hermoso que la existencia de dos o más seres que se entienden, que se llevan bien, que se aceptan en su singularidad, se respetan, valoran y estiman? Sirva como contraejemplo el proceder de la clase política en sus actuaciones dentro y fuera del parlamento, fenómeno del que he tratado en otro artículo (AHÍ TE QUIERO YO VER: ODIO, REPULSA (ramosjoseantonio.blogspot.com)). Me molesta presenciar una pelea, una discusión sin intención de llegar a arreglo alguno, por insignificante que sea. Prefiero ceder a distanciarme y romper, no tener cuentas pendientes, saludar con cordialidad a hacerme el longuis cuando me cruzo con alguien, entender a los demás a repudiarlos, etc. Siempre hay algún punto en el que individuos distintos pueden coincidir.

Lo ideal, pienso, es que las personas encajemos como lo hacen las piezas de un rompecabezas cuando se buscan, se encuentran y se funden dentro de un único todo. O que haya una sintonía o compatibilidad semejante a las notas que forman gran parte de los acordes en la música. Precisamente, la disciplina que estudia los acordes se denomina Armonía. Su estudio y conocimiento siempre me ha atraído poderosamente desde que tuve noticia de ella, siendo aún adolescente. Aunque parezca una contradicción, existen acordes disonantes, que son conjuntos de notas simultáneas entre las cuales hay una o varias que chocan con alguna o algunas de las demás. En muchos casos, estos acordes provocan una tensión acústica que pide ser resuelta en el siguiente, ya sin disonancia. Es una especie de desacuerdo momentáneo, premonitorio, tendente a la búsqueda de la concordancia. Como en la vida cuando se enfrentan pareceres, como en el rompecabezas cuando se intenta acoplar piezas incompatibles en busca de colocar la apropiada, etc.  

Los grandes artistas, sea cual sea su especialidad, saben de los efectos armónicos e inarmónicos. Por ejemplo, el contraste, consistente en el emparejamiento o proximidad entre elementos que coinciden en algo y se distinguen también en algo. Confieso que gusto más de la coincidencia, el paralelismo, la correspondencia, incluso la igualdad que del contraste. Como hecho curioso, y en tanto que profesor, siempre he defendido que los alumnos vayan vestidos de uniforme, el cual se me representa como una estructura superior, una especie de sello familiar, que une, que cobija, ampara, protege… a quienes lucen su imagen y a ella se acogen. Me llama mucho la atención también encontrarme con hermanos gemelos, que son casi idénticos, como dos gotas de agua, según suele decirse. Igual que una urbanización o barriada con todas las casas iguales o muy parecidas, una banda de música uniformada, un poema con rima, el mobiliario de un restaurante que se atiene a un estilo o, más humilde, el de un aula, las hileras de arbolitos o de farolas en las avenidas, etc., etc. Me agradan todas estas realidades y no me importa que esténn a veces al borde de la monotonía.

En fin, me atrae todo elemento que concuerda, se adecua, toma parecido y afinidad con los seres de su entorno. Todo conjunto, en suma, donde hay armonía. En muchos de mis actos y relaciones siempre he buscado, busco y supongo que buscaré que reine la diosa Armonía o Concordia.

 



jueves, 22 de febrero de 2024

TESORO DE PALABRAS PREDILECTAS (I)

 

Si nos ponemos a rebuscar en el fondo de nuestra conciencia lingüística, todos tenemos ahí depositadas un puñado de palabras favoritas, de palabras a las que tenemos gran apego. Nos suenan de un modo especial, nos besan los oídos cuando llegan hasta ellos, las pronunciamos con delectación, regusto, con singular devoción y respeto, nos hacen detenernos y complacernos cuando nos encontrarnos con alguna en la lectura. Son, por derecho, nuestras palabras más queridas.

Mi extensa vida me ha permitido depositar en ese baúl sentimental una docena de términos, o pocos más, y ahora, después de estar guardados y protegidos del olvido, quiero buscarlos por los rincones de mi memoria y sacarlos a la luz, para contemplarlos, admirarlos, disfrutarlos como tesoro almacenado; también pretendo ofrecerlos a quien tenga un espíritu pronto a recibir regalos de cultura.

Unas de esas palabras me han gustado por sus sonidos, otras por lo que significan, casi todas por los elementos de mi entorno y mi experiencia más cercanos a los que aluden. La inmensa mayoría, por todos estos motivos a la vez.

Creo que la grandeza de las palabras que nos importan no está en lo que son o en lo que contienen, sino en la resonancia que su presencia o su evocación dejan. Espero plasmar en las hojas que siguen esa estela que en mí dibuja el breve número de términos que paso a glosar. No van ordenados según criterio alguno, salvo tal vez los dos primeros, que se han ganado sus puestos a pulso: uno, el de cabeza, es el que más amo ahora; el segundo, el de mayor antigüedad en mi recuerdo de preferencias verbales.

Comienza aquí, pues, mi pequeño y humilde Tesoro de Palabras Predilectas. Espero tocar en alguna página alguna fibra de la sensibilidad lingüística de algunos de los lectores.  


viernes, 19 de enero de 2024

MINIRREFORMA DE LA CONSTITUCIÓN

 

 

El Congreso de los Diputados ha aprobado hoy, 18 de enero, la modificación del artículo 49 de la Constitución Española, con el fin de introducir una nueva denominación de las personas con ciertas características particulares. Hasta ahora, decía así:

"Los poderes públicos realizarán una política de previsión, tratamiento, rehabilitación e integración de los disminuidos físicos, sensoriales y psíquicos, a los que prestarán la atención especializada que requieran y los ampararán especialmente para el disfrute de los derechos que este Título otorga a todos los ciudadanos".

 

La reforma se centra en la palabra «disminuidos» y hace que el nuevo texto sea el siguiente:

"Las personas con discapacidad ejercen los derechos previstos en este título en condiciones de libertad e igualdad reales y efectivas. Se regulará por ley la protección especial que sea necesaria para dicho ejercicio.

Los poderes públicos impulsarán las políticas que garanticen la plena autonomía personal y la inclusión social de las personas con discapacidad, en entornos universalmente accesibles. Asimismo, fomentarán la participación de sus organizaciones, en los términos que la ley establezca. Se atenderán particularmente las necesidades específicas de las mujeres y los menores con discapacidad".

En síntesis, el principal cambio que pretendo comentar consiste en la sustitución de la expresión «disminuidos físicos, sensoriales y psíquicos» por «personas con discapacidad». En primer lugar, diré que, tratándose de una mera mutación nominal, lo suyo es contar con la opinión de especialistas en cuestiones del idioma y haber solicitado un informe a la Real Academia de la Lengua, por ejemplo, sobre la conveniencia y oportunidad del cambio y el modo más adecuado de efectuarlo. No sé si se ha requerido, pero me temo que no. De haberse llevado a cabo, la institución habría remitido al diccionario por ella elaborado, antes o después de las observaciones que hubiera creído pertinentes. Me traslado, pues, a dicha obra y copio lo que en ella se lee sobre las dos expresiones. Para la hasta ahora vigente, «disminuido», dice:

Adj. Que ha perdido0 fuerzas o aptitudes, o las posee en grado menor a lo normal. Apl. a pers., u.t.c.s.

Sinónimos: reducido, encogido, discapacitado, minusválido.

Para la definición de «discapacidad», dice:

«1. f. Situación de la persona que, por sus condiciones físicas, sensoriales, intelectuales o mentales duraderas, encuentra dificultades para su participación e inclusión social.

Sin.:

 minusvalía.

2. f. Manifestación de una discapacidad. Personas con discapacidades en las extremidades.»

Analizando ambas explicaciones, confieso que tengo dificultad para apreciar diferencias importantes, salvo que la primera es más escueta y la segunda, más detallada. Son, prácticamente sinónimas y ambas comparten el equivalente lingüístico «minusválido». Hasta aquí, pues, no se ve con claridad razón suficiente para mudar la redacción del texto legal. En todo caso, si relacionamos «disminuido» con algunas acepciones del verbo «disminuir», de las que recoge el propio diccionario académico en el apartado de sinónimos («reducir, menguar, mermar, rebajar, restar, acortar, empequeñecer, menoscabar»), puede apreciarse un cierto tinte peyorativo, creo que inherente al sentido de pérdida (en el componente físico o psíquico) al que puede aludir en muchos contextos. Sin embargo, no le va a la zaga el competidor «discapacitado» o «persona con discapacidad», en donde el prefijo «dis-» aporta con toda evidencia un contenido negativo, como en «discordancia», «disculpa», «disconforme», etc. De este modo, para todos los que hablamos español, «discapacitado» es un hiperónimo que, lo mismo que «disminuido», menciona a una persona que carece de una o varias capacidades o las posee en un grado inferior. Se parece mucho a «incapacitado», pero tal vez este sea más áspero o crudo. Todas las anteriores comprobaciones me llevan a reiterar la poca ventaja, si es que hay alguna, de expulsar del diccionario «disminuido» e introducir «persona con discapacidad».         

Casi seguro que uno de los móviles de los promotores del cambio se relaciona con el deseo de poner en circulación, al menos en el uso político, jurídico y administrativo, sinónimos que no molesten, que no ofendan, que no resalten defectos, limitaciones o menoscabos, o no lo hagan mucho. Un ejemplo claro lo hallamos en la denominación de ciertas personas extranjeras, como la preferencia de «musulmán» o «árabe» por «moro», «corpulento» por «gordo», «mayor» por «viejo», etc. Se trata, sin duda, de un aspecto del movimiento o corriente de lo políticamente correcto o del buenismo. Pero, ¿es seguro que suena realmente mejor «discapacitado» o «persona con discapacidad» que «disminuido»?, ¿es más suave, más delicado? Puede que sí, que en el uso diario, la palabra constitucionalmente sustituta, «discapacitado», aluda menos descarnadamente que la suplantada, «disminuido», a la condición, innata o adquirida, de ciertas personas con dificultad para integrarse y desenvolverse socialmente por razón de alguna merma.

He dicho «en el uso diario», aludiendo al habla cotidiana, de los medios, etc., y queriendo decir que la frecuencia de utilización de un término lo carga de ciertas adherencias valorativas, positivas o negativas, que en un principio no tenía. Así, la expresión «síndrome de Down» vino a desbancar al calificativo «mongólico», de suyo alusivo simplemente al parecido facial, cuando llegó a arrastrar este adjetivo o sustantivo una enorme carga despectiva ya, muy visible en la abreviación «mongolo». Puede que algo así hayan considerado los grupos políticos del Congreso partidarios de que se vaya desterrando el apelativo «disminuido», pensando que trasluce demasiado el hecho de que a la persona así nombrada «le falta algo». En cambio, el sinónimo o casi sinónimo «discapacitado» o «persona discapacitada», por ser reciente y menos transparente semánticamente (a no ser que se la analice con detenimiento), está aún bastante libre de coloración peyorativa. El mecanismo no se sitúa, por otra parte, lejos del que opera en la sustitución eufemística, del tipo «gay» u «homosexual» por «marica», por ejemplo. Sabido es que los cultismos, los tecnicismos e incluso los extranjerismos suelen cumplir bastante bien esta función sustitutoria.

No entraré a discutir si el cambio léxico contribuye mucho o poco, o nada, a la aparición o fomento de nuevas actitudes y valoraciones sociales de la «discapacidad». Puede que de nuevo se le llene la mochila de significados despectivos a la palabra incorporada y haya que buscar otra. No lo sé. En el fondo está la pregunta sobre si la realidad, en este caso mental, cultural, es la que crea el lenguaje y lo modifica a su gusto, o bien sucede al revés, que es la lengua la que da lugar a la forma de pensar y sentir.. Hubo una época, primera mitad del siglo XX, en la que los especialistas se interesaron mucho por reflexionar sobre la cuestión. Ciñéndome a la reforma del artículo 49, me da la impresión que los políticos se ubican en su mayoría en el bando de los segundos (“hipótesis de Sapir-Whorf”). Quizás es porque juzgan que «queda bien y que se contribuye a cambiar el mundo».

Voy a referirme, por último, a la inclusión del nombre «persona» para componer la nominación nueva: «persona con discapacidad», en vez de «discapacitado»,  que habría conservado el paralelismo formal con la anterior texto. Creo que aquí ha primado una razón ideológica, que no es otra que la que está en la base del llamado lenguaje inclusivo o no sexista. Este movimiento, de origen feminista, defiende el uso expreso del masculino y femenino cuando se alude a grupos de personas de ambos sexos, prohibido ya por la Real Academia, o bien el empleo de palabras genéricas, no marcadas por la alusión a ninguno de los dos sexos. Precisamente, es el caso de «persona», que aparece hasta dos veces en el nuevo artículo 49. En pos de la coherencia, los legisladores han introducido un enunciado de color netamente feminista también, que me parece incluso denunciable por discriminatorio, pues da preeminencia a la protección de las mujeres y los menores «con discapacidad» sobre la que merecen los hombres adultos en idéntica situación:

“Se atenderán particularmente las necesidades específicas de las mujeres y los menores con discapacidad".

 

 

 


jueves, 11 de enero de 2024

LA PARRAFADA DE NO TE VERÉ MORIR, DE A. MUÑOZ MOLINA

 


Lo mismo que otros muchos objetos que permiten medirse longitudinalmente, los enunciados gramaticales (antes denominados oraciones) pueden ser cortos, medianos y largos, a los que se añaden los cortísimos y los larguísimos. Los límites de los enunciados los marcan, en el discurso oral, las pausas mayores y los tonemas (entonaciones) característicos de principio y final; en la escritura, son los puntos y seguidos y las interrogaciones y exclamaciones los índices de comienzo y conclusión; hay quien añade el punto y coma.

Los breves son propios, como se sabe, de la lengua hablada, concretamente de la conversación o diálogo. En cambio, la literatura, por una parte, y los textos jurídicos, muchos administrativos y científicos se prestan más a los extensos. ¿Obedece este reparto esquemático a alguna norma de estilo, a algún mandato o pauta académicos, o, por el contrario nacen de la simple voluntad de quien se expresa oralmente o por escrito? La respuesta no es única, o sea, un sí o un no tajantes. Dicho de otra manera, es, a la vez, sí y no. Más aún, se puede contestar incluso con el verbo «depende». Voy a tratar de explicar estas dos formas de considerar el asunto, en el fondo casi iguales.

Pero, antes que nada, conviene quedar de acuerdo en algo: se considera, en general, enunciado corto aquel que consta de entre una y quince o veinte palabras, más o menos: «Ven», «Suena una sirena de coche de policía», «Volverán las oscuras golondrinas / de  tu balcón sus nidos a colgar». Un enunciado largo tiene más de cuarenta palabras, muchas. Por cierto que, según el principio de recursividad, cualquier enunciado puede prolongarse hasta el infinito. Véase el siguiente ejemplo, muy conocido, extraído del libro de C.P. Otero Introducción a la lingüística transformacional 1970):

«Este es aquel gato / que cogió la rata /que se comió el queso / que compró la chica / que puso el vestido / que hizo la modista / que vive en el piso / que es del oficial / que armó aquel cotarro / que inició la guerra / que…»

Es un enunciado potencialmente inacabable gracias a la posibilidad de añadir «a la derecha» subordinadas de relativo sin fin. Este otro, que se incrementa por incrustación, procede del mismo autor y obra, aunque lo he adaptado un tanto:

No deja de sorprenderme / que no deje de sorprenderme / que no deje de sorprenderme / que no deje de sorprenderme… que Pepita sea fiel.

Suele citarse a Marcel Proust (En busca del tiempo perdido) como el autor de los enunciados más largos de la literatura. Hay otros también muy conocidos, como Jerzy Andrzejewski en su novela Las puertas del paraíso (1960), donde una de las dos únicas oraciones que forman la novela tiene 40.000 palabras en 180 páginas En español, el enunciado más largo se debe a Camilo José Cela en Cristo versus Arizona (1988), donde Wendell Liverpool Aspen pronuncia un monólogo de 238 páginas sin puntos. Voy a cita.  Voy a citar el último enunciado larguísimo que he visto, que consta también de 40.000 palabras ―ya son palabras― y abarca 73 páginas: es el primer capítulo de No te veré morir, la más reciente novela del escritor Antonio Muñoz Molina.

Hay textos literarios donde la enorme extensión de algún o algunos o todos los enunciados se debe, simple y llanamente, a la supresión de los puntos seguidos o aparte, para que parezca que es uno solo la sucesión de una serie de ellos. Ocurre en La caverna, de J. Saramago, por ejemplo, obra de cierto cariz experimental. Realmente, podríamos calificarlo de engaño visual, tipográfico, tal como queda de manifiesto si leemos alguna página en voz alta, tratando de expresar el sentido: notaremos que eso nos lleva a reponer las pausas propias de los puntos no impresos. No es este el caso de la obra de Muñoz Molina, tal como le he oído aclarar en alguna entrevista: ese primer capítulo está construido como una oración compuesta complejísima, que no se interrumpe y, por lo tanto, que no necesita puntos. No es que se hayan suprimido, sino que no se requieren de acuerdo con las reglas ortográficas, pues no se trata de una sucesión de enunciados. Evidentemente, esta segunda modalidad es mucho más difícil no solo de articular en su interior, sino también, tal como explicaré más adelante, de seguir en la lectura. Puede decirse que representa un reto tanto para el escritor, como para el lector; y que ambos deben ser muy avezados en el ejercicio de su actividad respectiva. Por razones obvias, me centraré en este tipo de enunciados, formados por una sola oración compuesta, que acabo de citar y caracterizar.

Si se me permite una comparación trivial, lo mismo que comemos un plato de potaje o guiso cucharada a cucharada, tragando uno tras otro los aportes de cada una, el contenido de un texto se va asimilando durante la lectura enunciado a enunciado, si es que existe más de uno. Y, siguiendo con el ejemplo, tienen que ser cucharadas adecuadas en su volumen a la anatomía humana, tanto bucal como esofágica. Pues igual ocurre con la lectura y comprensión de textos: un enunciado excesivamente largo es como una palada bien llena de contenido semántico, que estamos incapacitados de recepcionar y entender. Y esto, por una razón muy sencilla: una de las operaciones del proceso de comprensión consiste en encapsular los enunciados, una vez que llegamos a apreciar ―entre otras cualidades― su final; lo que  supone recordar e ir organizando lo anteriormente leído. Eso es imposible para nuestra memoria en el caso de que el enunciado sea kilométrico. Como suele decirse, «se pierde el hilo», o sea, para un lector normal, cesa la comprensión. Una forma de recuperarla es volver atrás y releer una o más veces lo anterior, acción que, si hay que repetir de continuo, llega a ser agotadora.

¿Presenta, no obstante, alguna ventaja el enunciado largo? Para responder a esta cuestión voy a acudir, por una parte,  a los conceptos, clásicos, de «extensión» y «comprensión» semánticas. Una palabra con mucha extensión posee poca cantidad de rasgos de significado («semas») y, por lo tanto, abarca gran cantidad de objetos, seres, acciones…; así, tenemos términos como el sustantivo «cosa», el verbo y sustantivo «ser», el adjetivo «existente», etc. A medida que aumentan los semas (comprensión), disminuye la extensión, es decir, la cantidad de referentes posibles, como «bautizar», «plato», etc. Los enunciado-oración compuesta con que ilustré más arriba el de gran longitud («Este es aquel gato / que cogió la rata /que se comió el queso / que compró la chica / que puso el vestido …») se funda en la ampliación progresiva de la comprensión, mediante subordinadas adjetivas, y reduce consecuentemente la extensión. O, lo que es lo mismo, gana, a medida que avanza, en precisión   designativa, pues ese ladrón se particulariza cada vez más. Esta es una de las características positivas del tipo de oración compuesta por subordinación de relativo. Próxima a ella, aunque algo diferente semántica y sintácticamente, está el alargamiento por coordinación o yuxtaposición, como por ejemplo «Nos trajo un reloj, dulces de hojaldre, fruta tropical, dos trajes de fiesta, una cubertería de plata, mesitas, dos móviles, unas gafas de sol, guantes de piel, salchichón, jamón, chorizos, mantecados y alfajores, una pelota de cuero, una camisa de seda, muchos abrazos y besos…». No solo la cantidad de objetos, sino también y, quizás sobre todo, la diferente naturaleza de los elementos de la lista dificultan hasta hacerlo imposible el empaquetamiento cognitivo facilitador de la comprensión de en qué consistió el «regalo», prácticamente imposible, debido a lo detallado de la enumeración. Muy distinto sería el uso de términos más incluyentes, con menos comprensión y más extensión: «Nos trajo dulces y frutas, ropa, embutidos y cariño». Aunque es también la precisión, el detalle, lo que busca el enunciado formado por una sola y larga oración compuesta por subordinación, el efecto es otro: trata de expresar causas y efectos, condiciones, comparaciones, contrastes, salvedades, excursos, alusiones anafóricas o catafóricas, la similitud y disimilitud entre elementos, etc., tal como puede verse en el primer capítulo de la novela No te veré morir, de Muñoz Molina. Cito un fragmento del comienzo « ”Si estoy aquí y estoy viéndote y hablando contigo, esto ha de ser un sueño”, dijo Aristu, mirando a su alrededor con asombro, con gratitud, con incredulidad, con el miedo a que en cualquier momento se disipara todo, volviendo la mirada hacia Adriana Zuber, medio siglo después, hacia el color y la expresión inalterada de sus ojos, sorprendido de hasta qué punto, habiendo creído recordarlos siempre con exactitud, los había olvidado, los bellos ojos risueños entre grises y azules que ahora lo miraban a él igual que la última vez, en mayo de 1967, en otro siglo y en otro mundo y sin embargo en esta misma habitación, en la que desde el momento de entrar había descubierto que casi nada había cambiado, no ya los muebles o los cuadros o las cortinas en la ventana sino la luz misma, la luz pálida que entraba desde un patio de manzana en el barrio de Salamanca, igual que los rumores vecinales y el ruido bronco pero amortiguado del tráfico, una luz de media mañana y de revelación o despedida, tamizada por los verdes de umbría fresca y savia reciente de los árboles del patio, jardín más bien, casi parque, tan espacioso, oros como de polen o polvo suspendido en el aire, flotando visible en la habitación, en la que Aristu advirtió ahora que sonaba el mismo reloj de péndulo de cincuenta años atrás, acentuando el silencio en que los dos se miraban aquella vez, en el momento de una despedida que no podían concebir, el uno frente al otro, el pelo de ella rojo entonces y no blanco pero igual de revuelto, sus ojos agrandados y atónitos, aunque no más brillantes ni bellos, cuando los dos sabían y aceptaban que se iban a separar pero no podían imaginar la magnitud del espacio ni la duración de los años que tenían por delante, demasiado jóvenes para sospechar siquiera esas amplitudes, las lejanías que pueden separar las vidas humanas, mucho más jóvenes y más inocentes y torpes de lo que creían, confiados de algún…». Nótese cómo, en realidad, los tres procedimientos de construcción de enunciado prolongado se combinan aquí.

Resulta un tanto extraño que el primer capítulo de una novela, que es el que se supone debe despertar el interés del lector y mantenerlo, esté constituido por una parrafada interminable, es decir, por una gran secuencia muy difícil de entender y de introducir al lector en la trama desde el principio. Lo cual lleva a una nueva pregunta: ¿hay algo en este estilo o modalidad constructiva que en la obra literaria, más concretamente, la novela ofrezca algún rendimiento especial, alguna sustancia expresiva propia y singular? ¿Cuál es el valor de esa sintaxis tan compleja y a menudo enrevesada, imposible de facilitar organizadamente, en el decurso de la lectura, el sentido de lo que se dice, debido ante todo a lo limitado de la memoria humana?  No quisiera caer ―aunque el precipicio está cercano― en la simpleza de decir que el principal, casi único, objetivo del arte de vanguardia es la rareza por la rareza, la ruptura con lo anterior por el simple hecho de hacer algo distinto, nuevo, la originalidad más extravagante e incomprensible, etc. Por eso quisiera buscarle alguna aportación a este patrón constructivo, algún rendimiento en el contexto de las obras donde se halla, alguna motivación creativa que lleve al escritor a su empleo. Excuso decir que en No te veré morir la cuestión se complica por el hecho de que solo es uno de los cuatro capítulos el que está redactado así, sin puntos, y eso hace bastante arduo un análisis general de la obra, que aquí no se pretende.

Utilizaré para explicarme una nueva metáfora. Supongamos que una persona está empeñada en guardar en un gran baúl una serie de objetos y empieza a introducir pantalones, zapatos, vestidos, platos, corbatas, pendientes, molletes, máquinas de picar carne, un cubo, una cadena de perro, un calefactor, unos yogures, cuadernos y almanaques, bolsas de caramelos, fotos… y así sucesivamente durante horas y horas ―páginas y páginas si fuera un escrito―, sin criterio de selección alguno al parecer. Modestamente, creo que una de las posibles explicaciones, tal vez la más simple, no sé, puede ser que todos esos chismes, ropas, alimentos, objetos tienen algo en común y por eso el personaje quiere que estén juntos, reunidos en un mismo continente; y, volviendo a lo gramatical, por eso el autor relata con un solo enunciado toda la acción, para poner de relieve que elementos tan dispares son, de alguna manera similares o, mejor dicho, equivalentes. Cuál el factor que los relaciona depende del contexto de cada obra: en algún caso será el estar destinados a la hoguera por la situación negativa que evocan, o bien porque en ellos se materializan recuerdos y momentos pasados felicísimos, o porque poseen ciertas connotaciones comunes para quien los almacena, etc. En definitiva, el enunciado largo, bien sea de tipo enumerativo o tenga la forma de oración compuesta o bien presente una combinación de ambos modos, tengo para mí que es una manera de presentar como una unidad en torno a un eje emocional o conceptual lo que en realidad es un conglomerado, un revuelto de elementos que en sí no tienen nada que ver. Sin duda, es también una innovación formal, seguramente grata al lector y al autor por la impresión que causa todo lo novedoso en el arte.

Quiero concluir anotando una particularidad del enunciado largo de Muñoz Molina al que me vengo refiriendo, como es la intervención del tiempo, pues enlaza sin solución de continuidad escenas y vivencias temporalmente distantes. A ellas es posible aplicarles la misma explicación que acabo de aventurar en el párrafo anterior, es decir, la presencia y actuación de un lazo de unión, de alguna comunicación entre ellas. En alguna de las entrevistas concedidas por el autor a raíz de la publicación de la novela le he oído decir que, para él, el pasado nunca llega a desaparecer del todo una vez fenecido, sino que pervive, de alguna manera, en el presente. Por lo tanto, deduzco, resulta normal, obligatorio incluso, hablar del pasado al describir o narrar el presente. Más aún, meter uno y otro en un solo enunciado.