Vuelvo sobre el fenómeno de la repetición, que ya traté en
un artículo anterior. Su enorme
importancia en el proceso de comunicación, por el extraordinario rendimiento
que proporciona, lo merece.
Distinguía en aquella breve y sencilla exposición varias
clases de repetición, expresiva, métrica, didáctica y modal, dejando al margen
la debida al descuido o la carencia de medios para evitarla, cuando así lo
piden las circunstancias. Siendo diversas, las cuatro presentan un factor
común: aparecen y resultan funcionales dentro de los límites del texto o, más
aún, dentro del espacio de la oración. Ahora pretendo salir de ese contorno,
ampliar la panorámica, y situar la repetición en el campo de la
intertextualidad: “La intertextualidad es la relación que un texto (oral o escrito)
mantiene con otros textos (orales o escritos), ya sean contemporáneos o
históricos; el conjunto de textos con los que se vincula explícita o
implícitamente un texto constituye un tipo especial de contexto, que
influye tanto en la producción como en la comprensión del discurso”(*).
Esa relación entre textos puede ser muy diversa, desde la ampliación al resumen, desde la cita a la
influencia inconsciente y dispersa, desde la variación hasta el plagio.
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Precisamente es en el plagio donde voy a centrarme. En
especial, en un tipo específico que llamaré “autoplagio”. Se da cuando una
persona o un colectivo (partido, organización, institución, empresa…), actuando
como emisor, oralmente o por escrito, dicen más o menos lo mismo que ya han dicho
en otra u otras ocasiones. Será de carácter “total”, si la reiteración abarca
contenido y forma, o sea, si expresa lo mismo con las mismas palabras; o
“parcial”, si aparecen algunas novedades,
más o menos leves o marcadas. Naturalmente, se trata de una gradación entre
extremos. Un rasgo esencial, propio del autoplagio, es su legitimidad frente al
simple plagio, que entra dentro de los delitos comunicativos (sobre todo, de la
comunicación literaria) y que aun las leyes del país condenan en determinadas
condiciones. Generalmente, el autoplagio se sitúa en el ámbito de la
propaganda, en el sentido más amplio del término.