Continúo con este la serie de textos en los que me hago preguntas que creo que mucha gente se plantea en relación con la música clásica. Preguntas seguidas de sencillas respuestas, aptas para la comprensión inmediata de cualquier lector sin una preparación especial. Añado unas direcciones de sitios de internet con grabaciones que ilustran lo expuesto.
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Pregunta 5
¿Por qué bastantes piezas musicales del período barroco parecen surtidores que, una vez abierta la llave, liberan caños de agua infinitos, en este caso sucesiones eternas de notas y más notas sin pausa?
https://www.youtube.com/watch?v=On6DCAN0Ass
https://www.youtube.com/watch?v=ZdCuA7SbzaM&list=RDMM&index=25
https://www.youtube.com/watch?v=vuPr9m98XQQ&list=RDvuPr9m98XQQ&start_radio=1&rv=vuPr9m98XQQ&t=137
¿No da la impresión de que el caudal de notas, que se suceden interponiéndose y a veces casi tropezando unas con otras, no va a acabar nunca? ¿No tenemos la sensación de que el curso de la música avanza y avanza hasta el agotamiento? ¿A qué se debe este fenómeno?
Traigo aquí, para comenzar una explicación, el concepto de frase en música. Es una secuencia melódica (de notas) o armónica (de acordes), generalmente breve, con un principio y un fin reconocibles, y una unidad y cohesión interna. Algunos también la llaman motivo. Un ejemplo muy fácil que todos conocen: el ta-ta-ta-tá de la Quinta Sinfonía de Beethoven puede considerarse una frase. En la teoría musical se distinguen y definen los diferentes tipos de frases, sus características, sus respectivas funciones, etc., etc., pero no es el caso detenerse aquí con esos detalles.
Sírvanos la noción de frase para recordar lo que era un principio estético del Barroco musical: consistía en la construcción de frases melódicas muy breves, apenas de más de dos o tres compases, que se repetían, una tras otra, con leves variantes de distinto tipo. Así, si uno mira una partitura, percibirá una hilera de frases, más iguales que diferentes, con un determinado patrón de variación, hilera que podría no acabar nunca. Vamos a suponer que esta es una frase: do-re-mi-do. La siguiente puede ser re-mi-fa-re, y la siguiente será mi-fa-sol-mi, y así hasta que se acaben las teclas del clavicémbalo, momento en el que podemos iniciar el descenso tono a tono; a continuación, sin solución de continuidad, puede aparecer otra frase y otro esquema de variación… Dicho todo esto, tal vez les apetezca volver a escuchar un fragmento de las piezas arriba direccionadas para comprobarlo. Andando el tiempo, unos tres siglos después, una corriente musical (y artística, en general) basará su estilo también en la repetición, el minimalismo. Lejos de mí, no obstante, la tentación de equipararlos, una vez apuntada cierta similitud.
El peculiar diseño constructivo barroco tiene otro efecto, que es la apariencia de un progresar mecánico, cercano al que podría desarrollar una máquina a la que se le introdujeran las órdenes pertinentes, es decir, un tipo de frase y un patrón de variación. Naturalmente no es así en la realidad de la creación musical barroca. ¡Cómo podríamos equiparar a meros impulsos mecánicos la poderosa mente y la inigualable fuerza artística, plenas de originalidad y belleza, de aquella pléyade de genios que fueron los compositores barrocos! Hablaba yo de una mera impresión, desechable en cuanto se profundiza un poco más. El artista, el verdadero artista, sabe y puede dar lugar a incomparables obras, aun siguiendo cauces, normas y directrices, que siempre ha habido, en todas las épocas, aunque diferentes en cada momento.
Hay otro aspecto de la música barroca que también contribuye a esa fisonomía de discurso interminable que vengo señalando. Es la técnica compositiva del contrapunto. Se da en obras donde hay más de una voz o instrumento. Consiste en que una línea melódica es acompañada por ella misma (a destiempo) o por otra u otras, interpretadas cada una por voces o instrumentos distintos. Se opone a lo que muchos llaman la armonía, en la que una línea vocal o instrumental gana preeminencia sobre las demás, las cuales forman los acordes que sustentan a aquella, como acompañamiento de fondo. El contrapunto estuvo muy de moda en la creación musical de los siglos XVI y XVII, hasta el período clásico (s. XVIII) y posteriores, en el que se prefirió la segunda opción, que prestaba más claridad a la arquitectura compositiva y facilitaba la comprensión por parte del oyente, lejos de los enredos y las filigranas contrapuntísticas, que exigían tanta maestría en el músico como agudeza de oído en el público. Ambas modalidades han convivido desde entonces y se tienen como recursos cuya aplicación depende de cada compositor y obra.
El contrapunto obedece, en cierto sentido, al mismo principio de repetición ya señalado arriba y constituye un factor más para la impresión de andadura continuada, casi interminable, de numerosas obras barrocas, tal como la vengo señalando.
Quiero sugerir al lector la audición de una obra barroca, la Sonata fa menor (K 466) de D. Scarlatti (1685 - 1757), que encontrará aquí (puede seguirse la partitura):
https://www.youtube.com/watch?v=5neQMIDHbgs
Después de unos compases introductorios con técnica armónica, en los que se oyen (en la mano derecha) los arpegios que luego serán la segunda melodía, empieza el contrapunto, en que cada línea melódica va por su lado, no solamente porque desarrollan motivos distintos, sino porque se oponen incluso rítmicamente, ya que la primera voz (mano derecha) avanza por tresillos (ritmo ternario o de tres tiempos), mientras que la segunda (mano izquierda) conserva el ritmo binario (de cuatro tiempos) del compás de 4/4, que es el general de la obra. Son 8 minutos largos de una deliciosa música, lo es al menos para mí, llena de elegancia, buen gusto, sensibilidad y algo de sentida melancolía, logrados con muy pocos medios. (Confieso que me alegré inmensamente cuando logré, con no poco esfuerzo, interpretarla al piano.)
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