lunes, 31 de octubre de 2011

CALIDAD Y CADUCIDAD... HUMANAS




               Las dos palabras que voy a comentar hoy hacen referencia al proceso de debilitamiento que, inexorablemente, sufrimos los vivos. En lo físico y en lo psicológico, la existencia dibuja una especie de ángulo puesto en pie, con una pendiente que asciende y otra que baja. Conforme se va acercando el final, las fuerzas decaen, la lozanía se marchita, el vigor flaquea, la tersura se encoge, la pasión cede…

              Una de esas dos palabras tiene que ver con “calidad”. En el diccionario de la RAE, la define como “
Propiedad o conjunto de propiedades inherentes a algo, que permiten juzgar su valor”. Esta es la primera acepción y las demás derivan de ella. En mi tierra andaluza, el término ha desarrollado una variante, “caliá”. No se trata de una mera forma de pronunciarlo, sino de un vocablo distinto por su forma y significado. En efecto, “caliá” se emplea como ‘vitalidad’, ‘fortaleza’, ‘brío’, ‘energía’… Generalmente se utiliza en contextos negativos, en los que se niegan tales propiedades por efecto de la vejez, la enfermedad, algún factor congénito, etc. Así, “No podrá ni levantarlos, con la poca caliá que tiene…”,  “Está que parece un silbío y sin caliá nInguna ni ná”(apréciese, de paso, el símil con silbido), “¡Qué poca caliá tienes, illo!”. En un blog de la localidad gaditana que se cita, leí lo siguiente: “Hace unos años se puso de moda el “Galicia calidade” con música celestial de Luar na lubre, así que yo reivindico el “Barbate caliá” con la música que cada cual quiera ponerle, pero en absoluta reivindicación de un sitio fantástico y una materia prima en cocina…” (http://bitacoras.com/anotaciones/barbate-calia/19224985). Como es fácil ver, aquí se trata de una traducción literal del término gallego, cuyo significado es el del DRAE, y no el dialectal del vocablo que analizamos. 

               El segundo es un verbo, “caducar”, que en la lengua general indica “Perder eficacia o virtualidad” y similares. En muchos lugares de Andalucía, se ha especializado el gerundio “caucando, en la perífrasis “estar caucando”, para referirse a la situación de las personas que, por su edad, han perdido facultades físicas y mentales. El diccionario académico iguala “caducar” y “chochear” con el significado que posee “caucando”. Lo singular de la variante andaluza es que el verbo “caducar” no aparece con tal sentido y pronunciación nada más que en gerundio y formando parte de la citada perífrasis.  Decimos “caducar” o cualquier otra forma de la conjugación, con la “d” intervocálica íntegra, para hablar de la fecha, cumplida o no, de los alimentos, pero “nos la comemos”, la “d” (paradójicamente), cuando hablamos de ancianos y/o personas muy deteriorados, decrépitos.

               Si mis apreciaciones son ciertas, se da con estas palabras un fenómeno bastante curioso: el dialecto no solo adapta la fonética, sino que también especializa el significado, dando lugar a vocablos que, por tal motivo, deberíamos considerar nuevos y autóctonos. Igual que “cantaor” (no, “cantor” o “cantador”), por ejemplo, que es la denominación del intérprete de flamenco, incluso fuera de Andalucía ya.

lunes, 24 de octubre de 2011

CALCOMANÍA

               Leo en Wikipedia: “Una calcomanía (galicismo de décalcomanie) consiste en una imagen que, mediante la aplicación de agua, se transfiere del soporte original a otra superficie donde queda adherida. En Venezuela y otros países se le llama "calcomanía" a las pegatinas (figuras autoadhesivas que no requieren el uso de agua, conocidas en inglés como "stickers"). […] Durante décadas, los niños han encontrado gran diversión en pegar las calcomanías a cualquier parte de su cuerpo (manos, brazos, pies) o a cualquier otro objeto a su alcance (azulejos de la cocina o del baño, cuadernos, estuches, etc.). […] Tuvieron gran éxito en España en las décadas de 1960 y 1970, en que se comercializaron pliegos de las más variadas temáticas: educativos (partes del cuerpo, animales), vehículos (trenes, coches, aviones), deportivos (jugadores de fútbol), culturales (personajes populares), frutas, flores, motivos decorativos, banderas, etc.” (http://es.wikipedia.org/wiki/Calcoman%C3%ADa)

http://www.todocoleccion.net/calcomanias-anos-40~x8753153
               Me he interesado por esta palabra, prácticamente ya en desuso en la lengua general (en favor de “pegatina”), así como también casi desaparecido el objeto que representa (sustituido por adhesivos con pegamento), para referirme a la peculiar manera de pronunciarse que, aún recuerdo, tenía en el pueblo malagueño donde nací y tal vez en otros puntos de Andalucía o incluso fuera de ella. Decíamos cancamonía. Confieso que, al escribir y escuchar mentalmente la variante, aún me suena más “natural” que la originaria calcomonía

http://www.entrechiquitines.com/peque-seguro-calcomanias-personalizadas-
para-ninos-y-personas-con-necesidades-especiales/



               Como nota destacada, añado que el diccionario Vox admite también calcamonía (http://es.thefreedictionary.com/calcoman%C3%ADa), así que, puestos a buscar explicaciones a la deformación fonética, lo más sencillo es hacerla derivar, precisamente, de esta calcamonía, por una simple permuta de “l” por “n”; tal cambio no resulta demasiado extraño en el habla popular, en la que la “l” final de sílaba es muy poco estable (como muchas otras consonantes en esa posición), si bien tiene como sustituta natural, en Andalucía al menos, la “r” (toldo > tordo, balcón > barcón). Pero yo voy a sostener otra hipótesis.
               Sabido es que las alteraciones fonéticas pueden deberse a varias causas, entre las que casi nunca está el azar; tampoco suelen ser fenómenos aislados dentro de la prosodia de una lengua. O bien entran dentro de un sistema de cambios, como el “seseo”, el mencionado rotacismo o cambio de “l” por “r”, etc., o bien influye algún fenómeno de carácter léxico-semántico, como la metáfora o metonimia, la etimología popular, la ultracorrección, etc. Creo que la palabra cancamonía está en este segundo supuesto. Me baso en que por estos parajes existe otro término, cáncana, con el que se designa a un tipo de araña y con el que aventuro existe cierto parentesco. ¿Entre el arácnido y la calcomanía? Sí, creo varios aspectos los relacionan: no sólo había adhesivos que representaban animales, entre ellos la araña, sino que también las calcomanías reproducían las figuras de una manera bastante simple y esquemática, con dibujo plano y formas muy estilizadas, además de que los propios papeles con que se pegaban eran sumamente delgados y transparentes. Puede que en la imaginación popular todo esto se conectara visualmente con el frágil cuerpo de las arañas, cosa que llevaría a aproximar también los significantes: cáncana – calcomanía > cancamonía. No descarto, por otra parte, la ayuda de la asimilación y la disimilación (cAlcOmanía > cAncAmOnía), que también son fuente de numerosas alteraciones vocálicas y consonánticas.
               Para relacionar cancamonía y cáncana desde el punto de vista semántico, como he hecho, me baso además en una expresión de aquella época de las calcomanías, alusiva a lo esquelético y escuálido del animal y del dibujo adhesivo. Cuando a una persona, generalmente niño o niña, se le veía extremadamente delgada, se le decía: “Anda, que pareces/estás hecho una cancamonía”.
              Quede de este modo constancia del término y del dicho lugareños, así como de mi interpretación explicativa, que no hallo exenta de racionalidad y fundamento. 

martes, 18 de octubre de 2011

BUENO Y MALO


               En más de un sentido, uno puede “ser bueno” o ”ser malo”, o bien “estar bueno” o “estar malo”. Todos los hispanohablantes conocemos la diferencia entre “ser” y “estar” en tales contextos. En cambio, los extranjeros tan solo asimilan la oposición (‘estado permanente’ – ‘estado circunstancial o pasajero’) después de mucho tiempo en contacto con nuestra lengua. Hoy voy a hablar no de los verbos, sino de los dos adjetivos, “bueno” y “malo”.
               Con “estar”, ambos aluden a la salud o al grado de excelencia de un objeto, material o no: “Manolo está ya bueno”, “El cocido estaba muy malo”. En el caso de “bueno”, también se relaciona con la apariencia o el atractivo físico, expresado casi siempre en grado superlativo: “Mi vecina está buenísima” (*), que carece de la negación paralelaMi vecina está malísima. En cuanto a “ser”, con su compañía ambos adjetivos se refieren al carácter o al comportamiento y también a ciertos rasgos, todos connaturales o congénitos: “Sí, Sofía, tú sí eres una buena chica”, “Mis hijos son malos en el colegio”, “No soy bueno para mandar”, “El exceso de vino es malo para el hígado”.
               Al parecer, la bondad distingue algunos matices más que la maldad. Además de “bueno”, se puede ser “buenecito”, si está uno hablando de un niño, o bien de un adulto que, para ganarse la confianza y rehacer su imagen, cambia de comportamiento y se hace el bueno, aparenta ser bueno, con lo cual el diminutivo adquiere un valor irónico: “Desde que discutimos, lleva una semana muy buenecito”. En cambio, no decimos “malito”, a no ser que lo apliquemos a un tierno infante, cuya perversidad queremos ponderar, aunque no pase de travesura, o bien al padecimiento de una enfermedad, en cuyo caso el diminutivo se aproxima al valor opuesto de aumentativo ("muy malito"). Por supuesto, el derivado es “malito”, no “malecito”.
               A propósito de la salud, antes mencionada, para la que sirven tanto “malo" como “bueno”, se emplea “malucho” cuando algo flaquea sin ser nada serio, y no, sin embargo, “buenucho”. Y en relación con el talante personal, ampliable metafóricamente a los animales también, existe “buenazo” o “bonachón”, sin paralelo derivativo en el ámbito contrario. 
               Cuando la bondad se aplica a un proceso o período, se habla de “bonanza” (económica, social, política, meteorológica, en el seno de la familia o de la empresa…). Como si de un tabú se tratara, no se ha creado la correspondiente “malanza” o algún otro similar.
               Fijémonos ahora en las expresiones o frases hechas: “estar de buenas” / “estar de malas”, supongo que con la elipsis de “relaciones”; “a la buena de Dios”, tal vez con la ausencia de “voluntad”; “a las malas” (por ej., “A las malas, lo más que me pueden hacer es denunciarme”), aunque no se da “a las buenas”; “mala pata” no alterna con “buena pata”, sí en cambio “mala vela” con “buena vela”. Un poco diferente, por su valor sintáctico y comunicativo, es ese “bueno” que se dice cuando en una conversación uno quiere mostrar impaciencia o iniciar la despedida, o bien ponderar algo (“¡Buenoooooo…!”). En Andalucía, más que en otras regiones, es muy normal el empleo de “buena gente” como casi sinónimo del “bueno” alusivo al carácter o la conducta (“El alcalde es buena gente”). No se da el paralelo “mala gente”, aunque sí una formación proveniente de los términos “mal”+”ángel”, y es “malaje”, persona con poca gracia (“singracia”), poco encanto, que provoca rechazo... Con el otro verbo, tenemos la construcción
estaría bueno, equivalente a eso es lo que faltaba; no tiene tampoco.
               En los últimos tiempos se ha creado, en el ámbito de la política, el vocablo “buenismo”. Me atrevo a definirlo como ‘actitud del que no ve o no quiere ver o hace como que no ve malicia en los demás y pretende solucionar absolutamente todos los conflictos por las buenas, mediante el diálogo u otro procedimiento similar’. Se usa, sobre todo, en esa parcela de la vida social donde ha nacido, y muy a menudo para calificar cierto ideal o inclinación, un pretendido “modus operandi” del presidente del gobierno. Consecuencias de tal visión
buenista (si se me permite el neologismo correspondiente), excesivamente angelical para los oponentes, y ejemplos de ella son la llamada “alianza de civilizaciones” o la “salida dialogada de ETA”, entre otras. Entiendo yo que la persona “buenista” no tiene por qué ser una persona “buena” o, como siempre se ha dicho, una “buena persona”, así como tampoco es igual “buenismo” que “bonhomía, que se concibe como defecto. En cualquier caso, no ha venido al mundo aún el opuesto "malismo", aunque en la política siempre ha dado mucho juego la pareja "el bueno" - "el malo", incluso muchos de los que esto lean pueden estar imaginándose algunos pares recientes.
               Nada más.
Buenas tardes,  ese es el saludo de encuentro o de despedida, pese a que hayan sido, sean o vayan a ser “malas tardes”, que no existe como frase hecha.

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(*) Cuando yo era pequeño, una expresión como esta no sonaba demasiado bien, fuera de ciertos ambientes social y culturalmente bajos, o bien en conversaciones exclusivamente masculinas. Ahora parece que se va extendiendo, tanto, que también se aplica a hombres: Un tío buenísimo.
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jueves, 6 de octubre de 2011

ASCENSO Y MUERTE DEL EUFEMISMO

               A ver qué os parece la manera tan archieufemística con la que se ha rebautizado la grúa municipal de mi ciudad: “Servicio de Apoyo al Tráfico”. ¡Será posible! Obvio disfraz, engaño, máscara, camuflaje…, detrás de los cuales se quiere esconder la fea cara de la pinza recogecoches, para que no veamos lo que es y nos creamos lo que no es.
               Apoyo al tráfico…, cuando en realidad lo que hace ese malquisto artefacto es quitar de la circulación todos los automóviles que le da tiempo, desde por la mañana temprano hasta por la noche, horario agotador, incansable “servicio”. Se la ve pasar a esa uña articulada sobre las 8 de la mañana y volver, de regreso, doce o trece horas más tarde, orgullosa, desafiante, ufana.
                 Tantas horas, para una sola función: recoger de las calles vehículos mal aparcados. Cosa legítima y acorde con la ley, no lo dudo, pero muy mal avenida con la frase biensonante, encubridora, mendaz… de “Apoyo al Tráfico”, más compatible con acciones como ‘Te echo una mano si tu coche te ha dejado por ahí tirado’ y similares. Quieren ennoblecer, dulcificar la auténtica y agria misión, para que no rechine en la estimativa del público, ya bastante machacada. Es como aquel “Cambiar el mundo” de la antigua progresía, convertido aquí en “Échale colonia a todo tufo que moleste ”.
               Actualmente es una costumbre muy extendida la del blanqueo léxico y el caso de la grúa no representa una excepción. Cierto líder de cierto partido ahora gobernante se merece la Medalla al Abuso del Eufemismo Encubridor, por inventos como “Alianza de Civilizaciones” (o sea, “Haremos lo que gustéis”) o “Memoria Histórica” (o sea,” Por fin os vamos a joder bien jodidos”), etc. Estamos en uno de los momentos de extraordinario ASCENSO del eufemismo, que ha llegado a cimas inusitadas. Cerca de mi casa hay unas instalaciones del “Servicio Andaluz de Empleo”, al que únicamente acuden (léase, pueden inscribirse) los desempleados. Ya ves. Pero es que llega un punto en que los trileros del vocabulario oficial te aturden, te picardean y te hacen ser mal pensado: porque si eso es realmente el Servicio Andaluz de Empleo (es decir, todo lo contrario de lo expresado en tal rótulo), ¿qué debemos entender al leer “Consejería o Ministerio de Educación”, “… de Defensa”, “… de Igualdad”…?
               Pura cirugía estética, mero vivir de la fachada, de lo aparente, de la estética, de la foto, de la cara (y nunca mejor dicho)… No nos extrañe que, cualquiera de estos días, en mi misma ciudad o en otra, a la policía la llamen cosas como “Hermandad Nacional de Ayuda a la Convivencia”, mucho más en onda; y dejen de hablar oficialmente de “cementerio”, para sustituirlo por “Centro de Acogida Permanente”, libre de evocación mortuoria o de finiquito; y, en vez de enchufarte una “multa”, te apliquen una “cuota motivacional”; o borren “suspenso” de los boletines escolares y coloquen “indicador de logro inverso”, etc., etc. No me dirán que no merece la pena. ¡Qué cambio! ¡Qué hermoso mundo! ¡Qué idílico paraíso! ¡Qué luminosa e inmaculada realidad, sin mancha ni borrón! Y la gente empeñándose en lo contrario. No, no, por favor, ¡veamos la parte buena de las cosas!
               Este fenómeno no es nuevo, aunque sí su inusitada intensificación y difusión. Recuerdo que, aquí mismo donde vivo, había antes una prostituta, la cual (¡pobrecilla!), una vez saturado el mercado de la carne en el casco urbano, trasladó su lugar de lenocinio a las cunetas de las salidas o entradas al pueblo, ofreciéndose a camioneros y conductores en general para chingo barato al aire libre o en cabinas o asientos traseros. Era muy conocida, todo un personaje; y, en señal de respeto y afecto, y para tratar de redimir su imagen, la apodaron “Auxilio en Carretera” (*), incomparable eufemismo popular, antecedente de estas otras suplencias léxicas municipales que venía yo comentando. Esto es mirar y situarse en positivo, señores, y lo demás son gaitas. Propongo mantener la actitud benevolente hacia el colectivo aludido y nombrar al oficio “Asistencia para la Normalización Hormonal” e incluirlo en el ramo de la Sanidad. Qué menos.
               Pero todo movimiento extremo lleva en su seno la semilla del opuesto. Y así ocurre también aquí, con los partidarios de dar MUERTE al mentiroso eufemismo. Una anécdota: hay un sitio en mi pueblo (un elevado recodo en la subida a la zona de la Torre del Hacho, a la entrada del camino de las Arquillas), en el que los eufemistas radicales podrían haberse lucido con impagables topónimos, tan bellamente líricos como “Glorieta del Amor”, “Curva de Venus” (¡oh!), “Rincón del Beso”, etc. Pero no, se les ha adelantado el enemigo, que ha ido allí a nombrar el lugar, ahíto ya de tanta poesía falsaria y empapado de cruda y dura verdad, lo ha etiquetado así: “Follaero Municipal”, añadiéndole por mano del escriba la transcripción de la auténtica banda sonora, tal como se aprecia en las fotos.

















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(*) Pero, cuidado con estas sustituciones, que las carga el diablo. Porque llamar a una meretriz con el nombre de un servicio de la Administración (por cierto, ambos “públicos”) también obra a la inversa. Ya me entienden.