Las dos palabras que voy a comentar hoy hacen referencia al
proceso de debilitamiento que, inexorablemente, sufrimos los vivos. En lo
físico y en lo psicológico, la existencia dibuja una especie de ángulo puesto
en pie, con una pendiente que asciende y otra que baja. Conforme se va
acercando el final, las fuerzas decaen, la lozanía se marchita, el vigor flaquea,
la tersura se encoge, la pasión cede…
Una de esas dos palabras tiene que ver con “calidad”. En el diccionario de la RAE, la define como “Propiedad o conjunto de propiedades inherentes a algo, que permiten juzgar su valor”. Esta es la primera acepción y las demás derivan de ella. En mi tierra andaluza, el término ha desarrollado una variante, “caliá”. No se trata de una mera forma de pronunciarlo, sino de un vocablo distinto por su forma y significado. En efecto, “caliá” se emplea como ‘vitalidad’, ‘fortaleza’, ‘brío’, ‘energía’… Generalmente se utiliza en contextos negativos, en los que se niegan tales propiedades por efecto de la vejez, la enfermedad, algún factor congénito, etc. Así, “No podrá ni levantarlos, con la poca caliá que tiene…”, “Está que parece un silbío y sin caliá nInguna ni ná”(apréciese, de paso, el símil con silbido), “¡Qué poca caliá tienes, illo!”. En un blog de la localidad gaditana que se cita, leí lo siguiente: “Hace unos años se puso de moda el “Galicia calidade” con música celestial de Luar na lubre, así que yo reivindico el “Barbate caliá” con la música que cada cual quiera ponerle, pero en absoluta reivindicación de un sitio fantástico y una materia prima en cocina…” (http://bitacoras.com/anotaciones/barbate-calia/19224985). Como es fácil ver, aquí se trata de una traducción literal del término gallego, cuyo significado es el del DRAE, y no el dialectal del vocablo que analizamos.
Una de esas dos palabras tiene que ver con “calidad”. En el diccionario de la RAE, la define como “Propiedad o conjunto de propiedades inherentes a algo, que permiten juzgar su valor”. Esta es la primera acepción y las demás derivan de ella. En mi tierra andaluza, el término ha desarrollado una variante, “caliá”. No se trata de una mera forma de pronunciarlo, sino de un vocablo distinto por su forma y significado. En efecto, “caliá” se emplea como ‘vitalidad’, ‘fortaleza’, ‘brío’, ‘energía’… Generalmente se utiliza en contextos negativos, en los que se niegan tales propiedades por efecto de la vejez, la enfermedad, algún factor congénito, etc. Así, “No podrá ni levantarlos, con la poca caliá que tiene…”, “Está que parece un silbío y sin caliá nInguna ni ná”(apréciese, de paso, el símil con silbido), “¡Qué poca caliá tienes, illo!”. En un blog de la localidad gaditana que se cita, leí lo siguiente: “Hace unos años se puso de moda el “Galicia calidade” con música celestial de Luar na lubre, así que yo reivindico el “Barbate caliá” con la música que cada cual quiera ponerle, pero en absoluta reivindicación de un sitio fantástico y una materia prima en cocina…” (http://bitacoras.com/anotaciones/barbate-calia/19224985). Como es fácil ver, aquí se trata de una traducción literal del término gallego, cuyo significado es el del DRAE, y no el dialectal del vocablo que analizamos.
El segundo es un verbo, “caducar”, que en la lengua general
indica “Perder eficacia o virtualidad” y
similares. En muchos lugares de Andalucía, se ha especializado el gerundio “caucando,
en la perífrasis “estar caucando”, para referirse a la situación de las
personas que, por su edad, han perdido facultades físicas y mentales. El
diccionario académico iguala “caducar” y “chochear” con el significado que
posee “caucando”. Lo singular de la variante andaluza es que el verbo “caducar” no aparece
con tal sentido y pronunciación nada más que en gerundio y formando parte de la citada
perífrasis. Decimos “caducar” o cualquier otra forma de la conjugación,
con la “d” intervocálica íntegra, para hablar de la fecha, cumplida o no, de los
alimentos, pero “nos la comemos”, la “d” (paradójicamente), cuando hablamos de
ancianos y/o personas muy deteriorados, decrépitos.
Si mis
apreciaciones son ciertas, se da con estas palabras un fenómeno bastante curioso:
el dialecto no solo adapta la fonética, sino que también especializa el
significado, dando lugar a vocablos que, por tal motivo, deberíamos considerar nuevos
y autóctonos. Igual que “cantaor” (no, “cantor” o “cantador”), por ejemplo, que
es la denominación del intérprete de flamenco, incluso fuera de Andalucía ya.