En más de un sentido, uno puede “ser bueno” o ”ser malo”, o bien “estar
bueno” o “estar malo”. Todos los hispanohablantes conocemos la diferencia entre
“ser” y “estar” en tales contextos. En cambio, los extranjeros tan solo
asimilan la oposición (‘estado permanente’ – ‘estado circunstancial o
pasajero’) después de mucho tiempo en contacto con nuestra lengua. Hoy voy a
hablar no de los verbos, sino de los dos adjetivos, “bueno” y “malo”.
Con “estar”, ambos aluden a la salud o al grado de excelencia de un
objeto, material o no: “Manolo está ya bueno”, “El cocido estaba muy malo”. En
el caso de “bueno”, también se relaciona con la apariencia o el atractivo
físico, expresado casi siempre en grado superlativo: “Mi vecina está buenísima”
(*), que carece de la negación paralela“Mi vecina está malísima”. En cuanto a “ser”, con su compañía ambos
adjetivos se refieren al carácter o al comportamiento y también a ciertos
rasgos, todos connaturales o congénitos: “Sí, Sofía, tú sí eres una buena
chica”, “Mis hijos son malos en el colegio”, “No soy bueno para mandar”, “El
exceso de vino es malo para el hígado”.
Al parecer, la bondad distingue algunos matices más que la maldad. Además de “bueno”, se puede ser “buenecito”, si está uno hablando de un niño, o bien de un adulto que, para ganarse la confianza y rehacer su imagen, cambia de comportamiento y se hace el bueno, aparenta ser bueno, con lo cual el diminutivo adquiere un valor irónico: “Desde que discutimos, lleva una semana muy buenecito”. En cambio, no decimos “malito”, a no ser que lo apliquemos a un tierno infante, cuya perversidad queremos ponderar, aunque no pase de travesura, o bien al padecimiento de una enfermedad, en cuyo caso el diminutivo se aproxima al valor opuesto de aumentativo ("muy malito"). Por supuesto, el derivado es “malito”, no “malecito”.
A propósito de la salud, antes mencionada, para la que sirven tanto “malo" como “bueno”, se emplea “malucho” cuando algo flaquea sin ser nada serio, y no, sin embargo, “buenucho”. Y en relación con el talante personal, ampliable metafóricamente a los animales también, existe “buenazo” o “bonachón”, sin paralelo derivativo en el ámbito contrario.
Cuando la bondad se aplica a un proceso o período, se habla de “bonanza” (económica, social, política, meteorológica, en el seno de la familia o de la empresa…). Como si de un tabú se tratara, no se ha creado la correspondiente “malanza” o algún otro similar.
Fijémonos ahora en las expresiones o frases hechas: “estar de buenas” / “estar de malas”, supongo que con la elipsis de “relaciones”; “a la buena de Dios”, tal vez con la ausencia de “voluntad”; “a las malas” (por ej., “A las malas, lo más que me pueden hacer es denunciarme”), aunque no se da “a las buenas”; “mala pata” no alterna con “buena pata”, sí en cambio “mala vela” con “buena vela”. Un poco diferente, por su valor sintáctico y comunicativo, es ese “bueno” que se dice cuando en una conversación uno quiere mostrar impaciencia o iniciar la despedida, o bien ponderar algo (“¡Buenoooooo…!”). En Andalucía, más que en otras regiones, es muy normal el empleo de “buena gente” como casi sinónimo del “bueno” alusivo al carácter o la conducta (“El alcalde es buena gente”). No se da el paralelo “mala gente”, aunque sí una formación proveniente de los términos “mal”+”ángel”, y es “malaje”, persona con poca gracia (“singracia”), poco encanto, que provoca rechazo... Con el otro verbo, tenemos la construcción“estaría bueno”, equivalente a “eso es lo que faltaba”; no tiene tampoco.
En los últimos tiempos se ha creado, en el ámbito de la política, el vocablo “buenismo”. Me atrevo a definirlo como ‘actitud del que no ve o no quiere ver o hace como que no ve malicia en los demás y pretende solucionar absolutamente todos los conflictos por las buenas, mediante el diálogo u otro procedimiento similar’. Se usa, sobre todo, en esa parcela de la vida social donde ha nacido, y muy a menudo para calificar cierto ideal o inclinación, un pretendido “modus operandi” del presidente del gobierno. Consecuencias de tal visión “buenista” (si se me permite el neologismo correspondiente), excesivamente angelical para los oponentes, y ejemplos de ella son la llamada “alianza de civilizaciones” o la “salida dialogada de ETA”, entre otras. Entiendo yo que la persona “buenista” no tiene por qué ser una persona “buena” o, como siempre se ha dicho, una “buena persona”, así como tampoco es igual “buenismo” que “bonhomía”, que se concibe como defecto. En cualquier caso, no ha venido al mundo aún el opuesto "malismo", aunque en la política siempre ha dado mucho juego la pareja "el bueno" - "el malo", incluso muchos de los que esto lean pueden estar imaginándose algunos pares recientes.
Nada más. “Buenas tardes”, ese es el saludo de encuentro o de despedida, pese a que hayan sido, sean o vayan a ser “malas tardes”, que no existe como frase hecha.
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(*) Cuando yo era pequeño, una expresión como esta no sonaba demasiado bien, fuera de ciertos ambientes social y culturalmente bajos, o bien en conversaciones exclusivamente masculinas. Ahora parece que se va extendiendo, tanto, que también se aplica a hombres: “Un tío buenísimo”.
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Al parecer, la bondad distingue algunos matices más que la maldad. Además de “bueno”, se puede ser “buenecito”, si está uno hablando de un niño, o bien de un adulto que, para ganarse la confianza y rehacer su imagen, cambia de comportamiento y se hace el bueno, aparenta ser bueno, con lo cual el diminutivo adquiere un valor irónico: “Desde que discutimos, lleva una semana muy buenecito”. En cambio, no decimos “malito”, a no ser que lo apliquemos a un tierno infante, cuya perversidad queremos ponderar, aunque no pase de travesura, o bien al padecimiento de una enfermedad, en cuyo caso el diminutivo se aproxima al valor opuesto de aumentativo ("muy malito"). Por supuesto, el derivado es “malito”, no “malecito”.
A propósito de la salud, antes mencionada, para la que sirven tanto “malo" como “bueno”, se emplea “malucho” cuando algo flaquea sin ser nada serio, y no, sin embargo, “buenucho”. Y en relación con el talante personal, ampliable metafóricamente a los animales también, existe “buenazo” o “bonachón”, sin paralelo derivativo en el ámbito contrario.
Cuando la bondad se aplica a un proceso o período, se habla de “bonanza” (económica, social, política, meteorológica, en el seno de la familia o de la empresa…). Como si de un tabú se tratara, no se ha creado la correspondiente “malanza” o algún otro similar.
Fijémonos ahora en las expresiones o frases hechas: “estar de buenas” / “estar de malas”, supongo que con la elipsis de “relaciones”; “a la buena de Dios”, tal vez con la ausencia de “voluntad”; “a las malas” (por ej., “A las malas, lo más que me pueden hacer es denunciarme”), aunque no se da “a las buenas”; “mala pata” no alterna con “buena pata”, sí en cambio “mala vela” con “buena vela”. Un poco diferente, por su valor sintáctico y comunicativo, es ese “bueno” que se dice cuando en una conversación uno quiere mostrar impaciencia o iniciar la despedida, o bien ponderar algo (“¡Buenoooooo…!”). En Andalucía, más que en otras regiones, es muy normal el empleo de “buena gente” como casi sinónimo del “bueno” alusivo al carácter o la conducta (“El alcalde es buena gente”). No se da el paralelo “mala gente”, aunque sí una formación proveniente de los términos “mal”+”ángel”, y es “malaje”, persona con poca gracia (“singracia”), poco encanto, que provoca rechazo... Con el otro verbo, tenemos la construcción“estaría bueno”, equivalente a “eso es lo que faltaba”; no tiene tampoco.
En los últimos tiempos se ha creado, en el ámbito de la política, el vocablo “buenismo”. Me atrevo a definirlo como ‘actitud del que no ve o no quiere ver o hace como que no ve malicia en los demás y pretende solucionar absolutamente todos los conflictos por las buenas, mediante el diálogo u otro procedimiento similar’. Se usa, sobre todo, en esa parcela de la vida social donde ha nacido, y muy a menudo para calificar cierto ideal o inclinación, un pretendido “modus operandi” del presidente del gobierno. Consecuencias de tal visión “buenista” (si se me permite el neologismo correspondiente), excesivamente angelical para los oponentes, y ejemplos de ella son la llamada “alianza de civilizaciones” o la “salida dialogada de ETA”, entre otras. Entiendo yo que la persona “buenista” no tiene por qué ser una persona “buena” o, como siempre se ha dicho, una “buena persona”, así como tampoco es igual “buenismo” que “bonhomía”, que se concibe como defecto. En cualquier caso, no ha venido al mundo aún el opuesto "malismo", aunque en la política siempre ha dado mucho juego la pareja "el bueno" - "el malo", incluso muchos de los que esto lean pueden estar imaginándose algunos pares recientes.
Nada más. “Buenas tardes”, ese es el saludo de encuentro o de despedida, pese a que hayan sido, sean o vayan a ser “malas tardes”, que no existe como frase hecha.
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(*) Cuando yo era pequeño, una expresión como esta no sonaba demasiado bien, fuera de ciertos ambientes social y culturalmente bajos, o bien en conversaciones exclusivamente masculinas. Ahora parece que se va extendiendo, tanto, que también se aplica a hombres: “Un tío buenísimo”.
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Hola, jaramos.g:
ResponderEliminarQué curioso, en esta zona de Castilla donde vivo, sí se utiliza mucho la expresión mala gente para referirnos a alguien que es mala persona.
Me ha extrañado también cuando dices que bonhomía se concibe como defecto, pues nunca lo he oído usar en ese sentido.
Yo utilizo mucho el superlativo malérrimo cuando quiero dar a entender que algo no puede ser peor, pero solo lo uso entre amigos y en el ámbito familiar, porque en más de una ocasión me han malinterpretado y he tenido que dar explicaciones sobre mis juegos de palabras.
Siempre aprendo con las cosas que cuentas. Gracias.
Saludos desde el campo.
Manuela, gracias por tu visita y tus comentarios. Efectivamente, bonhomía es una virtud, no un defecto; creo que construí mal la oración: lo que entiendo como defecto es el buenismo. Malérrimo..., mmm, curioso. Agradecido, salud(os).
ResponderEliminarsisi
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