De vez en cuando, urgando en mi discoteca o andurreando por
internet, me topo con canciones de mi juventud, que coincidió con la “década
prodigiosa” de la música ligera española. Por ejemplo, con canciones del que se
hacía y se hace aún llamar Raphael. Títulos de la primera época, escritos casi
todos por Manuel Alejandro y consagrados por el éxito. ¿Quién de mi edad no
recuerda “Yo soy aquel”, “Hablemos del amor”, “Laura”, “Ave María”, “Digan lo
que digan”, “Mi gran noche”, “Cierro mis ojos”, “Cuando tú no estás”, “Desde
aquel día”, “Estuve enamorado”, etc., etc.? Después, a lo largo de la
extensísima carrera del cantante, que sigue todavía por los escenarios, vinieron
otras muchas, vienen y vendrán. Tan dilatada vida artística permite apreciar
con facilidad no solo la evolución de su estilo, sino también las constantes de
su peculiar forma de interpretar. Seguramente se habrán realizado análisis y
valoraciones sin cuento, dada la popularidad y relieve de su figura en gran
parte del mundo. Yo, humildemente, me quiero referir a una de las notas, una
solo, que ha caracterizado a Raphael desde sus comienzos y sigue haciéndolo sin
excepción.
Me refiero a un elemento de su modo de pronunciar cuando
canta, y subrayo esto de “cuando canta”, porque únicamente se observa ahí, y no
al hablar. Se trata del seseo, que Raphael practica sistemáticamente. Sin atender a otro
fenómeno fonético más que el “seseo”, voy a transcribir un fragmento de una de
las canciones “antiguas” que más me gustan:
Sierro mis
ojos,
para que tú no sientas
ningún miedo. Sierro mis ojos
para escuchar tu vos disiendo: “Amor”.
[…] Yo no te veré, yo no te veré,
puedes haser lo que quieras conmigo.
No te miraré, no te miraré,
Está claro, lo mismo que en todas, absolutamente todas las
canciones de Raphael. De manera constante, el artista pronuncia como “s” lo que
otros hispanohablantes realizan como “z” (escrita “c” o “z”), incluso en
posición de final de sílaba (implosiva):
“vos” por “voz”. Es una peculiaridad suya, un componente de lo que llamaré, con
un término técnico, su idiolecto. Resulta,
como veremos, muy curioso el fenómeno.
Que un español sea seseante no tiene nada de extraño, pues lo son miles en nuestro país (todos los canarios, muchísimos andaluces, bastantes extremeños, etc.). Pero se sabe que Raphael nació en Linares (Jaén), donde se distinguen ambos sonidos, y que, además, su familia y él se trasladaron a Madrid antes de que cumpliera el niño un añito. De modo que, lo que llama la atención es que este señor, que no procede de ninguna región dialectal seseante, se haya apuntado a la “s” y, más aún, que la emplee en vez de “z” tan solo cuando canta. Por otra parte, ni con música ni sin música su expresión oral muestra otros rasgos andaluces ni meridionales en general. Más aún, ese seseo idiolectal no es como el de Andalucía o Canarias, en donde la “s” tiene un timbre especial, sino que se parece más a la “s” castellana y de todo el norte. Con lo que llegamos a una situación un tanto singular: en general, la fonética raphaelina es la del norte de España, menos en una cosa: el “seseo”, propio del sur, pero realizado con “s” norteña también.
A mí me parece que este comportamiento fonético no es
espontáneo, sino fruto de un diseño intencional de imagen, cosa normal en
los artistas y en quienes viven del público. De ahí que parezca un tanto
artificial ese seseo. Casi seguro que el cantante o quienes lo asesoraban en
sus comienzos pensaron en el mercado latinoamericano, uno de cuyos símbolos de
identidad dialectal es el seseo. No digo yo que menospreciaran el español
peninsular, mejor dicho, de una parte del español peninsular, sino que se atuvieron al talante fonético de la mayoría internacional. Los móviles de un proyecto
artístico, como el lanzamiento de Raphael, son diversos, y uno de los más importantes es el
económico. La música, lo mismo que cualquier otra actividad cultural, tiene una
faceta comercial que no deben olvidar quienes la tienen como profesión. Puede que ese sea
el origen y causa del seseo que comento. No descarto el deseo de agradar, de gustar a la que realmente constituye la
mayor parte del público hispanohablante, cantándole “en su lengua”.
Otras figuras de rango y origen similar, efectuaron una elección diferente: es el caso de Julio Iglesias, casi
contemporáneo de Raphael. Tampoco le ha ido mal, sin embargo.