Tomemos ahora el vocablo recluta.
El DRAE, además de definirlo como un sinónimo de “mozo”, añade una nueva
significación: “soldado novato”. El recluta podríamos decir que viene
cronológicamente después del mozo y del quinto, pues está ya fuera de la vida
civil y dentro de la milicia, aunque lleve apenas unas semanas. Ya que la
palabra esconde el matiz de principiante, llamaban “reclutas” a esos chavales
los que, a su vez, eran conocidos como “veteranos”, es decir, los que cumplían
ya bastantes meses en el CIR y veían a los recién llegados como novatos; muchos
de ellos solían actuar de ayudantes o colaboradores en el manejo y formación de
los nuevos. Si no estoy equivocado, se les consideraba oficial y administrativamente
reclutas hasta que juraran bandera. La palabra viene del verbo “reclutar”,
procedente del francés recruter, cuyo
origen etimológico es el término latino recrescere,
‘aumentar’, ‘crecer’, ‘incrementar’; literalmente, ‘crecer de nuevo’. Si nos
remontamos, así, a sus ancestros lingüísticos, diríamos que los reclutas eran
los que acrecentaban o ampliaban o engrosaban cada fase del año el arsenal
militar y lo renovaban.
El cuarto vocablo, más coloquial, es guripa. Procede del caló kuripen, con el sentido de ‘policía, guardia civil o municipal’, aunque también ‘tonto, golfo o pillo’. Que yo recuerde, únicamente se empleaba en mi época juvenil entre los propios soldados, que se llamaban entre sí a veces guripas, como apelativo de confianza, y no iba más allá de significar ‘soldado’.
El cuarto vocablo, más coloquial, es guripa. Procede del caló kuripen, con el sentido de ‘policía, guardia civil o municipal’, aunque también ‘tonto, golfo o pillo’. Que yo recuerde, únicamente se empleaba en mi época juvenil entre los propios soldados, que se llamaban entre sí a veces guripas, como apelativo de confianza, y no iba más allá de significar ‘soldado’.
Estas cuatro palabras, con el valor
descrito, poseen ya muy escasa presencia en la conversación cotidiana, por la
razón antes dicha. Igual que un quinto término, este enteramente coloquial,
como es milicio. Se les asignaba a
quienes, como el que esto escribe, hacían el servicio militar con un régimen
especial, encuadrados en las denominadas Milicias Universitarias. Una vez
atravesabas el ecuador de la carrera, podías solicitar el ingreso en ellas.
Para ser admitido, debías superar unos tests psicológicos y unas pruebas
físicas. Se cumplía el período en tres fases, de entre tres y cuatro meses cada
una: una primera como recluta en un CIR, hasta que jurabas bandera; la segunda,
en un cuartel del arma o instituto del ejército (Infantería, Caballería,
Artillería) donde te hubieran inscrito, según los estudios universitarios que
cursabas; terminada esta segunda etapa, alcanzabas la graduación de sargento o
de alférez (antes, también de cabo) y como tal actuabas durante la tercera fase
en un nuevo destino. Ofrecía ciertas ventajas y algunos inconvenientes, que no
es momento de detallar.
En la actualidad, ser soldado es una opción voluntaria y todo el ejército
español, soldados y mandos, está constituido por militares profesionales. Desde
el punto de vista lingüístico, la pérdida terminológica no es muy amplia e
incluso no arrasará todos los campos léxicos alusivos al alistamiento en el
ejército, ya que, por vía de contratación, se siguen incorporando jóvenes, de
ambos sexos ya. Y, en general, la estadística confirma que se crean o se toman
de otras lenguas muchas más palabras que las que se pierden.
En otro orden de cosas, cuenta el profesor y escritor J.A. Herrero
Brasas la siguiente anécdota: “Hace poco Gallardón, medio en serio medio en broma, me decía que, si
en aquellos momentos hubiera sabido en qué dirección iba a evolucionar gran
parte de la juventud española (indisciplina, botellón, indiferencia...), quizás
hubiera defendido la abolición de la mili con menos apasionamiento. Yo, también
medio en broma medio en serio, le dije que compartía su decepción” (**).
No
sé, no sé...
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