Por
el modo de hablar de sus habitantes, hay dos Andalucías, las que se pueden
denominar, con términos geopolíticos, la oriental y la occidental. Es decir,
Huelva, Cádiz, Sevilla y parte de Málaga, en el oeste, y el resto de Málaga,
Córdoba, Granada, Jaén y Almería, en la zona este. Sobre otras diferencias,
destaca la pronunciación de las vocales situadas delante de un sonido consonántico
como cierre de sílaba (posición implosiva) desaparecido o transformado, sobre
todo al final de palabra. Me refiero a vocablos como «ojos», «ademanes», «talar»,
por ejemplo, en los que las consonantes finales son muy débiles e incluso se
pierden o alteran: ojos > ojo, ademanes > ademane, talar > talá.
En
ningún punto de Andalucía se pronuncian normalmente esas consonantes; este es
un rasgo común, que, en mi opinión, es la única característica que comparten
todas las hablas andaluzas. ¿Cuál es la diferente forma de articular palabras
como las citadas en una parte y otra de la región? Antes de seguir, aclaro que el
modo de hablar que se identifica con Andalucía sobrepasa sus fronteras y
penetra en comarcas murcianas y extremeñas.
En la zona oriental, ocurre una mutación de las vocales de las sílabas finales donde desaparece la consonante, fenómeno consistente en la apertura de dichos sonidos; dicha cualidad fonética adquiere, además, valor fonológico, es decir, sirve para diferenciar significados: sing. «ojo» / pl. «ojO» (transcribo la abierta con la mayúscula, a falta del signo correspondiente del alfabeto fonético), sing «carretera» / pl. «carretera», 3ª pers. «ama» / 2ª pers. «amA», etc. En cambio, en el occidente la vocal queda intacta, con lo que se igualan fonéticamente el singular y el plural: sing. y pl. «ojo», «carretera», 2ª y 3ª pers. «ama». En el siguiente vídeo se aprecia claramente.
Mi clase de Lengua: Experiencias de aula (manolo-claselengua.blogspot.com)
Si no se está muy atento o no se tiene
el oído bien entrenado, esta realidad lingüística pasa desapercibida,
seguramente por el hecho de que, apoyándonos en el contexto («lo
ojo»), asignamos la categoría de singular o plral, segunda o tercera persona de
modo inconsciente. Sin embargo, españoles del norte tienen dificultad en
percibir esta sutileza en ocasiones. Suelo narrar una anécdota de cuando hacía
la mili, que ilustra lo que digo. Había un muchacho vasco apellidado Ribas, que
alterna no solo con el singular, sino también con «v»,
como es sabido. Otro compañero, granadino, le preguntó un día:
―¿Tú cómo te llamas, «Riba
o RibA?
A lo
que el interrogado, en cuyo idiolecto no tenía valor fonológico la apertura
vocálica, respondió con una lógica aplastante:
―Si son iguales.
Para
el tal Ribas, solo valía la presencia / ausencia de la «s». La
«a»
abierta pasaba desapercibida. Sabido es que, cuando un rasgo fonético no posee
valor fonológico, tampoco tiene conciencia el receptor de que lo oye. Ocurre,
pongamos por caso, si reproducimos de manera diferente «poyo»
y «pollo»:
en la mayor parte de España no notarán esa distinción «y» /
«ll».
Doy
un paso más. En la mitad occidental, dentro de lo que se denomina la «fonética
sintáctica», o sea, la pronunciación de las palabras en el curso del mensaje
oral, ocurre algo a lo que no suele atenderse al tratar de las hablas
meridionales. Me refiero a una especie de recuerdo o huella que la desaparición
de la consonante «s» ha dejado. Es una muy
suave aspiración, cercana a la «j»; aquí la transcribo como «h».
Ejemplo: «lo-h-ademane», «la-h-encina».
La he llamado recuerdo o huella porque es una forma de permanencia alterada de alguna
«s»
final: «lo-s-ademanes»,
«la-s-encinas».
No es cierto, pues, que palabras que tenían originariamente «s» final
(mejor dicho, que presentan en castellano del norte «s»)
la hayan perdido del todo. Carece, sin embargo, de valor fonlógico y, por
tanto, parece no oírse. Por su parte, los andaluces orientales no necesitamos
ya del auxilio de ninguna heredera de la «s»,
puesto que nos valemos de la apertura con carácter relevante.
Por
último, he creído apreciar que esa aspiración occidental se evita en ciertas
secuencias de palabras. Así, creo que no se suele decir «lo
do-h-ojo», «tre-h-ajo», «mi-h- hijo», «lo-h-eje
de la carreta», etc. O desaparece la «h» («tre
ajo») o se restaura la «s» («mi-s-hijo»).
Seguramente, obedece este comportamiento al deseo de evitar la cacofonía
producida por el sonido fricativo gutural «j»,
tan próximo a la aspiración («mi-h-hijo», «tre-h-ajo»).
Verdaderamente,
las hablas andaluzas son un mundo.
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