Hace un año largo, en uno de esos programas que Juan Imedio tiene
en Canal Sur con niños, creo que los viernes por la noche, apareció un
chiquillo sevillano, cofradiero hasta la médula, mostrando orgulloso un trono
pequeño, que se supone portan niños metidos debajo, como los costaleros adultos.
El espigado presentador hizo intento de colarse en ese hueco, sin poder meter
más que la cabeza. El joven semanasantero le espetó con energía: “¡Es que eres “mu”
grande, hijo”. Verdaderamente, la
diferencia de edad y de estatura hacían chocante el uso de ese término, “hijo”.
A mí me llamó la atención.
Igual que me llama la atención oír en numerosísimas
películas americanas el vocativo “hijo”, dirigido a algún muchacho o adulto joven
por parte de hombres de cierta edad, con un tono de superioridad no exento de desprecio o desapego al menos,
sin importar la condición social de ambos: “Un inteligente abogado como tú no
debería haber perdido esta causa, hijo” (frase dicha por el abogado oponente,
un letrado ya curtido). Confieso que, aunque lo he intentado, no me ha sido
posible determinar qué palabra inglesa se traduce ahí como “hijo”. Añado que
nunca he visto aparecer en contextos parecidos la variedad femenina.
Ambos empleos, muy diferentes a simple vista, me han llevado
a examinar con cierto detenimiento los valores y usos de la palabra “hijo” en
nuestra lengua. Partiendo del significado fundamental y básico de “persona
respecto de su padre o de su madre”, el DRAE salta a consignar una acepción muy
general, “expresión de cariño entre personas que se quieren bien”, pasando por
alusiones conectadas con la primera y/o la segunda. Sin embargo, tanto en los dos casos que he
citado al principio, como en otros similares que luego referiré, me parece
descubrir algo muy distinto: un matiz de recriminación, admonitorio, de
protesta o queja, de acusación e incluso de mofa en la frase donde se incrusta
el vocativo, que altera el significado del propio vocablo. El niño del trono
chico pareció culpar al espigado locutor, y no a sus reducidas andas; el abogado
ganador del juicio presumía a costa de su oponente, ironizando sobre su
inteligencia, para añadir ese “hijo”, que parecía motejarlo de adolescente imberbe
y novato.
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