Los
hechos son los siguientes: a raíz del triunfo de Tomás Gómez en las primarias
de Madrid (*), Alfonso Guerra sostuvo que no todos los socialistas madrileños
pueden considerarse ganadores, porque la victoria fue para el “Señor Gómez” y
los suyos, y no para la “Señorita Trini” y los suyos. Varias ministras y
mujeres con posición relevante en el partido se molestaron y expresaron su
queja por lo que consideraban una falta de respeto de Guerra. Doña Trinidad
subrayó que ella nunca ha injuriado a ninguno de sus compañeros de partido y ni
siquiera a sus adversarios. Contestó el Sr. Guerra que él no creía haber
insultado a nadie, porque llamar señorita a una mujer soltera es una fórmula de
tratamiento aceptable y apropiada; pero que estaba dispuesto a pedir disculpas
si sus palabras habían molestado, y a decir “señora” o “lo que sea”. Doña
Trinidad apostilló que “en el partido no hay ‘señoritos’ ni ‘señoritas’, sino
‘compañeros’ y ‘compañeras’.
No resulta difícil apreciar que todo el lío se basa en la interpretación de la
palabra “señorita”. Más adelante registraré los significados que da el DRAE,
pero antes quiero hacer notar el origen andaluz de los dos personajes, Guerra y
Trinidad Jiménez, circunstancia importante para la correcta comprensión del
pique y del consiguiente cruce de manifestaciones. También, recordar el
peculiar estilo del Sr. Guerra en sus declaraciones, frecuentemente cargadas de
dobles sentidos, salpicadas de sarcasmos e ironías, con un lenguaje cáustico,
acerado, no exento de un sentido del humor muy personal, con el que logra a
menudo caricaturizar y ridiculizar a personas y situaciones. Para ello posee
numerosísimos recursos, claro está. En cambio, el discurso de Doña Trinidad es
mucho más directo y desnudo de retórica, menos punzante, y su actitud menos
belicosa, menos provocadora.
Vayamos ya al diccionario de la Real Academia. De las varias acepciones que
ofrece del término “señorito, a”, destaco estas, porque son las que vienen al
caso: “ 2. m. y f. coloq. Amo, con respecto a los criados. 3. m. coloq. Joven
acomodado y ocioso. 4. f. Término de cortesía que se aplica a la mujer soltera.
5. f. Tratamiento de cortesía que se da a maestras de escuela, profesoras, o
también a otras muchas mujeres que desempeñan algún servicio, como secretarias,
empleadas de la administración o del comercio, etc.”. Objetivamente, repito,
objetivamente, de todos esos significados, el que más le acomoda a la candidata
no elegida es el número 4, pues es una mujer no casada. Tal vez incluso el
único. Aunque es posible corregir al Sr. Guerra, y así lo hicieron algunos
periodistas, diciendo que lo habitual es el empleo del apellido y no del
nombre. Debería haber dicho, pues, “Señorita Jiménez”, y no “Señorita Trini”.
Si no me equivoco, es ahí donde reside el meollo de la cuestión y el motivo de
la polémica. Esa es la clave. Porque la expresión “Señorita Trini” adquiere y
evoca sentidos de los que carece el empleo del apellido. Sentidos preñados de
intencionalidad, sin duda.
Hasta hace poco, era normal en Andalucía que hubiera amos y criados, sobre todo
en las zonas rurales como la mía. Cuidado, no digo “patronos” y “obreros”, que
son denominaciones posteriores, introducidas por el discurso socialista,
sindical, etc.; ni “empleados” y “empleadores”, “jefes” y “subordinados”… En aquel contexto antiguo, los que contrataban
(por decirlo de alguna manera) y mandaban en los operarios eran los “señoritos”,
denominación genérica para el colectivo noble, que era el que gozaba de propiedades
y necesitaba disponer de trabajadores. En mi pueblo, zona netamente
latifundista, coincidían con la casta de los ricos terratenientes, que actuaban
como caciques. La relación jerárquica entre los de arriba y los de abajo no
distaba mucho de la que regía en la época feudal, de la que este sistema que
describo era seguramente heredero. Los criados pertenecían casi en cuerpo y
alma a sus amos, a sus “señoritos”. Si se trataba de criadas, la pertenencia
corporal se aplicaba con todas sus consecuencias, cuando así le apetecía al
señorito. En cuanto a la esposa del amo o a su madre, sus hermanas, etc., se
les solía llamar “señoras”, más que “señoritas”, que de todos modos no quedaba
excluido: esto es importante tenerlo en cuenta. A las hijas e hijos sí se les
llamaba con el diminutivo. Por último, en todos los casos, el tratamiento de
“señorito”, “señorita” o “señora” en boca de la gente popular (los criados)
precedía al nombre, nunca al apellido. Quiero añadir que, no obstante, no
quedaba excluida la fórmula, más general en el dominio español, “don” o “doña”,
que se usaba para todas las personas adultas de reconocido relieve social, como
médicos, abogados, etc. y también para los amos, aunque estos no tuvieran ni el
graduado escolar.
Continúa aquí
__________________________________________
(*) Octubre de 2010
No hay comentarios:
Publicar un comentario