“… según lo acostumbrado en Portugal, Pinheiro le venía a mi
bisabuelo (*) por su madre, y lo que valía era el Alemcastre, no tan antiguo
como los pinos, pero sí más ilustre, ya que procedía de ciertos príncipes
Lancáster que, en la Edad Media, habían venido de Inglaterra a Portugal y allí
se habían quedado, aunque acomodando el nombre al alma portuguesa. Confieso, y
lo pongo a guisa de paréntesis, que a mí lo de Alemcastre me gustó siempre,
aunque no por lo de la prosapia británica, real por los cuatro costados, que
establece cierta relación entre los dramas de Shakespeare y yo, sino por ese “alem”
que le habían añadido, una palabra fascinante que, aunque coincidía en su
significación con el “plus ultra” latino, no es lo mismo. Los conceptos, al
marcharse del latín, reciben cargas semánticas como de una especie de
electricidad añadida, que los hace más amables o más duros, incluso a veces
misteriosos: “O alem” es, en efecto, el más allá, lo mismo que el “plus ultra”.
Pero, ¿qué más allá? ¿El meramente ambicioso, el meramente geográfico? […] Para
mí, “O alem” no es un más allá marcado por horizontes de mar y cielo, sino de
misterio, y así he pensado siempre que llevaba el misterio conmigo, como un
regalo con el que no sabía cómo jugar”.
G. TORRENTE BALLESTER, Filomeno,
a mi pesar.
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(*) Es
sabido que, en Portugal y en Brasil, el primer apellido de los hijos es el de
la madre, no el del padre. El bisabuelo se llamaba Ademar Pinheiro de
Alemcastre.
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