Uno de los rasgos más característicos de la expresión oral
poco cuidada es la sobreabundancia de muletillas. El hablante se apoya
continuamente en palabras o expresiones, las cuales no presentan muchas veces
otro valor que su contribución al rito de la mera repetición. La pregunta
comprobatoria “¿no?” tiene entre nosotros, los andaluces, muchísimas opciones
para ser la reina de las muletillas. Destinada, en principio, a indagar la
atención del oyente o a recuperarla, o bien a requerir su conformidad, en la
mayor parte de los casos solo sirve para rellenar un hueco en el flujo verbal,
sobre todo si se sitúa al final de una determinada secuencia enunciativa: “Mi
niña es un desastre, ¿no? Fíjate, ¿no?, cómo ha dejado su mesa. Voy a decirle
que o es más cuidadosa y ordenada, ¿no?, o que se despida de la paga semanal”.
Quiero referirme a una frase que, según creo, va camino de
convertirse en simple latiguillo, al menos en ciertos contextos. Es la fórmula
de comienzo “la verdad es que”. En el magno diccionario de María Moliner
(Madrid, Gredos, 1975, II, p. 1508 ), se da como sinónima de “a decir verdad”,
“realmente” , “la verdad”, “en verdad
que”, y se define como “expresión enfática con que se introduce una aseveración
con carácter de confesión: ‘A decir verdad, no pienso cumplir lo que he
prometido’. También tiene valor correctivo, usada para desvirtuar alguna idea
expresada antes o consabida: ‘A decir verdad, la culpa no es suya’ “.
2013091000010.htmlAñadir leyenda |
Las muletillas son hijas de la tendencia a la reiteración tosca, eludible, que termina por
vaciar, casi, de contenido comunicativo las palabras y expresiones por vía de
desgaste. La frase que traigo a colación creo que está en trance de eso. No en
la lengua hablada en general, sino en un dominio muy concreto: el periodismo
deportivo. Más específicamente, en las intervenciones de jugadores, atletas,
ciclistas…, dentro las entrevistas, género tan frecuente en los numerosos
programas de radio y televisión con esa temática. Para muestra, un botón: óigase
esta entrevista al jugador del Real Madrid, y ya de la Selección también, Nacho
y a su hermano en Onda Cero. En los tres minutos y algo que ocupan las palabras
de los futbolistas, he contado hasta siete veces “la verdad es que”, en las que
apenas se advierte la función que le asigna María Moliner. Así, cuando en una
ocasión (5’ 27’’) le pregunta el periodista a Nacho por el tiempo en que han
jugado juntos él y su hermano, responde: “Bueno, la verdad es que me quedo con muchísimos momentos buenos y…”.
Está claro que, si a cada aseveración se le coloca un
recurso supuestamente enfático o se hace con enorme frecuencia, dicho elemento
termina por perder su fuerza, sobre todo si la palabra o expresión empleada es
siempre la misma. Ocurre como a esos alumnos inexpertos que, con la idea de
destacar “lo importante”, subrayan todas las líneas del texto que pretenden
memorizar: daría igual no subrayar ninguna, pues no se consigue realce alguno.
Termino con otro documento, este más personal, igualmente
significativo del deterioro de la expresión “la verdad es que”. Me encontré el
otro día en facebook a un ex alumno del centro donde yo era profesor y, como es
norma de cortesía en los chats o en llamadas telefónicas, empecé preguntándole si
estaba ocupado y lo iba a interrumpir. Me respondió: “Hola. La verdad es que
no. Q tal estas?”. Ciertamente, es posible apreciar algún vestigio del énfasis
al que aludía M. Moliner, en este caso respaldando la sinceridad de la
contestación negativa; sinceridad de la que ni siquiera insinué en mi pregunta
(“Hola. ¿Interrumpo?”) que fuera a dudar. Me parece, pues, que fue innecesario
el pretendido relieve.
Usos así son los que demuestran que el elemento en cuestión está ya algo debilitado y no aporta gran cosa. Es una utilización sobrante, viciada, incrustada en muchas afirmaciones y negaciones sin apenas razón de ser desde el punto de vista semántico, sintáctico o pragmático. Puede que estemos cerca de considerar que es preferible decir “la verdad es que sí/no” en vez del simple “sí/no”, por el hecho de que muchos de los personajes y figuras del deporte reiteran sin descanso la fórmula ampliada, que, por eso mismo, se nos antoja más elegante y distinguida. El paso siguiente es la profusión en el habla general de dicha fórmula, convertida en muletilla.
Usos así son los que demuestran que el elemento en cuestión está ya algo debilitado y no aporta gran cosa. Es una utilización sobrante, viciada, incrustada en muchas afirmaciones y negaciones sin apenas razón de ser desde el punto de vista semántico, sintáctico o pragmático. Puede que estemos cerca de considerar que es preferible decir “la verdad es que sí/no” en vez del simple “sí/no”, por el hecho de que muchos de los personajes y figuras del deporte reiteran sin descanso la fórmula ampliada, que, por eso mismo, se nos antoja más elegante y distinguida. El paso siguiente es la profusión en el habla general de dicha fórmula, convertida en muletilla.
Creo que la mencionada expresión lleva deteriorada tiempo. No significa ya nada, no se dice nada con ella. Prueben a eliminarla y su discurso solo ganará claridad. Algo incompleto asimismo centrar el tema en la prensa deportiva....sin duda se ve afectada, pero ¿has comprobado la frecuencia de uso de esta coletilla en Jueces, Políticos, MBA's, catedráticos -de lengua española también-...?....
ResponderEliminarFalta de personalidad. Repiten cómo loros
ResponderEliminarO de gramática. Si o no. O quizás sean mentirosos patológicos y cuando dicen la verdad lo avisan
ResponderEliminarMuy buen análisis. Es una expresión que me viene llamando la atención desde hace un tiempo precisamente por ese uso abusivo y vacío de significado. Yo mismo caigo en ella muchas veces por contagio de algunos colegas (tengo 22 años). Ese tipo de muletillas le quitan realmente muchísimo valor a lo que decimos - e irónicamente - sensación de peso y veracidad a algo que podría tomarse más en serio sin muletillas de por medio.
ResponderEliminarTema complejo. Muy extendido. A mi modo de ver no es solo cuestión de falta de recursos lingüísticos, que lo es seguramente, sino también de impulsividad. De falta de control mental: nuestros pensamientos, atropellados, se convierten en palabras de forma automática. Pareciera que no podemos detenernos a pensar qué queremos decir. Y podemos hacerlo perfectamente. Al tiempo, el control sobre el debate también influye: hay que ocupar el discurso, que los demás escuchen nuestras razones. Tema diferente será nuestra capacidad de escucha de los otros. A veces parece que hay que rellenar con palabras el tiempo. Hablar bien no es emplear palabras rebuscadas y/o sin contenido, es emplear la máxima concisión para decir lo que queremos decir. Contenido, sencillez y pocas palabras. Claro, ello nos exige inevitablemente pensar antes.
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