Si participas en un chat y de verdad quieres irritar a tu
interlocutor, es muy sencillo: basta con seguir alguna de las recomendaciones
que a continuación incluyo. O varias. Hay más procedimientos, pero se sitúan en el territorio
extremo de la grosería y no quiero prestarles atención aquí.
1. Aplaza durante un buen rato,
horas incluso, la respuesta a la última frase del otro, sea del tipo que sea. Naturalmente, molestará
más tu conducta mientras más apelativa haya sido su intervención, es decir,
mientras más exija una contestación inmediata. El primer puesto lo ocupan, sin
duda, las preguntas: “Entonces, ¿vienes tú a mi casa o voy yo a la tuya o nos
vemos fuera?”. Después están las peticiones, ruegos o sugerencias, sobre todo
si forma parte de ellas la solicitud de un comentario, valoración o similares: “Mira esta página web. A ver qué te parece”. Una variante de esta provocación es la
desviación de la conversación hacia temas nuevos: “A: Tendréis que estar pasándolo fatal con tanto
frío. B: ¿Te dije que los zapatos que me
regalaste los estrené el domingo?”.
2. No recuerdes -o di que no recuerdas- lo que te dijo en la última sesión. Al
interlocutor lo sublevará que aquello que hablasteis tanto rato, con tanto
interés al parecer y que es, según él o ella, de tanta trascendencia, se te
haya borrado de la memoria completamente. Supondrá que no le prestabas
atención, que estabas distraído con otras conversaciones chateras o mirando
otras páginas, que ya no te interesa charlar con él/ella, que eres un
descuidado, etc. “¡Y para eso -pensará
furioso- me tomé la molestia de esperar
a que te conectaras, de explicarte y repetirte por activa y por pasiva…”.
3. Sin haber confesado que estás
conversando también con otras personas,
introduce de vez en cuando una frase dirigida a alguna de ellas, sobre todo si
es cariñosa y/o sugerente: “A: La niña no
es precisamente unas castañuelas, ¿a que no?
B: Venga, a la hora que tú quieras”. Parecida crispación generará que te confundas de nombre y llames Celia o
Juani a quienes en realidad se llaman Inma o Sergio.
4. No intentes deshacer un
malentendido, corrigiendo, ampliando o explicando tu expresión, hasta que no
hayas obtenido de él la máxima crispación posible: “A: Ya no te mandaré más artículos, tu periódico
se va a quedar sin ellos. B: Ah, ¿no?
Somos demasiado rojos para ti, ¿eh? Te has hecho un puto burgués. ¿A cuál te
has pasado?”. Lo que, en realidad, quiere decir A es que va a dejar de escribir,
para el periódico de B y para todos.
5. Cierra bruscamente la conversación y la
ventana de chat, dejando casi con la palabra en la boca a la otra persona: “Me
voy, adiós”. El grado extremo del pecado comunicativo es dar por finalizada la
charla sin contestar o sin preparar y negociar esa clausura (“Bueno, vamos a ir
cerrando el chiringuito, ¿no?”).
Estos malévolos
consejos están extraídos de la pura observación de sesiones de chats. Muchos de
los que acostumbráis a comunicaros por ese sistema habríais deducido casi lo
mismo.
¿Cuál es la explicación del efecto tan molesto que generan comportamientos de tal índole? El motivo no es otro que el incumplimiento de unas normas o instrucciones que todos los hablantes maduros llevamos inscritas en nuestra inteligencia comunicativa y que rigen en el diálogo sin que tengamos conciencia de ellas mientras no se infrinjan. Los especialistas las llaman “máximas conversacionales” (derivadas del “principio de cooperación” del filósofo P. Grice y definidas por él). Crean unas expectativas en cada participante respecto al comportamiento de los demás y determinan que se considere ortodoxo (p.ej., responder a lo que alguien pregunta) o no (p. ej. quedarse callado).Como es fácil de comprender, las máximas funcionan en todo tipo de interacción comunicativa, aunque cada una presenta sus propias peculiaridades. Así, en el chat, donde los participantes no se ven, dejan de actuar el gesto y el tono de las elocuciones, a los cuales se confía tanto en la charla cara a cara. Queda el simple mensaje lingüístico y resulta, pues, normal que en el contacto electrónico se violen con mayor frecuencia determinados aspectos del principio de cooperación, entre otros.
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