Tal como
puede apreciarse, el modelo de F. Villegas y el mío difieren mucho, aunque
también se asemejan en algo: yo propongo que, al escribir, coloquemos tilde en
todas las palabras no monosílabas, misión que él reserva para el diccionario de
la lengua, liberando así al escritor de dicha obligación. Lo cual comporta una
simplificación mayor, no cabe duda, y,
por consiguiente, un beneficio para la didáctica de la escritura. En esto sí
que nos tocamos, en el ideal de la simplicidad y su correspondencia con la
enseñanza.
Hay un
apartado no mencionado por el autor y que puede representar algún problema: es
el caso de enunciados interrogativos o exclamativos que comienzan por pronombre
o adverbio no interrogativo, como “¿Que no quieres venir?”. Ignoro si piensa Villegas
confiar al diccionario la explicación de tal excepción o si aconseja que el que
usuario se fije en el contexto.
Pero la
dificultad mayor surge cuando nos situamos en la perspectiva del lector, sobre
todo si se trata de una persona no demasiado formada o que está en fase de
formación, como el joven alumno de Primaria y Secundaria, e incluso de
Bachillerato, o como el estudiante de ELE. ¿Cómo resolverá el problema, tan
frecuente, de las palabras, ¡tantas!, que no conoce y no sabe, por tanto, ni
siquiera cómo se pronuncian? Consultando la transcripción tildada del
diccionario, sería la respuesta más coherente dentro del modelo que vengo
comentando. Ante lo que me pregunto yo, a mi vez, si ese lector, cuya
competencia es aún deficiente –y no sabe
aún cómo suenan muchas palabras castellanas–, será capaz de memorizar para
siempre los vocablos ignorados que mire en el diccionario a propósito de unas
lecturas escolares. Resulta ya difícil que se acuerde de lo que significan
dichos términos, pese a que tiene la ayuda del contexto, y lo será mucho más
si, además, debe retener cuál es la sílaba tónica de cada uno.
Por tal
motivo, principalmente, me mantengo en mi regla 7, que juzgo eficaz, siempre
que se base en un cambio total en la forma en que se enseñan ahora las reglas
de acentuación. Dichas reglas, y la que yo dicté también, se basan en el
reconocimiento “de oído” del acento fónico o prosódico, es decir, en la
identificación de las sílabas tónicas y átonas de las palabras. Esto es lo
primero que hay que enseñar a los niños, es una destreza imprescindible,
condición indispensable para saber, después, dónde hay que poner la tilde en
cada vocablo polisílabo. Una vez que hayan adquirido los estudiantes esa
capacidad auditiva, la regla 7 creo que es coser y cantar, a poco que se les
“motive” para que no se les ocurra nunca olvidarse de poner ninguna tilde.
Concluyo
aquí esta mi segunda exposición sobre la
simplificación de la ortografía en general, cada día
–cada minuto, me atrevería a decir– más necesaria, y de la acentuación en particular. Sé que, no obstante,
me quedan bastantes cuestiones pendientes, como la de la tilde en los
monosílabos, y en los diptongos y triptongos, principalmente. Otro día será.
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